¡Clamor en el desierto!

Por Amylkar D. Acosta Medina.

Sorprende sobremanera el hallazgo de un documento de tanta importancia y trascendencia como es este Memorial de agravios que presentara en 1938 Antonio Joaquín López Epieyú al Comisario Especial, pero cuyo destinatario era el Gobierno Supremo. Lo primero que cabe resaltar es que a través del mismo él asume la vocería de la comunidad Wayúu, como intérprete de sus carencias y dolamas, productos del abandono y la desidia de las autoridades. Al hablar del “estado social en descomposición” que agobiaba al nativo, hace énfasis también en el desgobierno, que propicia la violencia inveterada y los abusos recurrentes contra la inerme población civil. Era tan ausente el Estado que el nativo “no sabe todavía que el territorio en donde ha nacido, crecido y vivido es parte indisoluble de la Soberanía Colombiana”, que entonces como hoy era carente de significación para él.

Camilo Torres en su Memorial de agravios se quejaba ante la corona española porque “España ha creído que deben estar cerradas las puertas de todos los honores y empleos para los americanos. Estos piensan que no ha debido, ni debe ser así: que debemos ser llamados igualmente a su participación, y así será nuestro amor y nuestra confianza más recíproca y sincera. Debemos arreglarnos, pues, también en esta parte a lo que sea más justo: que el español no entienda que tiene un derecho exclusivo para mandar a las Américas, y que los hijos de éstas comprendan que pueden aspirar a los mismos premios y honores de aquéllos”.

En este otro Memorial, en el de Antonio Joaquín, también se ponía de manifiesto la discriminación y la exclusión de la cual era objeto la población nativa, habida consideración de que ninguno de los suyos podía tener acceso a los cargos públicos. Estos eran detentados por personas extrañas a su idiosincrasia, a su costumbre y a su lengua, lo cual además de traumático era origen de muchos de los desencuentros entre la autoridad y los aborígenes.

Delata también este Memorial la forma como se proveían los cargos públicos, primando el “favoritismo y el compadrazgo de odiosa tradición conservadora”, igual que ocurre actualmente, en donde no ha sido posible que se acceda a los cargos por méritos y competencia, que exista una verdadera carrera administrativa. Es decir, que poco han cambiado las cosas de entonces a hoy, el clientelismo sigue siendo un mal atávico y con una gran raigambre en nuestra cultura política. Es más, describe este Memorial el carácter parasitario de la “fronda burocrática” que denuncia por ser además de inepta parasitaria, “circunscrita al estrecho radio de su Oficina central” y sin capacidad disuasiva alguna, ya que ni siquiera disponía de un piquete policial como pié de fuerza.

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No obstante, López seguía creyendo en el Gobierno Supremo y estaba esperanzado en que “fiel a sus patrióticos propósitos de redención para con la Península”, dado el advenimiento de la República Liberal con la Presidencia de Eduardo Santos, se le diera solución por parte del mismo a los múltiples problemas que asediaban y siguen asediando a los indígenas Wayúu. Aduce el Indio López que “si las ideas de transformación que inspiran la República Liberal han de germinar y prosperar en todas las comarcas del país”, La guajira no puede ser la excepción. Sobre todo esperaba mucho de él en materia educativa, dado que esta había quedado prácticamente en manos de la Comunidad de los capuchinos que regentaban los Orfelinatos.

Pero su misión se encaminaba más a la catequesis que a la formación; como se dice en el Memorial, allí los “chinitos” salían sin aprender siquiera la cartilla de abecedario, no podían mostrar ni “un solo indígena civilizado, si por ello entendemos…que hable y escriba correctamente su propio idioma”. Por ello, además de reclamar por la pésima calidad de la educación hablaba de la necesidad de “escuelas complementarias” tendientes a suplir tales deficiencias. Hoy, 86 años después la educación en La guajira, y no sólo aquella reservada para las comunidades indígenas, sigue caracterizándose por su mediocridad y desatención.

Y qué decir de la sed milenaria que ha padecido la comunidad indígena y el repetido fracaso de los planes gubernamentales tendientes a resolver el “problema de provisión de agua tantas veces debatido en el Senado de la República y tantas otras discutido en los ministerios y erróneamente resuelto por el ejecutivo nacional”. En él también se denuncian las “costosas obras”, el “fracaso del ingeniero criollo” y hasta del “joven hidrólogo teutón” de títulos nobiliarios, que conforme apareció desapareció sin que se supiera más de él, al igual que ha ocurrido con tantos advenedizos en la península. De allí que el desencanto y la desilusión de los nativos sean tan recurrentes como las promesas incumplidas por parte de los alijunas, hasta hacerse inveteradas.

Para la muestra un botón: este aparte del Memorial parece que se estuviera refiriendo a cuanto ha sucedido en los tiempos recientes con el carrusel de la contratación la adquisición de los carros tanques, dizque para solucionar el abastecimiento de agua a las comunidades Wayüu, las ollas comunitarias, supuestamente para paliarles el hambre y los jagüeyes, contratados por la inefable Unidad nacional de gestión de riesgos (UNGR), que hoy son piedra de escándalo, debido a que los recursos públicos se han ido por las cañerías de la corrupción y la inmoralidad administrativa. Nada distinto a lo que denunció el capitán manizalita Eduardo Londoño Villegas, fundador del municipio de Uribia, según lo consignado en el Memorial, en 1935.

concluir que los problemas no se resuelven con el simple paso del tiempo, que cuando no se les atiende y se les da solución se agudizan y se vuelven crónicos. El indígena guajiro sigue sin saber todavía “que el territorio en donde ha nacido y vivido” es parte de la nacionalidad colombiana, “ni menos tiene una idea de la existencia de la República como institución sagrada que debe amar, respetar y defender cuando las circunstancias del futuro lo impongan”.

Y no es para menos, dado el abandono del cual ha sido objeto y la enorme deuda social contraída por el Estado colombiano con la comunidad indígena. La sed, el hambre, la desnutrición y las enfermedades siguen asolando y azotándola inclementemente, todavía sigue esperando pacientemente que las autoridades se dignen “estudiar los males y dictar las providencias redentoras que tiendan a cortarlos de raíz”. ¡Mientras tanto, seguirán clamando en el desierto hasta que sean escuchados!

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