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Por Weildler Guerra Curvelo.
Como si no bastara con toda la confusión causada por el movimiento antivacunas, no faltan quienes hoy ven en las distintas marcas de las farmacéuticas que producen las vacunas una nueva forma de estratificación social. En días pasados una pareja de amigos me llamó desde una ciudad vecina para participarme, con un inocultable despliegue de vanidad, que se habían vacunado con Pfizer. Me sentí como el modesto pasajero de un vehículo amarillo de transporte público cuando el vecino pasa raudo a su lado conduciendo con orgullo un ostentoso Lamborghini.
Algunas personas conciben el proceso de vacunación como un lujoso y extenso escaparate en el que se puede escoger desde costosísimos abrigos de visón hasta humildes bluyines raídos. Cada cual quiere seleccionar la vacuna que corresponda a su posición social. Siguiendo este criterio, en el futuro no será necesario probar abolengos o exhibir un voluminoso extracto bancario para ser admitido en algunos clubes sociales, sino que bastará con mostrar el carné de vacunación.
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A inicios de este mes fui informado de que debía vacunarme con la modesta y controvertida AstraZeneca. Confieso que pensé en que no me era favorable la fortuna, pues esperaba al menos una muy aceptable Sinovac. Luego reflexioné que todas las vacunas tienen como fundamento rigurosos procesos de investigación y han sido probadas en decenas de miles de voluntarios bajo la autorizada vigilancia de reputados comités científicos nacionales e internacionales. Recordé que en los estudios para la obtención de esta vacuna participó la antigua y prestigiosa Universidad de Oxford, en la que han estudiado 47 premios nobel, 26 primeros ministros británicos, más de 30 mandatarios extranjeros, unos 50 medallistas olímpicos y 12 santos. Confieso, sin embargo, que mi decisión la tomé con base en el pensamiento filosófico de Kid Pambelé, pues me dije: es mejor estar vacunado que no estarlo.
En la clínica me esperaba una enfermera muy amable. Cuando quise preguntar si la vacuna dolía ya me habían aplicado la dosis sin apenas sentirla. Un joven médico me explicó cómo funcionaba la AstraZeneca y la conveniencia de que hubiese un intervalo de varias semanas entre la primera y la segunda dosis. No he presentado fiebres ni reacciones adversas. Con total honestidad confieso que no he caminado sonámbulo por las noches siguiendo las órdenes de Bill Gates o, al menos, las de Boris Johnson. No he encontrado debajo de mi piel microchips incrustados por las compañías farmacéuticas. Mis dedos están completos y no me han salido raíces ni líquenes en el cuerpo como resultado de una supuesta inoculación con elementos transgénicos. La única consecuencia adversa es que quizá ya no me inviten a algunas fiestas.
En algunas ciudades muchas personas se resisten a vacunarse con AstraZeneca, por las noticias sobre potenciales reacciones adversas. Algunos con más recursos siempre podrán recurrir al turismo de vacunación. Ello es respetable. La verdad es que como ciudadano me complace haberme vacunado con la que me fue asignada y contribuir así a agilizar el plan de vacunación, a proteger a mi familia y también al resto de la sociedad. Tenía razón Kid Pambelé.