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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.
Si de algo han padecido nuestros pueblos, es de la falta de sistematización, acopio archivístico y escritura juiciosa de su historia. De allí que tenemos, academias con varios miembros a los que nunca se les ha conocido ni un breve ensayo histórico, municipios sin monografías que sirvan, al menos, como punto de partida para estudios de mayor profundidad. Algunos de nuestros municipios, han tenido que buscar algún foráneo, muchas veces sin las credenciales ni experiencia suficiente, para que recoja algunos datos disgregados y los organice para, al menos, tener algo que decir en documentos oficiales como los planes de desarrollo y uno que otro dato para uso didáctico de los profesores de sociales en las escuelas.
La falta de literatura histórica, se ve remplazada por una memoria oral muy dinámica, pero no exenta de los riesgos de falta de rigor y el resguardo que le confiere la cultura letrada para su divulgación, orden y preservación. Además, bien es sabido que, en la tradición oral los saberes se relativizan por los lugares de enunciación que no son, en todos los casos, bien contrastados ni sometidos a validez científica.
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Es precisamente, por esta gran ausencia de historiadores que, se puede dimensionar lo que para Maicao significa la pérdida, en tan solo unos meses, de los tres más altos referentes para el oficio autodidacta de la historia. El año anterior, víctima de la implacable covid, perdimos al abogado y político Manuel Palacio Tiller, pionero entre los aficionados a la historia de “El maizal”, como se puede traducir la voz originaria “Maiko ù”. Este año, con pocas semanas entre sí, se produjo el deceso por progresivo deterioro físico del periodista Luis Guillermo Burgos, entregado por muchos años a recopilar los hitos del devenir histórico de este pueblo. El tercer golpe a la historia local, se presenta con la nunca suficientemente llorada partida, también por el covid, del riohachero y padillista más maicaero, el profe de todos, el autor del himno a Maicao, brillante y decorosa memoria de nuestros legados: Ramiro Choles Andrade. Que, un territorio donde el oficio de recoger la historia es tan inusitado, perder en tan poco tiempo tres historiadores, es una verdadera desgracia y una pérdida irreparable para reconstruir el pasado.
En Maicao, por muchos años, no existía el interés de acopiar registros y datos de la historia local, bajo la excusa, quizás, que era un pueblo aún muy joven. En muchas personas aficionadas a este tipo de información, les suele pasar como a los coleccionistas de música, quienes soslayan los registros de música reciente, sin pensar que esta algún día será vieja y, por lo tanto, más difícil de adquirir. Es cuando, tal vez a en los años 80, aparece Manuel Palacio Tiller como pionero, con publicaciones, archivos y registros que dieron cuenta del poblamiento de la ciudad, explicando cómo, a partir de la firma de la paz en 1911 que en la comunidad de Warawarao, se dio entre la parcialidad Arpushana del “Jefe de la Sierra” José Dolores y los Epinayu de la Alta Guajira, se reinició el tránsito entre el sur, centro y la zona costera con Venezuela tomando como tránsito a Maicao, allí comenzó el poblamiento alijuna de este caserío indígena. Ramiro Choles, como parte de esa migración riohachera que pobló el centro de Maicao desde 1927, comenzó a documentar ese proceso de urbanización e historia social y cultural del municipio. A finales de los años 80, llega a Maicao, Luis Burgos, y va relegando el oficio periodístico para recabar evidencias, registros visuales y escritos para trazar momentos claves de la manera cómo, la estancia de reposo de viajeros hacia y desde Venezuela, se fue convirtiendo en el segundo municipio del departamento, en la vitrina comercial no solo de la región. Los tres fueron claves para que se creara, en el 2002, la Academia de historia de Maicao.
Cada uno de los tres tenía su tesis sobre el punto de partida de Maicao como centro poblado. Manuel Palacios, defendía con su acostumbrada vehemencia que, su abuelo, Manuel Salvador Palacio López, quien vino de Tucuracas en 1925, fue el primer arijuna que pobló a Maicao, en la actual parte céntrica, y desde su asentamiento, comenzó el despunte comercial de la ciudad. Choles le apostaba a la conveniencia de la muy aceptada teoría que Maicao fue fundado por los gendarmes de rentas riohacheros encabezados por Rodolfo Morales en 1927. Cierta vez me confesó que era de más “pergenio” sustentar una fundación que un poblamiento espontáneo. Por su parte, Burgos, era de la postura que, mucho antes, de la llegada de `Palacio López y de Rodolfo Morales, ya Maicao era un poblado con presencia de la institucionalidad, es decir, que es un pueblo mucho más viejo de lo que se cree.
También cada uno de los tres, tenía su estilo para divulgar sus hallazgos. Palacios era muy dado al género del ensayo y al artículo, quizá sin todo el rigor de las normas técnicas que la ciencia de la historia exige, pero con mucho esmero en las pruebas y en la escritura. Nos legó el “Compendio histórico de Maikou“, la obra más referenciada sobre el devenir fronterizo. Ramiro Choles era más propenso a ese fluir de la memoria en tertulias, donde sus acompañantes encontraban lo lúdico que es sentarse a degustar viejas calendas, aunque también dejó muchos escritos inéditos. Burgos, era un poco más celoso con sus hallazgos, menos riguroso en la sistematización, pues prefería escribir pequeños opúsculos, a manera de micro notas sobre la historia local. Hay que reconocerle que, de los tres, fue el que más publicaciones hizo.
¿Quedó la historia local en orfandad? Es la pregunta que nos invade de incertidumbre, solo queda el reto y una senda abierta para que sus discípulos como Alejandro Rutto, Daniel Serrano, académicos como Miguel Ortega, autor de una muy sustentada obra sobre el poblamiento de Maicao, retomen esos legados y se pongan a la vanguardia, pues las generaciones venideras, sí que van a sentir ese vacío de vivir en un pueblo con historia y sin historiadores.