Por Abel Medina Sierra
Uno de los vallenatos más bailados en la temporada de fin de año, fue también objeto de múltiples polémicas, indignidades y hasta certificados de defunción para el vallenato “auténtico, rancio y puro” que suelen defender muchos melómanos de esta escena musical. Se trata de la canción “Me vale ver…te” del villanuevero J.K Kammerer en la interpretación de Peter Manjarréz. Para muchos, se trata de la más radical apuesta por un vallenato procaz, vulgar y de sexualidad explícita. Sin ser abogado del diablo, no creo que sea para tanto, “más es la bulla que la cabuya” dijo una vez el mismo Peter Manjarréz en una canción.
Lo cierto es que, no solo esta canción se escuchó mucho en la temporada navideña, también en la zona andina y cafetera, se bailaron muchos éxitos añejos de raspa o parranda paisa de los hermanos Montoya, Octavio Mesa o José Muñoz y otros, sin que ninguno se haya escandalizado por expresiones de doble sentido ¿Quién no se acuerda de “La camisa negra” de Juanes? No es más que el revival de un clásico de parranda paisa muy escuchado precisamente por el uso de equívocos.
En éste género andino, la carranga y muchas otras músicas del gran Caribe, el doble sentido es visto como normal, en especial el uso del equívoco que es el recurso usado en la canción “Me vale ver…te”. El equívoco se ejemplifica cuando Dolcey Gutiérrez usa la combinación de palabras como “El poli Jhon” apelando a la expresión “polillón” o “ron pá todo el mundo” para que el público piense en “rompa a todo el mundo”. Otra modalidad es como en “La camisa negra” cuando dice “Ya me sabe a pura … miércoles” para que se sugiera “pura mierda”. Es precisamente el tipo de equívoco usado por Kammerer y que es común escuchar también en las parodias del grupo humorístico paisa Revolcón en el programa radial La luciérnaga y en “Sábados felices”, sin ninguna censura.
Por mucho tiempo, se distinguían tres vertientes de la música de acordeón en el Caribe colombiano. Por una parte, la vertiente muy regional del vallenato anclado en el antiguo Magdalena grande. Por otra parte, las músicas sabaneras con amplia difusión en el resto del Caribe colombiano y hasta otras naciones. Coincido con el musicólogo Roger Bermúdez en la existencia de una tercera vertiente: la escuela barranquillera del acordeón con Dolcey Gutiérrez, Morgan Blanco, Aníbal Velásquez, José María Peñaranda, entre otros. En esta última, ha sido en la que más se usa el recurso del doble sentido. En el vallenato era muy escaso al igual que entre los sabaneros.
Pero, como quiera que, las fronteras entre la escuela vallenata, la barranquillera y la sabanera se ha desdibujado desde el repertorio que interpretan, parece que, como lo demuestran las canciones de doble sentido, son vertientes que hoy están dialogando entre sí. El repertorio de la nueva ola se volvió más bailable, menos lírico, más amplio en los ritmos y, como se lo demuestra “Me vale ver…te”, más de doble sentido. Todo esto, demuestra que vallenato y música de acordeón hoy no son tan diferentes.
No es menos cierto que, así como la ranchera influyó en el lenguaje de los juglares vallenatos, la balada y bolero en los trovadores de los 80 y la salsa erótica, bachata y el despecho en el vallenato “llorón” de los 90, la nueva ola recoge el impacto del reguetón, el trap, el dembow y la champeta, géneros en los que el doble sentido y hasta la sexualidad explícita son recurrentes.
Pero, hilemos más fino. En el vallenato encontramos muestras del doble sentido. El emblemático “Pollo” Luis Enrique Martínez nos recuerda en un paseo la sicalíptica analogía que hace con un “Gatico”: “Mi negra tiene un gatico/Que me gusta demasiado/Y lo tiene tan cuidado/Que siempre vive aseadito (…) A cada rato de se lo pido/Por ser aseadito y manso/Pero ella no me hace caso/Que cree que yo no lo cuido (…) Ya sé con qué se mantiene/Con leche y con carne cruda/Si no me lo das procura/Cuidarlo antes que otro llegue”.
