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Los mecenazgos en el vallenato, más allá de los marimberos

                  

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 Por Abel Medina Sierra

Uno de los más recurrentes estigmas con los que se suele atacar a los intérpretes vallenatos, tiene que ver con oscuros mecenazgos con los que se ha instaurado una narrativa que más parece una leyenda negra que muchos malquerientes de este género se han encargado de difundir. La música vallenata no suele ser objeto de valoraciones neutras, se defiende con pasión o se ataca con virulencia y, quienes los hacen, sus principales armas tienen que ver con su primordial diatonismo y los saludos hacia personajes del bajo mundo.

Inicialmente, si somos justos, son pocos los géneros musicales que en Colombia y el mundo se escapan a los mecenazgos. Si alguna de las artes ha requerido del apalancamiento de algún generoso productor, financiador, patrocinador, favorecedor o como se le llame, ha sido la música. Si al vallenato se le ha endilgado que su difusión fue aupada, en parte, por la bonanza marimbera, el periodo de oro de la salsa en Cali también coincidió con el esplendor del cartel de esa ciudad; la de la música popular de despecho con el esplendor de las bacrim y el narcotráfico, tanto que muchos de los videoclips de estas canciones se han grabado en fincas de narcos y jefes paramilitares. También muchos porros han exaltado la riqueza de los terratenientes y grandes ganaderos de la sabana quienes han fungido como mecenas de los autores e intérpretes. 

Hubo mecenazgo de los barones de la bonanza marimbera sobre algunos intérpretes vallenatos, en especial los más exitosos de La Guajira, Cesar y Magdalena, indudablemente. Sus parrandas y festejos fueron animados por los intérpretes de moda y de su gusto. De la prestación de un servicio pasó a la lisonja: los saludos y las canciones de exaltación.  Pero, quienes más han requerido siempre el servicio de los músicos son los ricos, así que los marimberos no han sido los únicos mecenas que ha tenido la música vallenata, sino que este ha atravesado toda la historia de este género, mucho antes que los cantantes de la nueva ola se montaran en la “warrineta” (“Warri por acá, Warri por allá”), que pusieran de moda a “La silla” Elkin Javier López o al “Ñeñe” Hernández.

Francisco el hombre, quien fue el primer músico vallenato que gozó de fama, también tuvo sus mecenas como los Camargo e Ivo Iguarán en Machobayo. Para entonces, el periodo de los cantores campesinos, el mecenas era el hacendado rico del pueblo, ese que para sus festejos convocaba a los músicos de la comarca a los que solía también socorrer en sus afugias. Un testimonio recogido de boca del juglar Diego Sarmiento, da cuenta que se residenció en Machobayo porque los Camargo lo acogieron cuando ya Francisco el hombre envejeció, lo mantenían y hasta le dieron un pedazo de tierra para cultivar.

El repertorio de Luis Enrique Martínez, Alejo Durán, Abel Antonio Villa o Pacho Rada, es prolijo en canciones dedicadas a terratenientes, hacendados o ganaderos pudientes, no todas compuestas solo con la sana intención de exaltar la amistad, sino con el propósito de obtener un mecenazgo duradero. Siempre hubo un acaudalado ganadero dispuesto a socorrer a Rosalbina, esposa del Pollo Vallenato, durante sus giras que podían durar hasta un año, nos contó una vez su sobrino y guacharaquero Chan Martínez. 

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Cualquier escrutinio arrojará que hay más canciones de estos autores dedicadas a sus mecenas que las que surgieron en el periodo de la bonanza marimbera.  Claro y sin duda, unos dedicados a un negocio legal y los otros a otra que, aunque en el papel era ilegal, el mismo Estado colombiano lo naturalizó al poner al Banco de la República a comprar los dólares que entraban a través de la llamada “ventanilla siniestra”.

En ese periodo inicial de mecenas asociados a la ganadería y la agricultura, también ocurrió la bonanza algodonera cuyos barones también sonaron en los vallenatos de moda. Después comenzaron a surgir los mecenas del mundo de la política. Aníbal Martínez Zuleta, López Michelsen, Pedro Castro quizás fueron de los primeros, cada uno de ellos con muchas canciones en su honor.

La práctica no terminó y hoy, lo primero que hace alguien que piensa lanzar su candidatura a un cargo público en la región, es comenzar a “vender su nombre” a través de saludos por parte de los cantantes vallenatos de moda. En departamentos como La Guajira, no ha habido alcalde o gobernador elegido que no haya sonado en una canción.

Por las canciones vallenatas han pasado como mecenas desde empresarios de las apuestas como la famosa “Gata” Emilse López, hasta de los bienes raíces como la célebre “Mama Beatri”, de la infraestructura como Emilio Tapias, de la radio como Miguelito Char; zares de los moteles como Joseíto Maestre, grandes juristas como Jorge Pretelt (quien, incluso financió el libro de lujo sobre Adolfo Pacheco), contrabandistas como Santa Lopesierra, profesionales de la medicina como Daniel Zabaleta Díaz, odontólogo sobrino de Diomedes que los vallenatos promocionan como “La sonrisa del Valle”,  industriales como Christian Daes y muchos comerciantes como Hernando Castro y su almacén “El terremoto” en Valledupar, muy mencionado por cantantes de moda en una época.

El beneficio del mecenas, según la historia y el sentido de la palabra, no se limita solo al apoyo económico, también incluye otro tipo de influencias, de allí que hay modalidades de mecenazgo en la escena del vallenato. Es mecenas aquel que suele pagar varios millones por un saludo y que el cantante sabe que lo hará cada vez que grabe. Otros mecenas son los que evitan visibilizarse a través de los saludos, pero que el intérprete siempre será contratado en sus festejos. También aquel propietario de medios o director artístico de cadenas de emisoras que garantiza que el intérprete esté “pegado”.

Están aquellos organizadores de festivales y conciertos que mantienen al intérprete en su parrilla de manera permanente; igual aquel que cada vez que sale su álbum le aporta vallas, afiches y otras piezas publicitarias. Hay favorecedores desde el que le presta maquinaria al cantante para su finca, el que le fía (recordemos el saludo de Silvestre Dangond (“…fíeme que después le pago”), el finquero que siempre lo aprovisiona con sus saquitos de yuca o su buen trozo del mejor queso y muchos que están dispuesto de sacarlo de cualquier apuro económico, servirle de padrino y hasta ayudarlo a conseguir una “obrita” para su pueblo como la villa olímpica de Urumita, a vox populis gestada por Silvestre Dangond.

Que ha habido mecenazgo en el vallenato nadie lo niega, unos con credenciales honorables y otros no tanto. Nuestros músicos suelen recibir el billete sin preguntar de dónde viene. Lo que es discutible es que este mecenazgo solo apareció y existió durante la llamada bonanza marimbera: también se dio en anteriores y posteriores bonanzas y recesiones.

Una búsqueda más rigurosa arrojará también que desde que a finales del siglo I a. C, Cayo Mecenas comenzó a apadrinar a artistas y los Medici de Florencia lo llevaron a la modernidad en el renacimiento, han sido muchos los intérpretes del mundo y los géneros musicales que se han beneficiado. Donde haya dinero, allá irá algún músico a buscarla para escalar en su carrera.     

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