Hector y Efrain

No estamos condenados a la tragedia. Podemos asumir diversas actitudes frente a la muerte y al destino: . Hoy quiero contrastar dos de ellas: la primera la de Héctor, el héroe homérico de la Ilíada, y otra la del compositor Efrain Barliza un hombre del Caribe, una región cuyos habitantes están constituidos de retazos de pueblos y fragmentos de culturas.

Todos conocemos la ira de Aquiles hacia el héroe troyano Héctor quien dio muerte a su amigo Patroclo. En su libro, La muerte de los héroes, Carlos Garcia Gual nos dice que Héctor teme enfrentarse a Aquiles pues sabe que ello conllevará inescapablemente su propia muerte. Solo afronta a su adversario movido por el sentido del deber y el respeto a los suyos. Siente dolor al pensar en su esposa, Andrómaca, y en su anciano padre, el noble Priamo, quien le ha suplicado no aceptar el funesto reto. Héctor ya ha sido tocado por la muerte y se dispone a morir de manera heroica para que perdure su noble recuerdo. Su única salida es transformar su muerte en gloria imperecedera. Derrotado por Aquiles el héroe se convierte en tema de canción y ello es una manera de acercarse a la inmortalidad como esta bellamente consignado en la obra de Homero.

Efrain Barliza era un joven riohachero con inclinación a la música y a la talla de la madera que en la mitad del siglo pasado fue en busca de fortuna a un naciente y arenoso pueblo en la frontera con Venezuela. En ese entonces Maicao era un poblado desértico en donde se conseguían con facilidad dos cosas: el dinero y la desgracia. En sus primeros días allí asiste a una fiesta y comparte azarosamente la mesa con un desconocido. Este, al final de la noche, le desafía a muerte y establece que el duelo deberá realizarse al despuntar la mañana. Efraín acepta con viril dignidad y cuando despierta, ya sin los efectos del alcohol, ha olvidado el riesgoso compromiso. Su estómago le recuerda una cita más apremiante pues ha sido invitado a un suculento desayuno donde su entrañable amigo Camito Aguilar. Cuando llega a a casa de su anfitrión se entera de que el desconocido con quien se ha desafiado es Chamio, el pistolero más peligroso del pueblo. Sus posibilidades de triunfar ante el eran las mismas que tiene una cabra colgada de una pata frente al filoso cuchillo de su desollador.

Efraín es un hombre del Caribe que, a diferencia de Héctor, no tiene en sus espalda el peso de la historia. Es, como dijera Derek Walcott, un hombre adánico y. por tanto, a la espera de grandes prodigios. Ante la demora de su antagonista Chamío le envía padrinos apremiándole para que se presente al duelo. Sin levantarse de la mesa Efraín le responde a los siniestros emisarios: “Díganle al Sr Chamío que primero he aceptado la invitación a la casa de mi gran amigo Camito Aguilar, en donde voy a degustar una dorada costilla de cordero, acompañada de unas crujientes arepas de “maíz pilao” y una refrescante chicha de maíz que bajaré luego con un guarapillo de café. Como suelo hacerle siesta al desayuno me despertaré a media mañana y después saldré a zancajear un revolver prestado. Si lo encuentro voy. Si no que no me espere”.

Barliza sigue plácidamente el curso de su prolongada vida y se dedica a la carpintería y a componer canciones vernáculas. Entretanto se dice que en la plaza de El cacaíto, en Maicao, el fantasma de Chamío aún sigue esperando a Efraín.

Por Weildler Guerra Curvelo*.

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