El Centro incordio

Por Angel Roys Mejía

No todas las veces el centro está en el centro. Existen ciudades que lo han dispuesto según su funcionalidad cerca de las costas, a la vera de ríos, ciénagas y embarcaderos o en la ladera empinada al borde de mesetas o montañas. En un ensayo Alejo Carpentier que además de ser un escritor trasatlántico, dio luces sobre el destino literario y urbanístico de Hispanoamérica afirmaba: “Cuando los conquistadores de América fundaban una población en estas tierras de América, comenzaban por fijar el trazado de esa plaza pública, que habría de ser el eje de su vida civil, religiosa y administrativa en los siglos futuros”.

Las ciudades del Caribe colombiano son en esencia ribereñas o costeras, ciudades de agua, como Riohacha que duplica esta máxima al situar su población sobre la margen de un delta. En su rica evolución histórica los hitos económicos, políticos, religiosos y culturales han sobrevenido por el Caribe y durante mucho tiempo su fuente de acueducto fue el Ranchería.  El desembarcadero o muelle recibía los materiales de construcción, los apellidos fundacionales que dieron origen a fratrias diversas, visionarias y emprendedoras; los vientos de progreso como el cine y la posibilidad de intercambiar materias primas como el Dividivi con potencias mundiales industrializadas.

Este devenir histórico ha ido dejando vestigios en el centro de la ciudad. Las casonas de época guardan en su arquitectura y sus paredes de calicanto un capital de memoria con escasa valoración social e institucional que amenaza con perderse en las ínfulas y la evocación. El turismo creciente goza de caminar por los estrechos andenes del centro, optan por hoteles y hostales que no los alejen de sentir el nordeste y retratarse en el atrio de las catedrales del tiempo que son las casonas.

Este museo vivo viene revitalizándose en Santa Marta, Cartagena, Valledupar y Barranquilla. Riohacha retardada por efectos de la lenta comprensión de su historia ha ralentizado decisiones como la de mudar su centro comercial e institucional a una zona de menor impacto para su historia y porvenir turístico. En virtud de lo dispuesto por el POT varias entidades se trasladaron al nuevo centro alrededor del antiguo mercado. El propósito era darle a la ciudad de los mágicos arreboles la posibilidad de peatonalizar el centro, transformar el uso de las casonas viejas, abrir museos y resignificar los monumentos para disfrute y goce de propios y extraños.

En su lugar, el centro hoy es un colapso diario que recibe la carga de funcionarios de varias entidades, incluidas alcaldía y gobernación, trabajadores del sector bancario, comercio y turistas que deben movilizarse en sus vehículos ante la ausencia de un sistema de transporte masivo, agravado por el desborde de motocicletas prestadoras de servicios de transporte y mensajería, con calles estrechas construidas para una realidad de a pie.  

     

El centro se administra con capricho y su equipamiento urbano se descascara sobre la cabeza de las administraciones responsables. La tensión de la propiedad privada restringida por normas de patrimonio maniata a dueños de predios, y entretanto la ciudad observa como las palomas y la desidia arruinan el rostro del paso del tiempo, de la memoria. Riohacha orbita mientras se resiste a que cambie su historia, mientras observa impertérrita como se destruye su centro, su incordio.

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