Por Abel Medina Sierra
La imagen de Angus MacGyver ese icónico personaje de la seria homónima protagonizada por el actor Richard Dean Anderson está muy atada a los televidentes de mi generación. Hubo una versión reciente que no revalidó el éxito de la anterior, lo que conectó a los jóvenes con este personaje, un agente secreto armado con habilidades extraordinarias para usar su conocimiento académico y saber empírico en ciencias e ingeniería para la construir todo tipo de herramientas que le permitieran salir de un apuro o peligro. Tanto admiramos a MacGyver que tomamos su apellido para endilgárselo a cualquier persona con reconocidas habilidades multitareas, a esos que generalmente llamamos “toderos”.
Ese personaje anónimo, pero tan funcional y útil es a quien hoy quiero justipreciar con gran admiración. Tengo que reconocer que si de algo carezco es de destrezas manuales. Lo demuestra mi letra y mis dibujos. Aún recuerdo cuando mi padre solía tratarme de “inútil” porque era incapaz de acometer con pericia y precisión cualquier tarea que me exigiera habilidades manuales. Y esa es precisamente, la mayor competencia de los “toderos”.
Les llaman “toderos”, otros lo comparan con “MacGyver”, en algunas regiones prefieren denominarlos “marañeros”, “sacadeapuros” y hasta se usan extranjerismos como “multitasker” (multitareas) o “handy men” (el hombre de las manualidades). Son esas personas que sin haber pasado como Angus MacGyver por facultares de ciencias eléctricas, electrónicas ni por programas de ingeniería son los “cucuriacos” de todo lo que tenga cable, los “teguas” capaces de arreglar “de todo”, ése personaje que no puede faltar en el barrio y que todos conocen porque alguna vez han tenido que usar sus servicios para alguna tarea doméstica.
El «Todero» tiene una variedad de servicios para su clientela. Sus habilidades técnicas son tan versátiles que van desde tareas de mantenimiento y reparación para el hogar o la micro empresa. Sin tener diplomas ni credenciales, tampoco oficina ni publicidad, se les miden a tareas de plomería, electricidad, electrónica, carpintería, pintura y albañilería. Se puede ocupar de la jardinería, el aseo de toda la casa, reparar esa gotera que desnudó el aguacero reciente, la cerradura que se resiste y hasta reparar el juguete de los niños de la casa. El todero, aún sin tener experiencia en la reparación de algún equipo, se atreve, sabe que aprende de la manipulación, tiene una lógica de los mecanismos, una praxis parida en el día a día de sus “marañas”. Un todero puede ir desde ayudar a ensartar el hilo en la aguja de la abuela hasta una tarea más compleja como la del albañil.
¿Las armas de este héroe del barrio? En su vieja y curtida mochila siempre habrá un infaltable martillo, unas infalibles llaves, pinzas, navajas, un metro, pedazos de cables, alambre dulce y alguna que otra herramienta. Con ese arsenal siempre estará dispuesto al llamado desesperado de alguna vecina a cuyo marido le falta tiempo o la habilidad para arreglar la extensión eléctrica, el baño tapado, la puerta atascada o las intermitencias del fluido eléctrico. El MacGyver del barrio es un personaje insoslayable y muchas veces más útil y reconocido que el presidente de la Junta Comunal.
En los sectores en los que me ha tocado residir siempre he tenido la dicha de contar con uno de estos “toderos” que llegan en auxilio de mis precarias destrezas: mi cuñado Rafael Luque en Maicao, “Lucho” Vega en Valledupar, Esteban Luna y mi compadre Luis Carlos Polo en Riohacha, en Maicao el venezolano al que llamamos “Qué hay por ahí” (suele llegar a casa con esa frase para ofrecer sus servicios) y al que le pusieron nombre de pianista francés: Richard Clayderman. Todos ellos, a precios muy bajos, me libraron de la, para mí, frustrante y estresante, tarea de “arreglar” algunos daños en casa. En realidad, prefiero escribir un libro que arreglar una gotera del techo.
El “todero” es un producto de países como el nuestro en los que la informalidad a veces no es una opción sino una obligación, una muestra de la resiliencia de la gente humilde para adaptarse a cualquier exigencia, el afán de aprender no tanto en la escuela sino de la modelación, la enculturación y la experiencia práctica y exploratoria para “ganarse la papa” en el azaroso día a día. Mis palabras de exaltación y aprecio para esos héroes ocultos de cada barrio, esos que, sin nombradía, tienen una historia de servicios valiosos para cada hogar.