Por Weildler Guerra Curvelo*
El 31 de diciembre tiene un aura especial en nuestras vidas. Un día que sirve para marcar la transición del tiempo viejo al tiempo nuevo. Una especie de bisagra que une el pasado cierto y sopesado con el porvenir incierto y esperanzador. Las familias se preparan para la cena integradora y festiva y todos confiamos en que exista una especie de tregua tácita con el infortunio. Por eso la mañana del último día de diciembre de 1992 la muerte de nuestro tio abuelo materno Rafael Pana Uliana fue una hecho doloroso e inesperado aunque su enfermedad era por todos conocida y a pesar de que hacia más de un lustro había cumplido ochenta calendarios.
Su piel guajira, como la corteza del palo brasil, mostraba los surcos dejados por el paso de los intensos inviernos y los prolongados veranos del desierto y quizás su alma tenia también las marcas mitológicas dejadas por las garras del jaguar genitor de su clan.
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Tío Rafa había nacido un 24 de octubre de 1905 en el histórico pueblo de la granjería de perlas de Carrizal. Su progenitora,Conchita Uliana, era una india rubia hija de un marinero europeo de apellido Fancys y de María Antonia Uliana, nuestra tatarabuela, quien era nativa de las mesetas septentrionales contiguas a Chimare. Por ello Tío Rafa era un guajiro de aspecto británico, cabellos blancos, rostro imperturbable y carácter flemático. Su padre era Ramón Pana un comerciante riohachero de ideología liberal que se había refugiado en la Alta Guajira para huir de los desmanes de las guerras civiles y de los saqueos de los ejércitos en contienda.
El tío materno de mi tío Rafa era Mathur Uliana, hermano de Conchita, cuyo porte y estampa distinguida asombraron al Comisario Eduardo Londoño Villegas, fundador de Uribia, cuando le conoció en Carrizal en los años treinta del siglo pasado. Su universo geográfico estaba claramente definido: al norte estaba el Caribe compuesto principalmente por las islas de los gigantes, al suroriente estába el lago de Maracaibo, al occidente la Sierra Nevada de Santa Marta y al sur estaba Colombia, una tierra brumosa de la que provenían los poetas, los diarios capitalinos que promovían las ideologías partidistas, los ejércitos, la aduana y todo lo que limitara la autonomía de los wayuu.
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A diferencia de sus hermanos mayores, Alberto y Glicerio Pana, que tomaron el camino de las letras, Tío Rafa tuvo un piso terrestre, una orientación pragmática, que lo inclinó tempranamente a las minuciosidades y experticias de la caza, el pastoreo y la pesca. Sabia cosas concretas de la vida como preparar los componentes del herraje del ganado, rastrear las huellas de un caballo perdido, escoger del corral la cabritona indicada para atender a un invitado prestigioso, poner el cebo adecuado en un palangre y leer las condiciones del mar para una faena de pesca. Sus lecturas fueron tan austeras y precisas como su universo y se conformaban de las predicciones meteorológicas del almanaque Bristol, la columna de Lucas Caballero Calderón en El Tiempo y las Selecciones del Reader Digest.
Conocía innumerables refranes que encriptaban su conocimiento de la vida. Cuando emprendía un viaje en el desierto no rechazaba una comida aunque fuese a deshoras “bola a’lante espera juego” decía con expresión vivaz. Regañaba a sus sobrinos si no descolgaban temprano los chinchorros en las enramadas: “un chinchorro colgado en la Guajira pasa trabajo”. Si algunos de nosotros le prometía un regalo que recibiría con posterioridad o que le iba a enviar con una tercera persona el expresaba con escepticismo: “carga atrás no llega y si llega es mojada o averiada”. Siempre nos recordaba que la mera honradez no era suficiente en el manejo de la hacienda pública y privada pues debía ser acompañada del orden, el control y la previsión pues “con el arca abierta el justo peca”.
Tio Rafa tuvo una amplia descendencia resultado de cuatro uniones amorosas y fue el tio confidente y preferido entre los descendientes de sus hermanas. Cada 31 de diciembre dedico unos minutos a recordar a Tío Rafa. Borges dijo que las pruebas en favor de la muerte solo son estadísticas y que no hay una sola persona que no corra el albur de ser el primer inmortal. Pienso que nadie está tan vivo como mi Tio Rafa pues cada que vez que dos varones del linaje Uliana de la patria wayuu de Manuuyalu’u se reúnen evocan su nombre y sus anécdotas entonces su cuerpo y su memoria adquieren una condición casi eterna y material
Fotografías de Carlos Pelícano y Jorge Mario Múnera
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