Por Abel Medina Sierra
El festival, la capitalización del vallenato
Si hubo un hito trascendente para la historia de la música vallenata, fue la creación, desde 1968, del Festival de la leyenda vallenata. Este evento hoy, se ha erigido no solo como una de las fiestas más concurridas del país, con un promedio de 150 mil visitantes en cada versión, sino como una de las más exitosas industrias culturales del Caribe colombiano. El festival le permitió a Valledupar convertirse en “la capital mundial del vallenato” y una de ciudades creativas del mundo, declarada por la Unesco en el 2019.
Para la música vallenata, el festival representó, por una parte, que lo que antes se tenía como un estilo regional de la música de acordeón del Caribe colombiano, escalara a un nivel autónomo de género y, no cualquiera, sino el que, desde los años 90, está en la cima de preferencias en el país según lo revelan las encuestas de consumo cultural. El festival sentó un canon sobre los ritmos, estilos, repertorios, instrumentos, es decir, implícitamente, el festival legitimó, basada en la tradición de la provincia de Padilla, del Valle de Upar y el Magdalena bajo, lo que era vallenato, lo que implica también lo que no lo es.
El lado A: La defensa de la tradición
El Festival de la leyenda vallenata, aunque no fue el primer concurso de acordeoneros –antes los hubo en Fundación, Pivijay y Aracataca- sirvió como modelo para los demás eventos de igual naturaleza. Desde su creación, todos estos festivales se caracterizan y son apreciados por servir como reservorio de la expresión más auténtica y tradicional del vallenato. Es decir, el espíritu del festival es preservar, en su estado más antiguo y canónico, el género musical. De allí que, por mucho que se hayan producido cambios organológicos, rítmicos, armónicos, de puesta en escena en el vallenato, en este y casi todos los festivales los concursantes deben acoger un canon tradicional.
El lado B: la innovación
Pero, y aquí va el punto de este escrito, a pesar que el festival es visto por todos como el principal guardián de la tradición musical vallenata, es a mi modo de ver, después de la industria discográfica, la institución que más ha generado cambios o innovaciones al género. Vamos a las evidencias. Hoy se tiene como tradicional que, en la interpretación de la puya, acordeonero, cajero y guacharaquero deben hacer un solo instrumental. Eso no vino de la tradición, sino de la petición de un jurado que terminó luego imponiéndose como regla implícita impuesta por al festival.
En un comienzo, el festival y los demás que surgieron posteriormente, tenían libertad temática en los concursos de canciones inéditas. El autor era libre de cantarle al amor, al despecho, a la naturaleza o a la parranda. En el festival de Valledupar, se fue imponiendo un límite entre la canción festivalera o costumbrista y la canción comercial (generalmente más universal o de tema amoroso). El canon implícito fue haciendo que canciones ganadoras en otros festivales como “Nido de amor”, “El amor es un cultivo” o “Gitana” fueran desterradas de los concursos porque los jurados, apelando a la “defensa de la tradición”, terminaran eliminándolas y privilegiando canciones con temáticas muy locales, con formulismos reiterativos como se impuso desde el festival. Este tipo de canción festivalera, tampoco era tradición, nació como un molde en Valledupar.
La canción y el ritmo festivalero
Antes del festival y en las primeras versiones, había libertad estilística en los acordeoneros. Eso permitía la variedad. Era muy fácil reconocer el estilo de los músicos guajiros y cesarenses, de los ribereños, de los sabaneros. Incluso, los estilos individuales de Alejo, Colacho, Landero, los Rada o Luis Enrique. Pero, con el tiempo, el festival adoptó como canon ineluctable el estilo de éste último, el “Pollo vallenato”. Si bien, es el más virtuoso, los festivales debieran apreciar y valorar también los otros estilos. Así que, no era tampoco tradicional el estilo de Luis Enrique, más bien era moderno, aquí el festival también generó una innovación.
Con relación a las formas que interpretan los acordeoneros, por tradición la puya no era tan rápida y el son no tan lento en su tiempo de ejecución. Aquí también se hace notorio que en el festival se produjo innovaciones con relación a la interpretación de estos dos ritmos.
En conclusión, los festivales no solo han sido escenarios en los cuales se ha tratado de proteger la tradicionalidad de la música vallenata, sino que, también, han terminado por crear innovaciones que terminan imponiéndose como legitimas porque vienen de la institucionalidad.