La poética de Bélgica Quintana, con la edad de la luz y la ceremonia pura de las palabras

Por Limedis Castillo Mendoza (poeta –narrador)

Debería empezar diciendo que Bélgica Quintana es una poeta de Riohacha o de La Guajira, pero no, es una poeta universal. Voz universal. Cada verso llega como aliciente íntimo al ejercicio espiritual de la lectura. En la obra La edad de mi sombra, primer libro de poemas, se inclina por arraigarlo todo, arriesga lo que queda, lo que la vida le ha dado y la ha llevado al trajín de las palabras con el transcurrir de los días, de los soles, las lunas y los años. Los suyos son poemas breves y profundos, leves e intensos. Poemas que nos recuerda a aquella «Canción de la vida profunda», de Porfirio Barba Jacob:

“Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles como en abril el campo, que tiembla de pasión: Bajo el influjo próvido de espirituales lluvias, el alma está brotando floresta de ilusión” (…)

Ya desde su faceta de artista plástica, daba claras señales de un talento por desarrollarse. Así, me arriesgo a decir que a su poesía se transfigura la capacidad de abstraer la realidad y la plasticidad surrealista, presentes en su obra pictórica. Aunque no es una poeta surrealista, dicho sea de paso.

Bélgica tiene unos poemas de corto aliento como el cáliz íntimo de un veneno poderoso; poemas sobrios, breves metáforas que revelan imágenes acaso oníricas o metafísicas de lo cotidiano. Poemas parcos que nos describen la paleta de sus colores, la abstracción de sus silencios y lo sapiencia humana de lo vivido. Su ingreso al grupo literario el Solar se dio al inicio de los años 2000 y así fue creciendo en su dimensión poética publicando primeramente en cartillas literarias del Grupo El Solar. Del año 2004, destaco el siguiente poema: Pintor:

Danza la sombra/ En el contagio/ De una naturaleza soslayada/ Una regla del destino/Traza/secreta el alma: Signos hechos en el exilio/ Confía en el tiempo/ Ligando a la luz/De la identidad perdida/El color de los reflejos.

Luego para el año 2006 publica en el volumen poético “Los hijos del pez, Doce errancias por una Guajira Luminosa” donde destaco la siguiente imagen:

Escribo al poema secreto/ de la fugaz memoria/ huyo con fuego/ en la curva enloquecida. Luego en el 2020 publicó en la Antología Septentrión – Antología de la poesía en EL Solar.

Al leerla, quizá pudiéramos acusar una cierta influencia de otros poetas como Alejandra Pizarnik, Jorge Luis Borges, Vicente García-Huidobro, Eugenio Montejo, Alfonsina Storni, Giovanni Quessep…

Por momentos, su metáfora parece desbordar el silencio, esa suerte de levedad con motivos verbales casi abstractos donde se juega la fe y el futuro; lo incierto, lo vivido y la muerte son recurrentes y se asocian a una constelación de imágenes y experiencia de los abriles. Ella, la poeta, alcanza la metáfora de la purificación: ya nada es perdido en su obra. Nada en su vida.
La poeta Quintana canta y celebra la vida, es ya poco lo que tiene por superar. Lo sagrado del lenguaje está en sus poemas como una sentencia; en un texto dice:

Cualquier día/ puede ser el día / la sombra / mi cuerpo/ el ánimo de andar/ por el camino que /conduzca a la vejez

Si bien nos parece que su estética es entonces un protocolo de despedida, ella opta por salvar la palabra, salvarse en la palabra.

Como todo poeta, tiene sus obsesiones. Su ceremonia pura es con la palabra, con el verbo andar y con los azules de su mar y su cielo inmenso.

Bélgica es un ser tranquilo, nada le perturba, ya ha transitado casi todas las etapas de un ser humano común y corriente, pero siendo poco común y poco corriente; sencilla sí, simple. Acaso por tal razón, la libertad, la inmanencia de la muerte, el tiempo que correo la memoria, la vida y su filosofía están en su estética vital, como lo vemos en el siguiente poema:

Estoy guardando /recuerdos/ Difícil es venir / sin las reglas de la vida. / Está aquí la realidad, / ese baúl de lo que hacemos.

En esa atmosfera poética universal no necesita de muchos objetivos para trascender la tarde al anunciar su voz, limpia como los manantiales que nacen en la Sierra Nevada. No tiene afán de aparecer y mostrarse en este mundo convulsionado de redes y autoelogios porque ha comprendido que ya es y que sus poemas son claros como el reflejo de la luna del primer Adán.
Quintana llena su construcción de insinuaciones, de detalles de lo cotidiano y lo efímero del amor, cada imagen lleva su propia profundidad, imágenes que se edifican en el tiempo presente, se edifican en el brío de las horas, lo que nos permite establecer una conexión con su existencia, por su paso entre los humanos. Su palabra muerde cuando la leemos a solas, cuando la leemos en silencio, cada metáfora tiene su caída en lo más insondable del ser, como decía Martin Heidegger: ¿Por qué hay Ser y no más bien Nada? Leamos el siguiente poema donde se refleja su existencialismo: Desde el centro del grito /oigo el paso de las sombras / como celebrando un culto o el funeral / de un dios de la calma que peregrina por caer sobre la tierra

Esta su opera prima obedece a una necesidad de existir de serse. De seguro Bélgica bebió del existencialismo del surrealismo. Apuesto a ciegas que saboreó la poesía de Alejandra Pizarnik, esa gran argentina que proclama en el poema «Despedida»:

Mata su luz un fuego abandonado. /Sube su canto un pájaro enamorado. / Tantas criaturas ávidas en mi silencio y esta pequeña lluvia que me acompaña.

El crepúsculo de su vida como tema que apunta a mostrar la edad de la sombra es esa poesía que se nos revela hoy y nos muestra un Yo lírico que se convierte en un nosotros, por ejemplo cuando dice: canto, río: nada ha pasado sólo el tiempo que de la realidad descuelga. Así construye lo subjetivo de lo humano y nos lleva o más bien nos permite indagar por la esencia de los hechos, el tiempo inexorable e inefable de las etapas de la vida.

La metáfora, su voz, lo musical de sus poemas nos explican que la vida tiene sentido, que nunca es tarde. Cada palabra, cada acto humano deja huella en el tiempo, como vehículo de lo vivido. De tal modo nos los muestra en el poema:

En el vacío se siente latir/ calla el espíritu/ se agrieta/ la mirada languidece/ y se fuga otro recuerdo/ ayer fue sólo un día por preguntar cómo/ cuándo te vi/.

Este es, sin duda, un yo autobiográfico que subyace a una negociadora con la tradición universal, pues su poesía es una autoetnografía, para decir más con menos palabras y cantar la vida; y eso, que no es poca cosa, se le abona a esta poeta, a Bélgica Quintana; así como suena BÉLGICA QUINTANA, con mayúscula sostenida.

Concluyo diciendo que los poetas no somos de nadie. Tal vez seamos del tiempo, la noche y sus misterios; de las estrellas y su efímera luz de otros milenios. Cada poeta es la palabra que profesa, cada poeta es el orfebre de su propio tesoro, que son palabras. Así lo afirmaba Neruda en su libro «Confieso que he vivido» (Con el perdón de los americanistas):

Se llevaron el oro y nos dejaron el oro/ se llevaron todo y nos dejaron todo/ Nos dejaron las palabras.

La poesía de Bélgica Quintana deja un legado y una posibilidad que tenemos como lectores de sumergirnos en la alteridad de su mundo posible. La edad de mi sombra es la edad de su luz más intensa.

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