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La gaita wiwa, la música otra de La Guajira

Por Abel Medina Sierra

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En las representaciones sociales del país y en el mapeo de manifestaciones sonoras, La Guajira se asocia casi exclusivamente con la música vallenata. No es casualidad, entonces que quizás, el mayor aporte cultural de este departamento a la nación sea ese género musical antes campesino y regional y hoy masivo, popular y con nichos trasnacionales.

Por otra parte, y en menos proporción, aparece la música folclórica wayuu. Esa que se produce de manera individual (no existe el concepto de conjunto musical entre los wayuu), que tiene funciones de pastoreo y que hacen músicos aficionados no como actividad principal, se trasmite cara a cara y generalmente es de carácter anónima y temas bucólicos. Esta música puede ser oral como el jayeechi o instrumental cuando se usa la trompa (una especie de birimbao), y aerófonos como la maasi, wotorroyoy, talirray y wawai a los que se suma la kaasha de uso ceremonial para la yonna.

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Sin embargo, como suele suceder, en La Guajira lo wayuu termina invisibilizando o eclipsando manifestaciones de las otras etnias que tienen asentamientos en el territorio. Al referirse a las músicas de La Guajira, escasas veces se menciona las manifestaciones sonoras serranas como el chicote y la gaita.

Particularmente, me quiero referir a una música que se atesora en lo más adentro de la Sierra Nevada de Santa Marta y cuyo formato emergió a partir de lo ceremonial y que, con el tiempo tomó carácter profano y uso para el entretenimiento. Se trata de la gaita wiwa, interpretada por conjuntos de músicos aficionados cuyo formato está compuesto por dos flautas de cabeza de cera (llamadas regionalmente como gaitas), una o dos maracas y, desde tiempos recientes y por contacto cultural, por una caja pequeña de una membrana que se percute con baquetas y se cuelga de los hombros.

Con la apropiación del tamboril, la gaita wiwa adquirió un ritmo más bailable y terminó desligándose de lo ceremonial. Se tornó más mestiza al pasar de la gaita instrumental a la que presenta canto, generalmente usando la estructura de la cuarteta o copla. Carlos Nieves, un apreciado amigo de la Sierra Nevada me suele compartir videos de alegres parrandas, fiestas como bautizos, cumpleaños y hasta concursos con tarima y sonido amplificado en el que alegres parejas de danzantes se gozan la renovada sonoridad de una gaita que ya no es tan melancólica sino festiva. Sin embargo, las temáticas de los cantos mantienen una ligazón perdurable con la naturaleza (en especial, se le canta mucho a las aves) y los motivos bucólicos.

Solo basta escuchar una gaita wiwa (se pueden encontrar en la plataforma YouTube), para encontrar las raíces de la emblemática y muy difundida gaita que tuvo en San Jacinto, Bolívar, su principal epicentro. No se trata de una tesis arriesgada, pues varios trabajos de grado y de etnomusicólogos coinciden en que las músicas de gaita del Caribe colombiano parten de un tronco común de la Sierra Nevada, de allí que Guacamayal, Magdalena, sea otro epicentro de la gaita con tanto arraigo como en San Jacinto u Ovejas y donde, incluso, se organiza un Encuentro regional de gaitas cada año.

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Para Civallero (2021) y también para Olsen (2004),con la reorganización de las sociedades indígenas colombianas en el siglo XVIII, estos aerófonos –y los géneros musicales que se interpretaban con ellos– salieron de la Sierra Nevada y sus alrededores y se extendieron por (y fueron conocidos en) todo el norte de Colombia. A principios del siglo XIX, algunos de los viajeros que recorrieron la región Caribe de Colombia ya mencionaban en sus crónicas la presencia de gaitas en grandes ciudades como Barranquilla y Cartagena.

La Guajira dejó perder el único escenario de visibilización que resguardaba para la gaita serrana, pues hace más de 10 años se dejó de organizar el Festival de gaitas de Curazao, corregimiento del municipio de San Juan, en cuya zona rural hay mayor presencia de la etnia wiwa. Si algún festival en La Guajira, merece revitalizarse como escudo de salvaguarda patrimonial es este, pues convocaban todos los gaiteros de diversas comunidades serranas.

Los wiwas, pueblo con asentamientos en La Guajira y en menor proporción en Magdalena y Cesar, denominan el complejo de su lenguaje musical y danzario como shihkakubi.  La organología de la gaita wiwa está compuesta por un par de flautas de cera que ellos denominan watuhku, uno macho con un orificio y otra hembra con cinco. Son elaborados con el tallo de la planta kauzhi, la que una vez cortada se le denomina bunkuizhi. Los orificios se hacen con un tallo de gema, los que al frotarse generan fuego. La cabeza de la gaita o flauta se hace con cera de abeja, carbón vegetal y agua; el resultado que es la cabeza de la gaita se denomina nunga. Una pluma de wanawana o cóndor rey blanco es el remate de la cabeza de este instrumento aerófono.  Se acompaña de la aguna que son las maracas, las cuales se elaboran con el fruto del calabazo (taguna) y semillas de la planta lengua de vaca (tasuhku). 

La llamada gaita wiwa se suele ofrecer con fines rituales y asociadas a funciones culturales complejas. Para los wiwas la música y la danza son también una forma de pagamento a los padres tutelares y la madre naturaleza.  Se hace ante la llegada de la temporada de siembra para pedirle a los dioses Ade Kalashe, padre de los árboles; Ade Mulkeike, dios del sol o Abu saga, dios de la luna. Se canta para bautizar las semillas, con la recolección de cosechas, al nacimiento de un niño, para el bautizo y cura de las casas; al hacer entrega del poporo al joven o de la gayama a las mujeres.  Esto hace de esta expresión musical un lenguaje que no solo incita al esparcimiento, sino que tiene un uso cultural más complejo y diverso.

Proteger el patrimonio cultural es un compromiso de la institucionalidad cultural y territorial, de allí que hacemos el llamado para hacer visible y audible en la agenda cultural de La Guajira, la apropiación social de otras músicas como la wiwa, tan guajiras como como el vallenato, tan indígenas como las sonoridades wayuu.

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