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Por Weildler Guerra Curvelo.
Los anaqueles caseros de nuestros libros funcionan como los estantes de una farmacia. Allí tenemos a mano las obras literarias sanadoras que las emociones nos prescriben con incontenible urgencia. Por ello he vuelto a leer Una casa para el señor Biswas, la extraordinaria novela que Vidiadhar Naipayul publicó en 1961. Esta obra constituye el mejor homenaje que un hijo podría haberle hecho a la vida y a las obsesiones de su padre. Para cuando fue dada a conocer al público, su padre, ya irrecuperable en su presencia física, había muerto a la temprana edad de 47 años. Sin embargo, Naipaul lo revive en su maravilloso personaje de Moshun Biswas, un ser sufrido, obstinado y cándido, cuya prolongada obsesión ha sido la de proporcionarle una casa a su familia.
El señor Biswas escribía en un diario local una columna de opinión llamada El hombre de la calle. Sus modestos ingresos estaban por debajo de las necesidades de su familia por lo que cada centavo contaba y su salario era a veces recortado a la mitad por los dueños del diario. La primera frase del libro constituye una magistral puerta de entrada a la historia y empieza de esta manera: “Dos semanas antes de morir, el señor Moshun Biswas, periodista de Sikkim Street, Puerto España, fue despedido”.
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La vida del personaje es la búsqueda de la independencia y la libertad representada en la obtención de una casa. Biswas se ve a sí mismo como un hombre moderno que, aunque hijo de migrantes de la India, tiene como referente los valores de la sociedad metropolitana en un mundo del Caribe aun agobiado por el peso del régimen colonial británico. Casi al final de su vida consigue, por medio de un préstamo, que siempre está allí casi impagable, una casa que un hábil embaucador le ha vendido. Esta no posee alcantarillado, la escalera de madera cruje, sus puertas, baños y grifos desiguales han sido improvisados en busca de un comprador ingenuo como él. No le importa, lo que hace feliz al señor Biswas es que en su nuevo hogar su mujer e hijos olvidarán la itinerancia, los sufrimientos y las privaciones del pasado. Sabe que por medio de sus milenarios ardides la memoria les hará percibir esa casa tardía como si hubiese sido el estable hogar de todas sus vidas.
El mérito de un novelista se encuentra en que sus lectores se pongan en los zapatos de sus personajes. La novela es un observatorio para mirarnos a nosotros mismos y encontrar en ella nuestros propios sueños y desventuras. Al igual que el señor Biswas escribo una columna de opinión. Endeudado como él, aún no he podido terminar mi casa desde hace varios años. Como él, creo que una casa representa la estabilidad en el mundo y tal vez nuestra sepultura. Finalmente, ambos nacimos en el Caribe un universo maledicente y feliz en donde la gente se entristece con tus logros y se alegra con tus desdichas. Mi esposa siempre me advierte: “cuando la termines dirán que la construiste con dineros públicos”. No importa, le digo. Yo soy el señor Biswas.