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Por Weildler Guerra Curvelo.
Hace pocos días se publicó el informe global anual sobre desarrollo humano (IDH), llamado “La próxima frontera: el desarrollo humano y el Antropoceno”. Es un informe rico en nuevos enfoques para la medición del desarrollo humano y a la vez es un insumo en la reflexión colectiva y la toma de decisiones vitales para el futuro del planeta. El escrito considera que se han encendido luces de alarma respecto a nuestras sociedades y advierte sobre la pérdida de biodiversidad a un ritmo vertiginoso causada por un único organismo: el ser humano. Se incorpora en su contenido lo dicho por un coro creciente de voces de la comunidad científica: nos adentramos en “una nueva época geológica, el Antropoceno, en la que los seres humanos somos una fuerza dominante que condiciona el futuro del planeta”.
El reto, sin embargo, es ¿cómo abordar conjuntamente esta nueva época y no quedarnos solo en la contemplación o, peor aún, en la negación de potenciales escenarios catastróficos? Frente a esto la tarea no es simple, pues se trata de ampliar las libertades humanas y, al mismo tiempo, de aliviar las presiones planetarias. Las decisiones humanas, condicionadas por nuestros valores e instituciones, nos han llevado a esta situación. También depende de la voluntad humana el poder responder a sus consecuencias mediante la toma de decisiones deliberativas, participativas y soluciones basadas en la naturaleza.
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Un referente importante en el informe es la contribución de los diversos pueblos indígenas del mundo. Se considera clave apoyar las prácticas de los pueblos indígenas que sustentan la biodiversidad, dado que las tierras administradas por dichos pueblos constituyen alrededor del 25 % de la superficie terrestre y se estima que albergan el 80 % de la biodiversidad mundial. El conocimiento de los pueblos indígenas refleja concepciones y prácticas de gobernanza sofisticadas que promueven el bienestar humano manteniendo la diversidad biocultural. Mientras eso se propone desde el mundo democrático y la comunidad científica, en Colombia sectores anacrónicos llaman terratenientes a los indígenas y buscan la disolución de sus resguardos.
El primer lugar en el Índice de Desarrollo Humano de 2020 lo ocupó Noruega y el último, Nigeria. Colombia se situó en el puesto 83 entre los 189 países medidos. Sin embargo, si se ajusta el Índice de Desarrollo Humano por presiones planetarias, en el que se incorporan las emisiones de dióxido de carbono y la huella material de los países, muchos Estados ricos pierden su ubicación en los primeros puestos.
En el mundo hay signos inquietantes de retroceso democrático y aumento del autoritarismo. A pesar de sus contribuciones en favor del planeta, los indígenas son víctimas recurrentes de la violencia. Entre 2002 y 2017 fueron asesinadas en varios países 1.558 personas por defender el medioambiente. Un 40 % de las víctimas en el año 2019 eran indígenas.
El informe debería alimentar un extenso debate en la sociedad colombiana sobre el futuro del país, pues en él también se advierte que el contexto de fragmentación social dificulta la acción colectiva en todos los ámbitos, desde la pandemia de COVID-19 hasta el cambio climático.