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El mar como cloaca

Por Weildler Guerra Curvelo*.

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El acto más relevante de la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente estuvo a cargo del propio mar Caribe, al devolver a las playas de Puerto Colombia toneladas de desechos provenientes de la principal arteria fluvial del país. Las imágenes divulgadas por los medios mostraron un litoral envilecido a lo largo de kilómetros por la confluencia de animales en descomposición, plásticos, pedazos de madera, latas y todos los elementos que el Magdalena recoge en su largo trasegar por la mitad del país. Ningún acto humano de protesta hubiese podido ser más diciente que esta manifestación del propio Caribe acerca de la valoración que le damos en Colombia y de cómo ella se expresa de manera incontrovertible en esas imágenes denigrantes.

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Más que certezas, lo sucedido nos deja muchos interrogantes: ¿qué significa el mar para nuestro país? ¿Cómo interactúan lo terrestre y lo marítimo? ¿A cargo de quién está la gobernanza del mar en Colombia? Durante las últimas décadas, desde las esferas oficiales la valoración del mar se ha reducido a unas dimensiones meramente utilitarias. En ella los seres marinos son considerados simples recursos para la extracción, pero el mar es mucho más que un reservorio de hidrocarburos, una zona de deleite turístico o un escenario de expansión bélica de los Estados. El mar, como universo alterno al terrestre, tiene para algunos grupos humanos una connotación de territorio acuoso y a este se le otorgan significativas dimensiones rituales, pues genera fuertes vínculos emocionales entre él y los seres que lo recorren y lo habitan. La interacción continua entre el mar y los humanos proporciona a los segundos invaluables destrezas cognitivas, que emplean para concebir variados ordenamientos del mundo y ello se refleja en sus formas de organización social y territorial.

Contrario a lo que podría pensarse, el mar está siempre a nuestro lado, pues las conexiones e interacciones con este no son exclusivas de los habitantes del litoral. Quienes habitan el interior tienen sus propias representaciones de los océanos y mares, que se manifiestan en las elaboraciones pictóricas que adornan una biblioteca en una remota ciudad o en un caracol que guarda el sonido del mar detrás de la puerta de una cabaña en la cordillera. Dolorosamente, también estas conexiones con ríos contaminados y con grandes centros poblados del interior del continente se reflejan en los espacios haliéuticos. ¿Debe, por tanto, el pequeño municipio de Puerto Colombia, u otros que podrían ser afectados, asumir en soledad la responsabilidad de limpiar periódicamente los desechos que gran parte del país genera y arroja a sus ríos?

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La responsabilidad institucional sobre el mar ha venido siendo diluida hasta hacerla invisible. Al excluir de su gobernanza a las entidades territoriales costeras y a sus habitantes, el mar puede funcionar simplemente como un vacío o, peor aún, como una gigantesca cloaca. Las tareas por realizar son estimular la valoración de nuestros mares, incluirlos en lugar relevante de nuestra agenda científica, educativa y social y evitar que su gobernanza continúe a la deriva.

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*Fotografía tomada de: ElColombiano.com

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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