Por Weildler Guerra Curvelo*.
Pocos colombianos conocen el papel del almirante Padilla en la gesta de la independencia, pues es una figura silenciada por la historia. Sin embargo, la memoria tiene otros canales para mantener vivo su nombre. Muchos han escuchado la canción vallenata El almirante Padilla, con letra de Rafael Escalona, pero su música, según el investigador Ariel Castillo, proviene de la pieza Pierrot enamorado, del músico brasileño Noel Rosa. Esta canción narra el operativo que en 1952 hizo la fragata Almirante Padilla en la población guajira de Puerto López convertida, como consecuencia de dicha acción naval, en un pueblo fantasma hasta hoy.
Pero, ¿cuál es la historia de esta embarcación y de estos sucesos? Dos reveladoras publicaciones que se complementan magistralmente nos dan la respuesta. La primera de ellas es El Almirante Padilla en Corea: crónica del legendario buque de la Armada Nacional de Colombia, de la destacada antropóloga Margarita Serje, cuyo padre, el capitán Julio Serje, participó en las operaciones navales en Corea y luego tuvo el mando de esa emblemática embarcación. El otro artículo es La tragedia de “Tite” Socarrás, de Freddy González Zubiría, un laborioso investigador capaz de sacar a la luz los secretos más recónditos.
Margarita Serje cuenta cómo esta fragata había sido visitada, en 1950, por el presidente argentino Juan Domingo Perón y su esposa, Evita, cuando fue llamada intempestivamente para que retornara a Cartagena con el fin de participar en la guerra de Corea. La autora narra su destacada participación en el conflicto asiático y describe los protocolos navales británicos que en ella imperaban, lo que la hizo muy famosa entre los comandantes de la flota aliada que operaba en Corea.
A su regreso al país, el gobierno de Laureano Gómez le asignó a la Almirante Padilla la ingrata tarea de confiscar la mercancía que se encontrase en Puerto López, operación que se cumplió por tierra y por mar en abril de 1952. Para los habitantes de la península, ello constituyó una doble afrenta, pues no solo ponía fin a su puerto más dinámico, sino que empleaba el nombre de un héroe guajiro para una misión propia de corsarios. Según González Zubiría, entre los damnificados se encontraban los villanueveros Tite Socarrás, Miguel Celedón y Enrique Orozco, quienes habían enviado 1.000 quintales de café a Aruba y habían invertido sus ganancias en mercancías provenientes de esa isla.
Después del decomiso, Tite Socarrás regresó abatido y arruinado a Villanueva. Para ahogar sus penas, en compañía de Rafael Escalona y otros amigos, consumieron las pocas botellas de whisky que se habían salvado del desastre deseando que un submarino hundiese a la fragata en Corea. Así surgió la famosa canción que todos conocemos. La Almirante Padilla finalizó sus días trágicamente en 1964, cuando topó con uno de los rompientes del Cayo Bolívar cerca de San Andrés. El destino deseado por los contrabandistas se cumplió, pues la noche de la parranda, cuenta González Zubiría, “entre copa y copa le echaban maldiciones a la fragata Almirante Padilla, a su capitán, al comandante de la Armada, al presidente y a las leyes de la república”.
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