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Lindantonella Solano Mendoza y su danza en el mar de las palabras

Crónicas de Viernes Cultural

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Por Miller Sierra Robles.

En 1909 Selma Lagerlöf obtuvo un logro histórico; se convirtió en la primera mujer ganadora del premio Nobel de Literatura; un galardón tan esquivo a reconocer el talento femenino que, a lo largo de su trayectoria, se ha entregado a ciento un hombres y a solo diecisiete mujeres. Gracias a los giros de la historia, ciento diez años después, en octubre de 2019, la poeta y psicóloga Lindantonella Solano Mendoza, representó a Colombia en el Festival Internacional de Poesía de Jönköping, el cual le brindó a esta joven escritora guajira una de las experiencias más emotivas de su vida, cuando fue invitada a Estocolmo para que la Federación Sueca de Escritores le entregara la estatuilla que lleva grabado el nombre y el rostro de Lagerlöf como reconocimiento a su talento y pujanza.

“Es un premio que me llena de orgullo porque Selma representa el empuje y perseverancia de las mujeres pero, además, porque era maestra y escritora como lo fui y lo sigo siendo yo”.

Las huellas de Lagerlöf, una maestra de escuela rural, vehemente defensora de los derechos de la mujer y recursiva escritora que nutre su palabra de la tradición oral y el folklor primigenio de su país, reflejan sus destellos en la vida de Lindantonella, que danza en similares avatares, ya que, además de psicóloga, es también una líder social que promulga por la equidad de género, tallerista literaria, docente universitaria y una consagrada educadora infantil. Lleva más de veinticinco años alfabetizando y fomentando la lectura en La Guajira; especialmente en su natal Riohacha, donde lidera procesos formativos para promover el arte y el emprendimiento con enfoque étnico y de género, y los Yootopüule o círculos de la palabra, orientados a mejorar las capacidades lectoras de niños y jóvenes migrantes, afrodescendientes e indígenas, con los que llega a comunidades indígenas rurales y urbanas, como Villa Fátima, y barrios como La Lucha y La Luchita, que cargan la tristeza implícita de la pobreza hasta en sus nombres.

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“Este ejercicio de promoción de lectura es un espacio muy hermoso desde las sendas de los sectores más vulnerables. Durante este desarrollo doy gracias al gran Dios, el gran Shaddai, por ponerme la creatividad con la que he podido emprender mis cinco libros, uno de los cuales fue editado en Suecia”.

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Además de su primer poemario, Kashii de 7 eneros, que fue publicado en la compilación antológica “Palabra y Residencia” (2008) y un año después por la editorial La serpiente emplumada; el quehacer literario de Linda se puede apreciar en sus siguientes libros; el segundo fue En la Cuerda del Silencio (2009), un tiempo después vino el tercero, Todos los nombres y una luna (2018), el cuarto es El aliento de los días (2019), y el quinto, que espera publicar cuando termine la pandemia, se titula Tanta agua y aún con sed. Adentrándose en la narrativa, ha escrito cuatro cuentos infantiles: El Colibrí en vuelo, Yo la Mariapalito, La Danta imaginaria y El Flamingo despistado.

“Cada día debemos hacer historia, para el bien, para la paz y también para la esperanza de las generaciones, sin importar de donde provengan. Que bueno sería que tengamos esto siempre presente. Sigo como sembradora y tejedora de la palabra desde diferentes surcos y siempre que sueño a mi tierra, Süchiimma, la sueño grande para el mundo”.

Ese noble ejercicio de promocionar la lectura en La Guajira es, en la práctica, una labor agotadora, tanto física como espiritualmente, pero Linda ha perseverado, centrando su trabajo en dos fundaciones de las que es miembro fundadora; la fundación Atrapasueños, reconocida por ser la organizadora del Festival de Poesía Alternativa, y la corporación Pezcarte, desde la cual desarrolla actualmente actividades literarias en hospitales, poblaciones de migrantes y escuelas públicas con iniciativas como el programa Mediadores de Paz del Banco de la República.

“Con Mediadores de Paz también he representado a Riohacha y La Guajira en varias ciudades del país, reflexionando sobre este arte de la promoción de lectura, de llevar a todos lados ese mar literario nuestro porque, como decía mi profesora, la hermana Teodosia Josefina Zúñiga, La Guajira es el templo al aire libre donde se recrea el ritual de lo imposible”.

Sin duda son valiosos los aportes estéticos de la poesía de Lindantonella Solano en la construcción de un horizonte literario propio en La Guajira, pero su contribución más cuantiosa es casi silenciosa y radica en ese acto mágico de hacer posible lo imposible y sembrar de palabras el desierto de la calidad académica en La Guajira; ya sea alimentando con literatura los ávidos cerebros infantiles a través de las meriendas literarias, fomentando la generación de nuevas voces con los talleres de escritura creativa, fortaleciendo el valor de la palabra con ediciones como El Püutchipu de la confianza y la paz, o emprendiendo concursos y editando cartillas como las compilaciones de literatura infantil Mar de Palabras. Desde todas estas y muchas otras actividades, con su perseverancia y empatía, Lindantonella Solano Mendoza sigue en la gesta de cimentar una nueva generación de autores guajiros que se nutran de la raíz de la milenaria tradición guajira para que su palabra vuele libre por las infinitas llanuras de su imaginación.

“Hasta ahora han sido muchas las siembras, infinidad de niños, jóvenes abuelos y comunidades que han podido ser beneficiarios de esta voz, de esta sencilla voz que soy yo como mujer, como mujer de acá, del vientre de Süchiimma”.

 

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