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El reino errante de Hernando Díaz Escobar

Por Limedis Castillo Mendoza – Poeta, narrador y cronista.

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Son las diez de la mañana. Es sábado y una romería de personas está de compra en el mercado viejo de Riohacha ubicado en la calle trece con carrera ocho. Ésta ciudad está amurallada por las voces de los vendedores ambulantes. Don Hernando Díaz Escobar sale a mi encuentro y me hace sentar en una modesta silla, mientras él mira a posibles compradores. En su negocio de telas: “Barranquilla Viste Bien”. Estoy precisamente en su local. Y se me ha olvidado tomar agua en casa. Pretende atenderme en la entrevista sin dejar de vender. Mira a los transeúntes y los atrae con el susurro de su voz y les ofrece cortes y retazos de telas. “A buen precio” afirma, como si me dijera un secreto. Mira la peregrinación de una muchedumbre que se agolpan como abejas africanas en un almacén de todo a mil.

Se sienta en una mecedora, taciturno, pensativo. Comienzo a tirarle anzuelos para sacarle las palabras. Certifica que nació en el año 1940 en Barranquilla. Luego le pido que haga un inventario de sus hijos y no me deja terminar cuando me dice: Hernando, Carola, Rosy, Rina y Juan camilo Díaz Nájera. Y su hija de crianza Fabiola Mieles Nájera. Tiene a la mano varias fotos de sus hijos cuando eran pequeños y me las muestra tratando de identificarlos en un pasado casi borroso. Hernando Díaz, es un hombre de anécdotas. “Si tuviera 20 años, dice, viviría de pueblo en pueblo vendiendo telas de dril, de paño, gabardina, tela de pantalón, de cotón, de chiflón, etaminas, licra, yorye, telas bordadas, belino, popelina, telas de estampados con flores”. Allí está su mundo en los retazos de telas, retazos de vida.

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No cesa de ufanarse de su vida errante. Con su figura y el tono de voz me Hace recordar en ese instante al poeta Español Antonio Machado:

Caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / Caminante, no hay camino, /se hace camino al andar.
/Al andar se hace el camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. /Caminante no hay camino / sino estelas en la mar.

Yo miro un cielo gris que se desploma. Evoca, entonces su juventud. A los 17 años se fue para Medellín, durmió en un camión, luego fue a dar a Puerto Berrío, con dos amigos de aventura. Montaron el tren hacia Bogotá. No tenían dinero para el viaje y entonces hizo el primer negocio de su vida, negoció un par de mancornas por los tiquetes de dos compañeros y el de él. Llegaron a Bogotá a la una de la mañana. Afirma que hay gente buena, le dieron desayuno gratuito en la estación de trenes. Dieron entonces con la dirección de un amigo de Barranquilla, un paisano, Augusto Charry Fontalvo. Le buscó trabajo en una fábrica de textiles. Atestigua sin amague.

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Desde allí su vida estaría marcada por las telas. Asevera con vehemencia que se llamaba “Textiles Monterrey”, propiedad de unos cubanos que había salido de la Isla de Fidel Castro mucho antes de la revolución cubana. Duró tres años trabajando en Bogotá. Luego regresó a Barranquilla. Vino a La Guajira en el año 1962 trabajando mercancía con su papá. Paradójicamente conoció a su papá a los veintiún años. Alega que su padre era descendiente de palestinos que vendían telas. Provocado por mi presencia trata de recoger los pasos indelebles de su vida. Hernando Díaz enumera sus negocios en voz alta. Durante tres años anduvo en los pueblos de Dibulla, Las Flores, Matitas, Choles, Trigueras, Tomarrazón. Sostiene que la gente era muy amable, él iba de casa en casa ofreciendo sus productos. Luego iba a Maicao traía mercancía y la vendían en los pueblos. También experimentó el comercio por Mompox, Planeta Rica, el Carmen de Bolívar. Él dormía en los colegios públicos y llevaba como todo un arriero, hamaca y cosas personales.

En La Guajira se instaló en el municipio de Fonseca en un sitio conocido como los Higuitos, corrían los años 1965. Colgaba las telas y hasta allí llegaban los compradores. Vivía como pensionado. Luego se iba a los corregimientos de Conejo, los Haticos, los Pondores, Cañaverales a vender las telas. Después de estar por el sur de la Guajira se vino para Riohacha. Compraba mercancía en Maicao y luego la vendía en el mercado viejo de Riohacha. Consiguió un puesto o almacén en Riohacha y le puso por nombre “Almacén Barranquilla”. Allí vendía pantalones, camisa, telas. Consiguió buenos amigos como los Gómez entre ellos Gerardo, dueños del depósito “La Amistad”, oriundos de Rionegro, Santander. También los Colmenares quienes tenían depósito de vivires. Fui amigo de Jorge Colmenares y su hijo Jaime y Carlos y demás familiares.

Recuerdo con muchos afecto a la Señora Alba Mendoza, Amanda Figueroa son como mi familia. Me dice y la voz se le quiebra…. al doctor Juan Nájera Soto que más adelante sería su suegro irremediablemente. En aquel tiempo, 1972, realizaron una junta comunal del mercado, luego organizaron el grupo llamado: La Colonia amiga, conformada por las personas: Abigail Martínez, Rafael Puente, Humberto Ramos, Pedro Ariza, Jaime Colmenares y Hernando Díaz.

