Por:Weildler Guerra C.*
El tiempo es una dimensión inescapable de todos los aspectos de la vida social en la práctica y en lo ritual. Algunas sociedades tienen conceptos del tiempo radicalmente diferentes a como se concibe el flujo de este en el pensamiento occidental dominante. Hay días en que el color de la luz, la forma de las nubes o la sensación del viento pueden hacernos sentir como si retornáramos a otra época. A veces ciertos rasgos del paisaje y la pulsión de las emociones ponen bajo examen nuestra concepción del tiempo. No se trata tan solo de señales en el ambiente físico sino de eventos humanos que otorgan sentido al rumbo que toma una sociedad.
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Particularmente he sentido que al año anterior lo sucedió realmente el 2004 interrumpiendo el curso lineal con que Occidente suele marcar el flujo de los días. El año 2004 tiene, para quien esto escribe, un tinte doloroso, pues fue el año de la masacre de Bahía Portete, en la Alta Guajira, en el que un número, hasta hoy, indeterminado de mujeres indígenas murieron y otras fueron desaparecidas a manos de miembros de las tristemente llamadas Autodefensas. Cuando este acto de inhumanidad se veía situado en el pasado, una de sus persistentes voceras, la abogada Débora Barros, fue objeto de un atentado hace unos días en el que, afortunadamente, pudo salvar su vida. El expresidente de la ONIC y reconocido dirigente indígena, Armando Valbuena, fue también objeto de amenazas que en Colombia están sólidamente acreditadas por la garantía y seriedad con que suelen cumplirse. En Barranquilla, el profesor de la Universidad del Norte Luis Trejos debió salir del país luego de recibir violentas intimidaciones por sus análisis y publicaciones en torno al conflicto armado.
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Estos hechos sistemáticos ocurren también en otras regiones del país con resultados más aciagos. Así la muerte de dirigentes comunitarios o de jóvenes policías y la intensificación de las amenazas busca modular el terror generando un tiempo discontinuo que encierra el presente entre paréntesis y puebla el futuro del país con angustia e incertidumbre. Dado que los extremistas se tocan en sus métodos y fines, aunque parezcan opuestos en ideología, ellos pueden compartir este funesto propósito.
La misión principal de los agentes de la violencia, cualquiera sea su ideología, es lograr que no podamos distinguir entre la guerra y la paz. Como lo saben bien los aborígenes australianos, cuya noción del tiempo no es lineal y no se acuña en cifras, el tiempo se constituye con eventos y lugares. Los cambios, dice el antropólogo Tony Swain en un hermoso libro llamado Un lugar para extraños, no son modelados en una secuencia continua sino a través de actos transformativos. En ellos la fecha no es tan importante como el afirmar que el evento ocurre. En consecuencia, para quien esto escribe, los eventos de violencia buscan que percibamos y acuñemos el tiempo en formas discontinuas de existencia que niegan el pasado reciente y junto con él pretenden borrar cualquier hecho de paz.
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