Por Daily Rosa Curiel Sprockel – Comunicadora Social*.
A pesar de que el gobierno lucha incansablemente por el bienestar alimenticio de los niños y niñas del país, la cultura wayuu sigue sufriendo los estragos de mortalidad infantil
por causa de la desnutrición.
¿Será que los operadores que trabajan con el ICBF no están cumpliendo con su labor? ¿Será que los recursos que se invierten no son suficientes para acabar con el problema de raíz? ¿Qué otros factores pueden influir?
Es fácil afirmar que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) a través de las fundaciones que operan en las comunidades wayuu, no están cumpliendo satisfactoriamente con cada uno de los programas que se ejecutan. Para el que no conoce realmente la problemática, podría decir que “los wayuu se mueren de hambre, porque en La Guajira se roban la plata”. Cuya fama carterista ha sido ganada a pulso, por causa de experiencias administrativas que han atropellado la labor social y humanitaria para indemnizar arcas personales. Afortunadamente, se han venido tomando medidas legales para contrarrestar estas estafas a la niñez. Sin embargo, a todos los operadores no se les puede medir con la misma vara.
Aunque las ayudas humanitarias llegan de diferentes entes internacionales, debido a que no solo el gobierno nacional se ha tocado con estas historias dolorosas, la cultura wayuu sigue sumida en el tema de la desnutrición infantil, ya que estas acciones solo han conducido a que la mente del wayuu se programe únicamente para recibir, mas no, para producir. Si el sistema económico de ellos mejora, las prebendas se acaban; teniendo en cuenta que cada hijo que nace termina convirtiéndose en un botín para reclamar bienestarina y paquetes alimentarios. Poco les interesa el trabajo psicosocial y nutricional que realizan los profesionales en sus comunidades; ya que muchas veces los padres de familia asisten a los encuentros comunitarios con el único fin de recibir algo a cambio.
Las actividades de emprendimiento, fortalecimiento familiar y empresarial, no han servido de mucho. La mentalidad del wayuu sigue siendo la misma, es decir, se educa para graduarse de “Faciller”, y su monografía es una mezcla de miseria, facilismo y mendicidad, con el argumento de que no trabajan porque no cuentan con los servicios básicos, no tienen agua para cultivar, no tienen dinero, entre otras carencias, que en algunos casos son ciertas. No obstante, tienen un talento ancestral que los representa mundialmente: sus artesanías; cuyos productos las artesanas tienden a baratear por causa del hambre y la desesperanza; mientras que los alijunas lo consideran como una mina de oro. Si realmente el wayuu tuviera una mentalidad de progreso, aprovecharían las asesorías y los aportes que reciben de diversas entidades para realizar un comercio justo con sus artesanías, lo que ayudaría a subsanar un poco la situación en que se encuentran.
Suena fuerte, y quizás muchos líderes critiquen esta publicación. Pensaran que este contenido tiene una postura “aporofóbica”, sin embargo, es lamentable llegar a una comunidad vulnerable donde las mujeres están tejiendo o atendiendo labores del hogar, mientras que los hombres se encuentran departiendo en una enramada acostados en su chinchorro tomando “churro” y sus hijos siendo las 3:00 de la tarde aún no se han llevado un pan a la boca, a pesar de que mensualmente, se les dona paquetes alimentarios, entre otras ayudas. Para nadie es un secreto que la comida la venden o prevalece la alimentación de los adultos, la bienestarina la toman más los padres que los hijos.
//Cuando se siente amor por los hijos, los padres siempre van a buscar su bienestar. Y si se presentan ayudas humanitarias debe considerarse un apoyo, mas no, es responsabilidad total de los entes gubernamentales //
Cuando una pareja decide formar una familia debe tener presente las responsabilidades que esto acarrea en los aspectos económicos, emocionales y los cuidados. Si un niño se enferma de fiebre, diarrea, gripe u otro cualquier padecimiento, los primeros responsables de su salud son los progenitores, quienes deben acudir al centro más cercano para que a su hijo le brinden la atención requerida. En el caso de los indígenas los atienden de inmediato, no obstante, es lamentable presenciar como la frescura y el descuido reinan en las rancherías, con la excusa que no tienen dinero para trasladarse al hospital mal cercano; pero si les toca ir a un velorio o a cualquier eventualidad cultural, el dinero fluye de algún lado. Entonces, el gobierno es quien tiene que preocuparse totalmente por la salud de los infantes, y si la situación se torna más crítica, se requiere de todo un protocolo cultural para poder hospitalizar al menor y tratar de salvarle la vida. Lamentablemente, no todos los casos corren con la misma suerte, y termina falleciendo.
“Es cuestión de negligencia cultural”
Mientras los profesionales que trabajan en las comunidades arriesgan sus vidas para brindarle a los wayuu una mejor atención, la mayoría de estos, hacen caso omiso al trabajo comunitario que se realiza. Por esta razón, estos programas son solo pañitos de agua tibia, que han vuelto al wayuu un sedentario y sin aspiraciones de salir adelante.
Es fácil para el forastero afirmar que en La Guajira se mueren de hambre porque las administraciones se roban los recursos (sin entrar a desconocer los desfalcos que se han presentado), pero ignoran los factores culturales que terminan entorpeciendo la lucha contra la desnutrición infantil. Si se analizan otras culturas como: Koguis, Wiwas y Arhuacos, donde también se ejecutan los mismos programas del ICBF, la mortalidad infantil es inferior a comparación con la cultura wayuu. Por su parte, ellos aprovechan los recursos naturales que tienen a su alrededor para brindar un bienestar a sus familias, además de las ayudas humanitarias que reciben.
Cabe reconocer, que hay comunidades wayuu bien organizadas, donde los líderes y autoridades tradicionales si se preocupan por el progreso de su gente, pero estos casos son minoritarios. Por lo tanto, es menester que el gobierno replantee estas estrategias para que el wayuu deje de pensar en la “bienestarina auxiliadora” y se le enseñe a trabajar con el fin que puedan asumir las responsabilidades de su hogar, contribuyendo así, con la salud física y emocional de los infantes.
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