El salvajismo que estanca a La Guajira: Reflexiones para el cambio del sector público

Por: Juan Felipe Romero Sierra**

Trabajar por La Guajira siempre será la más grata, noble y satisfactoria de las experiencias profesionales que pueda tener. Retribuirle con servicio lo que en bendiciones me ha regalado mi tierra natal. En estas líneas comparto algunas reflexiones sobre lo que para mí ha implicado trabajar para el sector público en esta región tan inspiradora, pero a la vez tan compleja para el ejercicio de la administración pública, para sembrar semillas de cambio y para transitar sus caminos manteniendo principios innegociables. Vivencias que no solo se encuentran en La Guajira, sino que también las podríamos conseguir en otras regiones del país o del mundo.

Entre mediados de 2020 y primer semestre de 2021, me sumé al esfuerzo del Gobierno en turno para apoyar los planes de solventar la necesidad esencial e histórica del departamento en materia de acceso a agua potable. Un reto que debería, bajo cualquier administración, superar las diferencias políticas y los intereses personales de quienes buscan sacar provecho. Fue una verdadera expedición, con un norte claro, con días de sol y alegrías, pero también con mareas altas y tormentas, dando señales de lo retador y lleno de obstáculos que sería el recorrido.

Para navegar por esa ruta fue fundamental entender que la gestión pública no es exacta como las matemáticas y no hay un único camino para lograr la meta. Implica escuchar y, de ser necesario, replantear ideas; es ponerse en los zapatos del otro.

Pero además, este intento por llegar a buen puerto, requiere desarrollar habilidades para sortear, resistir y avanzar en medio de las presiones de múltiples actores. Desde algunos políticos y contratistas, hasta funcionarios de gobierno y de entes de control que, sin generalizar, intentan poner entre la espada y la pared lo que eres como persona: tu historia, tus creencias y tus convicciones. Mensajes como “ya sé por dónde te voy a agarrar”, “pagas o estás a punto de que te metan preso” o “nadie se dará cuenta, aquí todo el mundo lo hace” han hecho parte del salvajismo que uno encuentra en esa expedición. El mismo al que le empiezas a incomodar si no accedes a sus pretensiones, el que intenta desorientar el rumbo y el que suscita la desconfianza constante para favorecer el sometimiento de la ciudadanía.

Ese al que el cuerpo, el alma, la fe y el espíritu le van creando su propia inmunidad. El mismo salvajismo del chisme en la calle, el de WhatsApp, el de las redes sociales y el de algunos medios de comunicación. El mismo que también juzga, señala y culpa por el retrovisor, y se deleita enlodando el buen nombre. Ese, desafortunadamente, es parte del salvajismo que tiene estancada a La Guajira, que intenta intimidar y limitar la libertad de nuevos liderazgos.

¿Pero cómo navegamos en medio de ese salvajismo? Por un lado, no cediendo nuestros principios innegociables, aquellos que las trampas del poder y de la corrupción asechan constantemente. No dar o recibir un peso o negociar un contrato para atender intereses particulares. Mantener la conciencia tranquila es sinónimo de protección, de aprendizaje, de fortaleza y de una firme convicción de que se recorre y se recorrerá el camino correcto. Y, por otro lado, intentar construir confianza con pequeñas o grandes acciones: por ejemplo, junto con un equipo maravilloso de profesionales organizamos visitas de obra con miembros de las comunidades, líderes de opinión y periodistas, hicimos visibles las licitaciones y procesos de selección mediante ferias de contratación, capacitamos a ciudadanos para que revisaran periódicamente la contratación en la plataforma Secop II, y solicitamos acompañamientos preventivos a los entes de vigilancia y control alrededor de la gestión. Fueron acciones que marcaron claramente un sello memorable en la administración.

No obstante, nunca será suficiente. Siempre habrá oportunidad para avivar la audacia por más y mejores resultados. De hecho, ese es el objetivo. Y a pesar de los costos, las trabas y los pocos incentivos que dificultan la llegada y permanencia de nuevas y buenas personas al sector público, existe la esperanza de que se puede soñar y trabajar por una Guajira distinta, por una Colombia distinta.

*Economista de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en políticas públicas de la Universidad de Oxford.

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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