Por María Isabel Cabarcas Aguilar*.
Son tantas las escenas que se viven un 31 de diciembre en los hogares del Caribe colombiano. Los mayores desde temprano, se internan en las cocinas o improvisan una en busca de la brisa fresca, en los amplios y arborizados patios. Las mujeres se dan a la tarea de tener la cabellera en óptimas condiciones para la llegada de la noche, por lo que rulos y vueltas cubren sus cabezas desde que el día despunta y unas ayudan a otras a que ninguna hebra quede fuera de su lugar.
Los niños y niñas se integran con entusiasmo en los juegos que giran aún alrededor de aquel obsequio llevado por el Niño Dios la noche de navidad. Primos y primas que llegan de algún lugar sea cercano o lejano se conocen o se reencuentran interactuando sanamente y aprovechando esta bella temporada donde el ambiente promueve la familiaridad.
Desde muy temprano, las jocosas conversaciones colmadas de alegres anecdotas e historias animan a las mujeres y a los hombres, mientras todos impregnan su mejor esfuerzo en el proceso de preparación de las delicias que lenta y pacientemente, se cocinan en los fogones sean de leña, carbón o gas, siempre bajo la celosa mirada y estricta custodia de alguna matrona portadora de la tradición culinaria de la familia.
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Al llegar la noche, y aunque la celebración seguramente ya ha avanzado intensamente durante el día, en los barrios y casas, unas y otras familias comparten deliciosos platos. Los grupos familiares disfrutan la velada en las terrazas bailando, conversando, cuidando a los niños, y probando delicias de la amplia y variada vajilla tradicional de cada región. Faltando pocos segundos para la llegada del nuevo año, inicia un conteo colectivo, que se funde en un grito al unísono: Feliz año nuevo! Y de repente, todo el ambiente se convierte en gestos mutuos de risas, abrazos, lágrimas de felicidad o de nostalgia y de profundas emociones que integran a los miembros de un mismo clan. Pasado este rito, para algunos llega el momento de intimidad, silencio y soledad para agradecer y pedir a Dios, o también para practicar algún tradicional agüero ya sea de forma individual o grupal.
Como es común, la celebración se prolonga hasta la mañana del primero de enero e inicia al lado de los seres queridos, algunos de ellos enguayabados por el consumo excesivo de licor y otros agotados por el trajin de la fecha, pero siempre juntos, un nuevo año lleno de esperanza, aferrados a la promesa enunciada en la hermosa e icónica canción Mensaje de Navidad del Maestro Rosendo Romero conocido como el Poeta de Villanueva: “Y el que llora y sufre las penas, que se olvide del año viejo, si tiene un corazón sincero, verá en el firmamento las estrellas.”
Esta se convierte en la fecha precisa para definir metas, trazar objetivos, establecer retos, y diseñar acciones a emprender en esa búsqueda constante de la felicidad y de la realización personal que tanto nos motiva a los seres humanos, para que cada acto durante los próximos trescientos sesenta y cinco días sea consecuente con ese plan o proyecto de vida que se ha edificado de forma consciente y responsable con nuestros sueños e ideales, así como con nuestra misión, pasión y vocación. El tiempo pasa y en doce meses que seguramente transcurrirán rápidamente, diciembre llegará otra vez con su alegría, su bondad, su gratitud, sus momentos en familia, con la hermosa Novena de Aguinaldos, con su generosidad, su nostalgia, con el esplendoroso nacimiento del Niño Dios en un humilde pesebre, y con el balance del año que culmina dándonos la grandiosa oportunidad de revivir al lado de los seres queridos, tanto familiares como amigos, instantes inigualables que quedarán para siempre grabados en la memoria del corazón.
*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com