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Por Marga Lucena Palacio Brugés.
Si pasas por mi tierra…
Si pasas por mi tierra, aprende a apreciar sus colores bonitos y a escuchar con oídos atentos, su ruido alegre y fiestero.
Guarda en tus bolsillos los prejuicios y etiquetas y déjate atender por la hospitalidad generosa y espontánea de su gente.
Sumérgete en el bullicio de la romería de paisanos que transitan sus callecitas, empujando con tesón la vida, pese a la constante sed y el calor inclemente, pero siempre con una sonrisa.
Cuando llegues a mi pueblo recuerda que lo sencillo es lo más bello y es lo mejor, y solo las almas sensibles saben distinguirlo y apreciarlo.
No olvides que una mochila, aunque esté tirada en el piso y tal vez mojosas por la arena del desierto y el salitre de la brisa marina, porta consigo la riqueza ancestral de artesanas
milenarias, de tradición y de mitos: llévala contigo con orgullo para que nos recuerdes y cuentes de tu increíble aventura en un paraíso exótico y misterioso, donde sol, sal, desierto y mar se funden en una sola imagen que jamás podrás olvidar.
Contenido sugerido:
Con pocos pesos podrás saborear una arepa de pilanderas de maíz cariaco y no le temas al color porque el sabor la supera y es ambrosía y manjar que ningún restaurante fino podrá jamás brindarte.
Cuando pases por mi tierra, no dejes a mis paisanos con las manos extendidas y acepta todo lo que te brinden créeme que será todo exquisito, porque el café a veces suele exaltar su sabor
con una astilla de canela, el jugo de mango es de la cosecha sabrosa del palo del vecino y están acabaditos de recoger y sea de azúcar, de hilacha o hasta de chancleta, las manos de la abuela
que durante años cuidaron del frondoso árbol, lleva la bendición de la Vieja Mello y todas sus oraciones y por ende a ti esa protección también te cobijará, si le pones fe.
No te sorprendas si al atravesar una calle, te encuentran en el medio de un partido de bola e’ trapo con porterías improvisadas con dos bloques de cemento, tu pateas a norte o a sur, donde prefieres, pero si haces gol no olvides de festejar con la muchachera y con las monedas que tintinean en tus bolsillos cómprate un boli, otra vez de mango, así la bendición se fortalece y echa cimientos en tu pecho.
Si al finalizar de una tarde estás en mi pueblo, es inútil que parpadees pretendiendo aclarar tu visión, pues no es una ilusión óptica, tampoco es un juego de tu imaginación, esa imagen que supera un cuadro de cualquier artista impresionista, ¡es real!, los atardeceres más hermosos del planeta nacen por estos lados y es todo un romance ver al sol seducir a la luna, que coqueta se asoma y lo despide, mientras el astro rey se desvanece de amor y se retira a reposar en el mar, regalándote un cielo colorado de ensueños que inspiran a nuestros poetas y entibian corazones.
Si caminas por mi tierra quizás te encontrarás en el medio de una plaza siempre viva, de cara al norte, gira tu mirada a la derecha y contempla el nicho de nuestra fe: La catedral.
No tengas prisa y no le huyas a ella, ahí está esperándote; majestuosa y milenaria viendo pasar el tiempo y regalando bendiciones a quienes se le acercan.
Seguramente te invitará a su fiesta y un 2 del segundo mes, querrás regresar y hasta te regalará una vela.
Si un día viniste a mi tierra y si tal vez aún conservas esa vela, búscala, no hay un tiempo más oportuno que el hoy para encenderla: pide por ti, por mí y por nosotros, que la luz de la vieja
Mello ilumine y proteja nuestro camino.
¡Que tengan ustedes un riohacherísimo día: alegre y cálido!