Uno de los más excelsos letristas del vallenato, Carlos Huertas, como buen mamador de gallo que era, también nos lleva al doble sentido con la canción “Mis penas” grabada por Romualdo Brito y los hermanos Meriño en 1979: “Y yo que me estoy muriendo/y el alma la siento enferma/por ese mal que me apena y no me das el remedio/que lo tienes en el medio de tus labios de clavel/ese si cual yo por él/recorrería el mundo entero”.
Lino J. Anaya, apela también al mismo recurso cuando expresa “Dame la cosita aquella/Negra, dame tus amores/Y no dejes que me muera/Pa´ después llevarme flores”, verso que remata Poncho Zuleta con un “Yo quiero el cofrecito es de una vez”.
Nada más universal en castellano que la palabra “cosa”, por lo que la vaguedad que evoca es alcahueta del habla popular. Así también lo hace Beto Murgas en “El secretico” también grabado por los hermanos Poncho y Emilianito: “Le cerré los ojos dándole besitos/y vi que su enojo era un caprichito/Concha, muy graciosa/ser puso a decir/Por esta cosita tienes que insistir”.
El equívoco implica jugar con las sonoridades de las palabras. Eso lo aprovecha Mateo Torres, uno de los mejores exponentes de la poesía en el vallenato, pero que, en “Más la deseo”, transita por líneas del doble sentido: “Cuando le despido, mucho se me arrecia/La fuerza de mi cariño/que en el alma ya es sorpresa/Para el rey su reina, hay correspondencia/Para mi es La negra, hombe/La que al palpitar me arrecia”.
Ahora bien, desde otra arista, es necesario aclarar que, el doble sentido también tiene diferentes puntos de vista. El uno, es ese doble sentido usado en la jerga popular; un poco vulgar, procaz y con frecuentes equívocos y metáforas populares (como llamar a los genitales femeninos “Cosita”, “Papayita”, “Frutica”). En este caso, se explota el sentido connotativo de las palabras. Por otra parte, está el doble sentido usado en sentido poético, más sutil, más elaborado y que explota la imagen. Gustavo Gutiérrez, el precursor del paseo lírico, nos traslada a otros sentidos de las palabras cuando en “Calma mi melancolía” expresa: “Recuerda que allá en la orilla del río/charlamos cosas/Me diste toda tu esencia, pureza, mujer hermosa/me contabas tus ideales de amores sobre la arena/y se iba aumentando el rio, se hinchaban también mis venas”. No hay que ser vate para entender que se está describiendo una erección.
Si alguien ha llevado el lenguaje vallenato al nivel más elevado de sutileza erótica ha sido el ginecólogo Fernando Meneses. Muchos han bailado y coreado su éxito “Muere una flor” en la voz del Rafael Orozco, sin sospechar que detrás de sus “encendidos” versos, entraña una sutil metáfora sin caer en la procacidad ni el vulgarismo: “Un cirio encendido de amor/ de ilusiones que perdidas mueren en vuelo/que quema todas sus emociones y anhelos/ y ardiendo desvanece su luz de pasión/La flor sus pétalos abrió/la estremeció en matutino beso el rocío/pero ese beso inundó su pecho de frío/y así el lucero de su cielo extinguió”. La mayor muestra de erotismo en la canción vallenata: se describe nada menos que el acto de desfloración, la consumación de un coito.
Como vemos, el vallenato no ha estado del todo exento del doble sentido, desde lo procaz, lo popular y lo lírico, pero doble al fin. Y que, comiencen a surgir canciones como “Me vale ver…te” no obedece sino a un cada vez mayor e inevitable acercamiento de las vertientes de la música de acordeón del Caribe colombiano.
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