Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural
Parafraseando al musicólogo de la Universidad del Valle, Héctor González, la música vallenata, es tan amada y defendida a morir por unos, como odiada y estigmatizada por otros. Aunque, las encuestas de consumo cultural han revelado que son más los que tienen a esta música como preferente, es muy común encontrar, en algunos círculos, quienes no tienen para la música vallenata, sino valoraciones despectivas, o solo enfatizan el lado b del género: los saludos a narcos, traquetos y políticos corruptos, el machismo de algunas canciones, los escándalos de Diomedes, Silvestre o Ana del Castillo.
Al vallenato le sucede como al reggaetón y la champeta. Hay música que a la gente los atrae o simplemente no le prestan atención, son neutrales en sus valoraciones. Pero el vallenato, reggaetón y la champeta se aman o se odian. Los que no la aprecian destilan veneno contra estos géneros, se pierde la neutralidad, es decir, a favor o en contra, hacen destilar la pasión.
Las músicas de origen campesino como la vallenata, suelen librar una lucha de años para lograr un posicionamiento y reconocimiento del mainstream. Recordemos que, los primeros vallenatos se grabaron con guitarra para recibir el aval de la industria discográfica y del público por fuera del Magdalena grande. El país supo del vallenato, primero en guitarra y de allí que, muchos creen que fue primero en cuerdas que en fuelle. El acordeón siempre ha sido visto con sospecha, por una atávica ligazón a la cantina, la bohemia y las clases populares, he sido testigo cómo, muchos maldicientes del vallenato, cuando escuchan estos cantos en arpa, guitarra, piano o violín, es que llegan a apreciarlos con buen recibo.
Una manera de menoscabar al vallenato, se presenta con las etiquetas. Esta música, así como otras del Caribe colombiano, aunque hacen parte de la nación, no se tienen como músicas nacionales porque esta etiqueta la acuñaron de manera exclusiva para las músicas andinas como el bambuco, el pasillo o la guabina. Tampoco como música popular, pese a que tiene todas las características de este tipo de músicas, ya que esa categoría de mercado se le endilgó solo a la música de despecho como la carrilera y las aclimataciones de la norteña mexicana. Aunque los análisis musicológicos, evidencian que hay mayor peso de la africanía que de otras culturas en el vallenato, tampoco se tiene como música afro. Aquí en nuestra región, cuando se habla de música caribeña, no se incluye al vallenato pese a haber nacido en el Caribe colombiano. Como caribeña solo se reconoce la música que viene de Cuba, Puerto Rico, incluso, la salsa neoyorquina. Tampoco entra el vallenato en la etiqueta de música tropical por mucho que seamos trópico. Curiosamente, la categoría más usada es la de folclor, aunque ya tiene muy poco de esa condición.
Entre la mayoría de musicólogos, músicos de formación universitaria, académicos de la música, el vallenato ha sido mirado con menoscabo por ser una música generalmente diatónica, lo que quiere decir, que muy pocos acordeoneros logran pasar de la escala de siete notas principales. Para esos gurúes, eso le da una valoración de música “menor” o “incompleta” al vallenato, pero el mismo Héctor González nos recuerda que también el canto gregoriano es diatónico y nada más universal y sublime que este tipo de música.
Otro campo en el que el vallenato suele ser atacado con hostilidad, es desde las escenas de músicas sabaneras y afrodiaspóricas. Algunos de este grupo de severos críticos del vallenato, le echan la culpa que el porro y la cumbia hayan perdido terreno comercialmente. En algunos hay una notoria contradicción: cuando los músicos vallenatos solo interpretaban las formas tradicionales (paseo, son, merengue y puya), los acusaban de regionalistas que estaban despreciando y excluyendo las músicas sabaneras. Ahora que todos los intérpretes, concilian vallenato con paseíto, pasebol, cumbia, porro, chandé, tamboras o gaita, esos mismos críticos salen a decir que los vallenatos se quieren apropiar indebidamente de su música, que ahora todo lo quieren hacer pasar por vallenato, o que este género fagocita e invisibiliza a los otros. Esto ha llevado a que, incluso, se creara una liga militante de defensores de la música sabanera, para “defenderse” del vallenato, es decir, atacarlo. Como si para vender nuestra leche, tengamos que echarle agua a la del vecino.
Por otra parte, en el mismo Cesar, algunos gestores y defensores de la cultura afro, pusieron el grito en el cielo cuando se creó la cátedra de vallenato para las escuelas del departamento. A pesar que el vallenato es la música de mayor relevancia social en Tamalameque, existe una innegable tradición de tamboras, por lo que los gestores de este municipio, liderados por Diógenes Pino, en lugar de reclamar la inclusión de sus legados afro, emprendieron una campaña estigmatizante contra el vallenato, sosteniendo que es una música que, como la caja de Pandora, promueve la infidelidad, el narcotráfico, drogadicción, alcoholismo, violencia contra la mujer y otros tantos males.
Unas veces por simple celo, en otras por gustos supuestamente elitistas, en algunas por ser objetivo de ataque en un proyecto regionalista o de esencialismo estratégico, el vallenato, por ser la música hegemónica comercialmente, es el fruto que está bien arriba del árbol musical de Colombia y que, para muchos, hay que tumbar.