Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural*
Nada más universal que el amor, en su presencia y su ausencia (el desamor); nada tan necesario para la prolongación de la humanidad que el vínculo de apareamiento entre el hombre y la mujer. Así que, referirnos a nuestra pareja es un hecho recurrente de habla; además, cada generación lo ha hecho de una manera y, de una región o país a otra, se revela cómo el contorno sociocultural incide en estas denominaciones.
Hay unas voces, o construcciones léxicas que sirven como vocativos para la interacción verbal entre parejas, desde los más comunes como “amor” y su apócope “mor”, “querido (a)”, “gordo (a)”, “cariño” entre otros. En Colombia, ocurre un caso especial de habla: el esposo le dice a la esposa “m´ija” (mi hija) y a los hijos “mami” y “papi”, es decir, se intercambian las denominaciones.
En especial, quiero referirme a la manera cómo se denomina a la pareja y cómo esto difiere por el nivel de compromiso, clandestinidad, formalidad y la intimidad sexual, ésta última, un claro diferenciador de estas categorías. Es frecuente la creación y recreación léxica, la composición, el uso de neologismos formales (nuevas palabras) y de sentido (nuevos significados para palabras existentes), de metáforas y analogías, entre otros mecanismos de denominación.
Un primer nivel, nos revela las denominaciones más universales que usamos en Colombia y que han sido más reiteradas por la tradición: “esposa(o)”, “marido/mujer”, “novia (o)”, “prometida (o)”. En los últimos años, se ha vuelto más común el uso de “mi pareja” o como forma de generalizar el vínculo afectivo y, así evitar entrar en detalles que describan el tipo de relación. Cuando existe convivencia, matrimonio, hijos y mayor formalidad social, se escuchan a veces denominaciones hacia la mujer como “la oficial” o “compañera sentimental”. Menos formales, son “mi hembra/mi macho” (a veces remplazado por el neologismo “hembro”).
Algunas de estas denominaciones, implican una asociación de la mujer con la coacción a la libertad del hombre y los aspectos más negativos de la convivencia: “la grúa”, “la leona”, “la jefa”. En sentido contrario, para la mujer: “la reina”; “el rey” para el hombre.
Independiente si existe nexo matrimonial, otras formas metafóricas o analógicas de referirse a la pareja con la cual se convive son: “media naranja”, “costilla”, “cobija”. Cuando se trata de una relación que no implica convivencia, recuerdo algunas usadas en algunas ciudades y en cierto tiempo en el Caribe Colombiano: “chica”, “jeva”, “lea”, “cuadre”, “cuerito”, “pollita”, “palomita”, “encoñe”. Cuando la pareja es muy apegada es común que se le llame “chicle”. No faltan las denigrantes, usadas en zonas lumpenizadas o en el argot del proxenetismo y la prostitución como “mi perra”, “mi zorra”. En este mismo contexto, se le llama “cabrón” o “cachón” a la pareja “oficial” de una trabajadora sexual.
En casos en los que, la relación es extra marital, soterrada y no oficial, existe denominaciones para el hombre como “puyón”, “patelana”, “tinieblo”; para la mujer: “la otra”, “la clandestina”, “la sucursal”, “la moza”, “amante”. En décadas anteriores, era común que se le llamara “concubina” a la mujer quien convivía total o parcialmente con un hombre sin haberse casado.
Cuando no media la convivencia y la relación se sustenta más en lo sexual y sin compromiso, emergen denominaciones como “amigovios”, “amiguita(o)”, “arrocito en bajo”, “desvare”, “desparche”, “amigos con derecho”, “amigos especiales”, “apaga incendios” entre otras. A algunas chicas les llaman “Gatorade” cuando solo la buscan “para pasar guayabo”. Como se aprecia, son categorías de reciente data y evidencia la cada vez mayor proliferación de relaciones solo en el plano de lo sexual.
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Algunas de estas relaciones, se establecen por algún tipo de conveniencia económica. Tal es el caso de las “mueleras” que salen con hombres sin ningún compromiso, solo para hacerles compañía y a cambio, reciban atenciones. Otro caso es el de los “sugar daddy”, una persona madura y solvente quien tiene una relación con una “sugar baby”, chica de mucho menos edad quien le ofrece atenciones y sexo a cambio de compensación económica para solventar sus gastos; sin compromiso y garantía de discreción.
En este caso de diferencia etarias, se conocen denominaciones como “pasto biche” para las jóvenes que tienen relaciones con hombres mucho más maduros que ellas y, el de “colágeno” para el caso contrario, chicos que consuelan veteranas.
Al fin de cuentas, nuevas formas de relacionarse sentimental y sexualmente traen consigo mecanismos diferenciadores en el habla popular, se hará más complejo el asunto si incluyéramos las relaciones entre parejas del mismo sexo y las poli-amorosas. El stock de denominaciones, cada vez se nutre más, el vínculo sentimental se vuelve variopinto.
*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com