*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com
Por María Isabel Cabarcas Aguilar.
El 23 de agosto de 2021, llegaría a la edad de 64 años el padre Gabriel Gutiérrez Ramírez, mejor conocido como Fray Ñero quien dedicó su vida como sacerdote franciscano a ayudar a los más necesitados. Fray Gabriel como cariñosamente le decía, estuvo un tiempo en Dibulla, donde lo conociera como carismático sacerdote en el retiro espiritual Lazos de Amor Mariano en el cual participara en junio del año 2015. De allí nació la amistad que me llevaría a visitarlo varias veces después en su parroquia en Dibulla, y a pedirle que le aplicara el santo sacramento de la unción de los enfermos cuando mi mamá fuera internada en la Clínica Renacer en ese mismo año en el mes de noviembre por una agresiva erisipela que nos mantuvo en ese centro asistencial durante dos semanas, recibiendo una excelente atención hasta que finalmente le dieran de alta. La visita del padre Gabriel fue una grata experiencia para ella en su lecho de enferma, y para mí como pupila, al tiempo que su mejoría llegó pronto junto con nuestra felicidad por retornar juntas a nuestro hogar.
Contenido sugerido:
- Kojutajirrawaa por el derecho a la educación superior con enfoque diferencial étnico
- ¡Gracias Claudia!
- Süsii de plástico
- El agua en la vida de las mujeres wayuu: Sed y resiliencia
En nuestras siempre enriquecedoras conversaciones me contó de sus iniciativas por el bienestar de la juventud de Dibulla, donde estuvo dispuesto a servir hasta su traslado. Su partida a Bogotá llegó meses después donde emprendiera la Fundación Callejeros de la Misericordia, ente sin ánimo de lucro que se dedica incansablemente a brindar bienestar a la población en situación de calle de esa gigantesca y fría urbe a donde fuera llevado por el plan divino que rigiera su vida desde su vocación misionera y que lo mantuviera en la lejana África durante quince largos y fructíferos años de convivencia con las comunidades tribales de ese continente, donde la pobreza y el hambre, especialmente en la zona subsahariana están a la orden del día y, que, en ocasiones, solo es posible paliar gracias a la ayuda constante de organizaciones internacionales y misiones religiosas que canalizan donaciones y dedican sus esfuerzos al voluntariado humanitario.
Entre las anécdotas que me contara de su misión por África, recuerdo su relato de lo vivido en una tribu donde tuviera que resarcir con víveres, licor y cigarrillos a los reyes, por haberles dado de comer en el primero de los banquetes, iniciando con los niños y finalizando con los adultos. Aquella afrenta le generó el reto personal de enseñarles con paciencia y respeto profundo por su sistema de creencias y costumbres, por qué ellos debían ser alimentados primero, lo que al final de su misión le generara el cariño y la gratitud de los miembros de aquella comunidad ancestral africana.
Nunca perdimos contacto. En sus redes compartía la experiencia constante de servicio abnegado, amoroso y sistemático con sus “callejeros de la misericordia”. Era no solo conocido, si no, profundamente querido entre las personas en condición de calle de Bogotá a quienes además del evangelio, los sacramentos y el santo Rosario, les llevaba un mensaje de esperanza, alimento, higiene personal, ropa, y otros elementos para dignificar su calidad de vida.
Lo recordé recientemente al conocer a través de los medios de comunicación locales, del compromiso de la gestora social del Distrito de Riohacha, la joven, activa y servicial Belinés Fuentes Meza en favor de las personas en condición de calle del distrito de Riohacha. Gracias a su gestión, fueron beneficiados con una brigada de higiene personal al tiempo que recibieron ropa limpia, la compañía, el cuidado y la atención de ese dedicado voluntariado liderado por ella y al que se vincularán muchas personas de buen corazón.
La última acción benéfica que Fray Ñero hizo en favor de las comunidades wayuu sucedió a través de la Fundación Compartamos la Felicidad. Su voz cálida al otro lado del teléfono me anunció la donación de mil tapabocas, los cuales hizo llegar cumplidamente a los días de nuestra conversación. Poco a poco han sido repartidos a lo largo de nuestro camino de servicio con las comunidades wayuu, tal como lo evidencian las bellas fotografías de los Banquetes Navideños Alimentando Sonrisas en diciembre del dos mil veinte en donde los rostros infantiles son cubiertos por ese esencial elemento de color azul.
Su madre y la mía fallecieron el mismo año, siendo su palabra sabia y consoladora, guía serena en momentos de dolor. Conservo en mi teléfono la nota de voz que nos enviara a sus incontables amigos, haciéndonos saber que se encontraba batallando contra el covid. Esa batalla lo llevaría finalmente al encuentro con Dios el pasado 2 de abril en medio de la más honda tristeza en la que nos dejara a quienes tuvimos el honor de conocerlo. Alguna vez me preguntó si desde la Fundación estaríamos dispuestos a desarrollar acciones en favor de su población beneficiaria, le respondí que sí, y hoy, en honor a la memoria inmortal de Fray Ñero, te digo públicamente Belines que cuentas con nosotros para llevar a cabo las siguientes brigadas.
Gracias a Dios por personas como el padre Gabriel cuyos dones y talentos dejan una huella imborrable en su paso por la tierra y por la vida de las personas. Por siempre en nuestros corazones, el “Ángel de las Calles” cuyo legado perenne se resume en la frase que rigió su vocación y su inmortal misión: “Jamás abandonaremos los templos humanos”.