En enero de 1973 conoció el amor y la pasión de toda su existencia. La distinguida dama Carola Nájera Polo. Dice que fue amor a primera vista y con el acontecer de los años, llevan 40 años de vida matrimonial, ella ha sido su compañera y su todo. El sol también hace su agosto, son la diez y quince una leve brisa marina como naufragio refresca un tanto la conversación. Él se toma un vaso de agua casi helada y continúa. Yo tengo sed.

“Otra de mis aventuras en esta tierra fue montar veladas de boxeo. Era para un título nacional de pesos ligero. Junto a Caleb Sierra, logramos dicha velada con su pupilo Jesús Vega, quien que perdió en el sexto round y desde allí se acabaron las veladas de boxeo”. Según don Hernando la gente quería entrar gratis.

Para el año 1973 montó en Riohacha el negocio El Suan donde vendía telas, pantalones, camisas, maletas. Luego en 1977 dio a conocer el almacén, Telas al día. Se marchó como todo nómada para Bucaramanga y abrió el almacén El Atrancón, luego llegó el almacén El Ciclón” en 1981. En 1983 compró el negocio Stiwart. Allí logró empalmar una fábrica de confesiones de ropa para niños, niñas y vestidos para damas. Luego anduvo por Aguachica, departamento del Cesar, allí compró una heladería y un puesto de mercancía, duró 6 meses y en 1985 corrió a Valledupar donde compró un almacén llamado “La Gitana” que le duró hasta 1988. En 1989 se regresó a Riohacha y abrió un almacén llamado Ciclón. En 1991 se regresaron a Valledupar y un negocio junto a si primo Enrique Díaz. Luego se disolvió la sociedad. En año 2002 se fue para Santa Ana (Magdalena).

Le tocó trabajar bien duro, exclama su esposa Carola de repente. Suena una frase sorpresiva por el hecho de que su mujer no había intervenido durante toda la conversación.

Jamás había trabajado tanto, alega Hernando como reforzando y reafirmando la intervención de su esposa. Luego, ella toma las labores de seguir cortando telas para hacer banderas de Colombia.

Estimulado por mi presencia proclama sus hazañas para vender. Monté un negocio de telas ambulantes. Iba por trochas, caminos y veredas. A las cuatro de la mañana me embarcaba en la lancha del señor Neftalí, quien sale de Santa Ana vía fluvial hasta Magangué, luego bajaba al municipio de Pinto porque la carretera no era traficable. Al día siguiente me iba en moto taxi a Pijiño y al caer la noche me regresaba a la residencia que quedaba ubicada en Santa Ana, al tercer día viajaba en camión para Corregimiento de Pueblito a las cuatro y media de la mañana. Hacia comercio puerta a puerta llevaba una carreta pleno sol, o con lluvia, o con barro vendiendo mis productos, mis telas.

Hernando sonríe y recuerda… “una vez se me cayó la mercancía al río Magdalena yendo para el Municipio Pinto, como pude, salvé las telas y logré secarla con el sol en el municipio de Pinto. Muchas veces la gente me compraba un corte de tela y otras veces las cambiaba por gallinas, patilla, plátano, pescado, cerdo, suero y queso. Hasta Mompox iba a dar donde cambiaba telas por muebles de Mompox. Se pone de pie y avanza entre las telas. De repente se detiene en seco. Agacha el rostro, y me pide que escriba un agradecimiento:” Le agradezco a la gente de Pijiño, de Pueblito, a la gente de Pinto y Santa Ana por la acogida y el respaldo que me dieron y por la cantidad de amistas que cultivé en aquellas tierras”.

En el 2013 llegó a Riohacha. Así fue como Riohacha la cuidad de las perlas nuevamente le abrió sus puertas, la acogida, el beneplácito de mucha gente dándole bienvenida de nuevo a su tierra calurosa. Le da otro ataque de nostalgia y me dice nuevamente escriba eso que le voy a decir: “Le agradezco a Riohacha y a sus habitantes por la acogida y el amor que me profesan. Como el hijo pródigo vuelvo a casa”. Él se busca en su propia memoria y no aparece como un hombre sedentario como lo es hoy. Le iba preguntar por la música que le agrada, pero como si leyera mis pensamientos afirma “La música que me encanta son los boleros, de Javier Solís, de Pedro Infante, de Jorge Negrete, de Orlando La serie, de Daniel Santos, Nelson Pinedo, Pedro Vargas. También me encanta una artista Sofí Martínez cantante de Bolero Riohachera. Afirma que Sofí Martínez es una voz de talla internacional como la Libertad la Marque.

Ya son las diez y media y ha vendido varios retazos de tela. Tal vez tenga un secreto para las ventas. A mí la sed me abruma pero estoicamente resisto. La multitud se toma las calles, están de compra en el mercado viejo de Riohacha como ya les he dicho. Hernando los sigue atrayendo con el secreto de su voz palestina que dice tener y les invita a mirar los cortes y retazos de telas. Mira nuevamente la peregrinación que se agolpa en aquel almacén de todo a mil y a dos. Y yo cavilo… los chinos han inundado el mundo de baratijas. Luego toma el hilo de la conversación y me mira a los ojos. Tiene una mirada tranquila como la de un ángel anónimo. Y luego pide un saludo por tercera vez: “un saludo para la gente de Talaiga, Mompox, Pijiño, Pinto y Pueblito”. Luego su voz se hace pequeña como la de un niño. Así es Hernando. Allí está su mundo en los retazos de telas, retazos de vida en ese reino errante.

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