Se acerca el dos de febrero, fecha de conmemoración religiosa en distintos lugares del Caribe. Ello me recuerda que la imagen de la Virgen de los Remedios funcionaba para mi madre como la más valida puerta de retorno a Riohacha, ningún puesto de control migratorio era más legítimo para registrar el ingreso a esa antigua ciudad. Una vez regresaba de mis estudios universitarios en Bogotá, la pregunta era en pocas horas inevitable: ¿ya fuiste a verle la cara a la virgen? Después de ese ritual insoslayable podía plenamente disfrutar de la estadía en mi lugar natal.
Desde entonces, anualmente divulgo un relato sobre la Virgen de los Remedios recogido en las crónicas coloniales o albergado en la memoria de un grupo familiar. La que contaré en esta ocasión se origina en una aldea palestina, cercana a Jerusalén, llamada Bet-tala, desde donde migraron a Colombia los miembros de una familia de árabes cristianos que se asentaron inicialmente en el territorio guajiro y desde allí se expandieron por el Caribe colombiano y por otros países de América.
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El 2 de febrero de 1943, la señora María Segebre se aprestaba para ver pasar la procesión de la Virgen de las Remedios que, en ese entonces, no se circunscribía al marco de la plaza principal de Riohacha. Doña María, esposa de Don Jorge Segebre, había puesto en la puerta de su pequeña casa de color blanco situada en la calle tercera a su pequeña hija Beatriz, de tres años de edad, a quién los médicos de Barranquilla y Santa Marta habían desahuciado. Los galenos aseguraron a sus padres que la niña jamás podría caminar. Beatriz permanecía ese día reclinada en una caja de madera con cojines que usualmente le servía de corral mientras esperaban el paso de la procesión. Su progenitora fue hasta el patio a fijarse en la ropa que había estado lavando durante esa mañana y pidió a una joven que le colaboraba en las tareas domésticas que vistiese a la niña para llevarla a la misa que, al igual que hoy, se celebraba en la catedral. Sin embargo, la niña había desaparecido tras el paso de la multitud. La desesperada madre arrojó el delantal y salió en su busca, pero Beatriz caminaba por primera vez en su vida tomada de la mano de quienes iban en la procesión.
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En la actualidad Beatriz Segebre tiene 79 años y es la madre de cuatro hijos, dos de ellos destacados profesionales de la medicina y el derecho. Pocos creen en milagros hoy en día. El escritor italiano Vittorio Messori, quien se dedicó a investigarlos, escribió “la fe no es una imposición, sino una propuesta, de modo que también en los milagros Dios deja sitio para la duda, precisamente para respetar nuestra libertad, para no obligarnos a creer”. Por mi parte, prefiero quedarme con el final de la historia. Maria Segebre agradecida por la intervención divina se quitó su prenda de mayor valor, un anillo de perlas, y lo colgó de la mano de la virgen con una cinta.
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