Por Abel Medina Sierra
Inicio excusándome por la redundancia del título, hecho consciente para los efectos retóricos del asunto que me ocupa. También es redundante por los diversos escritos que se han divulgado últimamente sobre el tema de los recurrentes bloqueos en las vías de La Guajira.
A falta de actualización de las cifras (el 10 de octubre iban 70), conjeturo que el 2023 cerró con una cifra que bien podría llegar al centenar de bloqueos de vías en el departamento como salida desesperada para lograr la solución de alguna necesidad, recibir la atención de alguna entidad o pactar una compensación. Esto nos pone a la cabeza a nivel nacional en acciones de hecho que terminan interrumpiendo la libertad de tránsito de los ciudadanos. La prensa nacional ya ha exacerbado esa mala imagen del departamento como lo demuestran sendos titulares de El Tiempo el año anterior: “La Guajira es la región con más bloqueos en el país: hasta bloquean por adelantado”, “hasta por equivocación bloquean”.
El 2024 vislumbra un panorama nada alentador, lo que representa una seria amenaza para la competitividad, el turismo, el comercio y el transporte en esta irredenta región. En La Guajira, nos estamos acostumbrando a resolver necesidades bloqueando vías. A esto se suma, los bloqueos gestados por una organización de líderes llamada Nación wayuu que ya hizo retirar a una de las empresas generadoras de energía eólica y ahora se empeña en una sistemática y brutal campaña de saboteo a la minera Cerrejón para exigir una “consulta previa” sobre un proyecto que lleva en operación 40 años.
Ya se ha escrito hasta la saciedad sobre los efectos de estos bloqueos de vías, pero me quiero referir a algunos intangibles que son tan o más peligrosos y amenazantes como aquellos riesgos para la economía. Las tomas de las vías no solo bloquean vehículos con carga o pasajeros, también comienzan a crear muros que separan culturas, poblaciones. Si alguien ha padecido los rigores de los bloqueos en las vías es quien estas líneas escribe, pues por mi trabajo debo transportarme entre Riohacha y Maicao varias veces a la semana. Por lo tanto, puedo dar testimonio de cómo los bloqueos han ido creando fisuras de entendimiento y coexistencia pacífica entre alijunas e indígenas wayuu.
Las noticias solo dan cuenta de dónde, cuándo, quiénes, cómo y a veces, porqué se dan los bloqueos, la mayoría de éstos protagonizados por indígenas wayuu. Pero los que viajamos podemos palpar las reacciones, las emociones y los comportamientos que se generan en quienes terminan pagando por problemas de los que ni siquiera tienen conocimiento. Me he encontrado con frase desobligantes contra los que bloquean, los tratan de “atenidos”, “abusivos”, “flojos”, “limosneros”. He escuchado insultos desatinados como que bloquean para que les den dinero y así comprar chirrinchi, que cada vez que tienen hambre salen a bloquear. No ha faltado el compañero de viaje que hasta pide el exterminio de los wayuu porque les achacan haber detenido el progreso en La Guajira. Los wayuu que bloquean no saben cuánto resentimiento y despectivos comentarios dice en voz baja ese pasajero que mientras hace trasbordo los mira con desdén y que calla ante ellos por temor.
Algunos de los comentarios más despiadados vienen de los conductores de buses y de camiones de carga. Cierto día, escuchaba la charla encendida de odio de algunos de ellos, deseando que algún día llegue algún mulero aburrido y arrase con su camión a los indígenas que bloquean una vía.
El tema se está calentando tanto que ya los viajeros ni siquiera preguntan el porqué de las tomas de vías. No les interesa, solo lo ven como una práctica que se volvió costumbre. Eso no es un dato menor, pues en la medida en que la gente no conozca lo que motivó el bloqueo, no sentirá ningún tipo de solidaridad con quienes la protagonizan. A eso se suma que quienes bloquean tampoco se preocupan que esas personas a las que perjudica se pongan en su lugar y apoyen su causa.
Los bloqueos, entonces, están comenzando a crear barreras de tolerancia, de solidaridad, de coexistencia pacífica entre los que transitan (muchos solo van de paso como muleros, migrantes, retornados, turistas) y los que obstaculizan la vía. Se está generando un escenario similar al que conoció el país con el estallido social del 2021, el cual reveló las confrontaciones entre la población criolla (y en su mayoría blanca, “gente de bien”) de Cali y los indígenas del Valle del Cauca y Cauca; todo esto se fue creando por los frecuentes bloqueos de la vía Panamericana por parte de los pueblos indígenas. Unos bloqueos que los caleños fueron interpretando como atentados contra su bienestar y que, lastimosamente fueron “bloqueando” el buen entendimiento y la convivencia entre lo rural indígena y lo urbano criollo y afro.
Eso está pasando entre los wayuu y los criollos de La Guajira como efecto peligroso de los bloqueos. Mi compañera sentimental, que es wayuu, se dolía por los comentarios de cibernautas guajiros en redes con ocasión del reciente arribo de un crucero al Cabo de la vela. La mayoría no expresaba alegría, sino que auguraba los peligros para los turistas por pisar territorio wayuu. Como si los wayuu solo merecieran malas noticias, como si desearan que la atávica condena al hambre, la sed y la exclusión se hiciera eterna entre nuestros indígenas. La población no indígena que, generalmente era solidaria con las necesidades de los wayuu, a causa de estos bloqueos cada día diluye esa comunión y la remplaza por la intolerancia.
Todo esto llama a una reflexión. Una acción menos pasiva del Estado para crear canales a través de los cuales se expresen y se gestionen las múltiples necesidades de estas comunidades sin que se llegue a afectar a los demás. Una toma de conciencia por parte de los líderes wayuu para explorar otras formas de reclamación y, sobre todo, mayor comprensión de nosotros los afectados, de tal modo que no sigamos satanizando a los wayuu y metiéndolos todos en un mismo saco de estigmatizaciones. Así que, ojo a los bloqueos que no son solo vías las que se están obstruyendo, también los lazos de hermandad, tolerancia y solidaridad.