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Por Weildler Guerra Curvelo.
Afirmaba el poeta Robert Browning desde las calles de Londres que “el que escucha música siente que su soledad de repente se puebla”. En estas fechas navideñas hay géneros musicales que parecen tener un atajo directo a nuestras emociones y entre ellos viene con prontitud el merengue dominicano con sus múltiples variantes y sus cambios en el tiempo.
Una obra iluminadora sobre este complejo musical del Caribe es la de Paul Austerlitz: Merengue, música e identidad dominicana (2007). El merengue fue, según este autor, fundamental para la identidad dominicana transnacional que se desarrolló no sólo dentro del país sino también en la diáspora. A principios del siglo XX el llamado merengue típico se escuchaba en la región del Cibao que se caracteriza socioculturalmente por el abrumador predominio del legado español y por ser la región más próspera del país.
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El merengue refleja la traumática historia de ese país invadido por Estados Unidos en 1916 y cuya ocupación se extendió hasta 1924. La música actuó como una forma de resistencia y ello quedó registrado en canciones como La protesta, también conocida como La invasión del 16, de la autoría del legendario músico Ñico Lora. El llamado “merengue apambichao” fue un tipo de merengue desarrollado durante la ocupación norteamericana como una imitación a los frustrados intentos de los soldados estadounidenses por querer bailar de forma correcta en las fiestas. El término “apambichao” se debe a que las tropas gringas provenían o eran asociados con el condado de Palm Beach en el estado de la Florida.
Una figura clave en el desarrollo del merengue fue la del gran maestro Luis Alberti y su orquesta Santa Cecilia. Alberti le dio al merengue una apariencia más urbana, llevándolo a los salones de baile de la alta sociedad dominicana. El cruel dictador Rafael Trujillo propició que el merengue tuviese una gran audiencia. Él reconoció el gran poder simbólico que ofrecía esta música y la empleó con fines políticos. Ello es evidente en piezas musicales como Seguiré a Caballo y Que viva el jefe.
Hacia 1950 se estableció en Nueva York el famoso grupo de Ángel Viloria, que estaba compuesto por el mismo en el acordeón piano, Ramon Garcia en el saxofón, Luis Quintero en la tambora y Dioris Valladares como cantante. Mientras su instrumentalización parecía corresponder al de un pequeño conjunto típico cibaeño el gran modelo melódico era el de la música cosmopolita de Luis Alberti y su gran orquesta. Austerlitz considera que esto hizo del estilo de Viloria algo muy diferente al de los demás grupos musicales de Santo Domingo que se acogían a lo típico o seguían el elaborado estilo de Alberti, pero nunca recurrían a ambos. Como olvidar su interpretación de A lo oscuro, Merengue cibaeño y Consígueme eso. El auge del merengue puso de presente no solo las tensiones existentes en el reconocimiento de los legados hispánicos y africanos sino la distribución del poder económico y político en la sociedad dominicana.
Robert Browning tenía razón y también las ancianas del Caribe cuando aseveran que a quien no le gusta la música es porque está enfermo.