La puerta incierta de la censura a la música

Por Abel Medina Sierra

Cero vulgaridad

Un tema que ya parecía página del pasado ha vuelto a revivir en estos días cuando se conoció que el Consejo de Estado admitió una acción de tutela en contra de los artistas reggaetoneros que interpretan la tristemente célebre canción +57. Entre las pretensiones de los accionantes está el retiro de la canción de las plataformas digitales, todo esto para “el amparo de sus derechos fundamentales a la dignidad humana, derechos fundamentales de los niños, niñas y adolescentes, libre desarrollo de la personalidad y trato digno”. Aunque no es claro qué derecho fundamental se viola con la canción, el tema reavivó la polémica, en varias de las cuales he participado desde tertulias virtuales de actores de la música.

Ya a finales del año anterior, cuando el tema y la indignación que produjo la canción estaba candente, la senadora Karina Espinosa salió a proponer una iniciativa legislativa que implementara sanciones contra los artistas, en general, que graben letras “indecentes” en sus canciones. Nunca una canción había merecido tanta indignación y rechazo hasta del presidente Petro y pronunciamientos desde el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.

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Karina Espinosa es la misma senadora que propuso la ley “Cero cacho” para eliminar la infidelidad en el país. También fue la más enardecida en este tema y llegó a proponer que no solo los artistas de +57 sino de cualquier género cuyas canciones sean humillantes contra menores de edad o las mujeres tendrían que “reparar el daño y promocionar música decente”. Llegó incluso a publicar su propia lista de canciones del reggaetón que debían ser censuradas y sus intérpretes sancionados: La Groupie, Delincuente, Cuatro Babys y La Quemona estaban entre las 15 “infames” de su lista.

«La reparación la tendrán que hacer los cantautores y autores de estos contenidos que han hecho tanto daño a niños, niñas, adolescentes y mujeres” sostenía la senadora para entonces.

La senadora Karina Espinosa parte de la inocente idea que, prohibido el reggaetón y demás canciones de este tipo, se reduce el feminicidio, el abuso infantil, la drogadicción y otros males de la sociedad. Y fue más allá al sugerir que el Ministerio de TIC y la Comisión de Regulación se conviertan en “detectores” o una especie de comité de vigilancia y censura de las canciones de contenido muy sexual o que afecte a los menores y mujeres.

En la Cámara de Representantes también llovieron los pedidos de sanción. Carolina Giraldo Botero con apoyo de otros colegas presentaron una ponencia pública que manifiesta: «Exhórtese al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar a convocar a los autores y las autoras en intérpretes de la canción +57 a una capacitación sobre derechos de niños, niñas y adolescentes, y sobre prevención de violencias en esta población», todo esto para “generar concientización sobre la importancia y preponderancia del bienestar de los niños, niñas y adolescentes, y la necesidad urgente de erradicar cualquier manifestación pública que menoscabe sus derechos, en concordancia con el artículo 44 de la Constitución Política«.

Los antecedentes

Pero, si retrocedemos un poco, no es la primera vez que desde el Congreso alguien quiere ganar protagonismo imponiendo censuras a las líricas de las canciones y no solo las del reggaetón. A inicios del 2020 el muy polémico e incoherente senador Jonatan Tamayo, “Manguito”, presentó un proyecto de ley dizque para “Brindar garantías en la formación de la sociedad colombiana a través del buen manejo de las expresiones culturales”.

Retrocediendo al 2015, el Concejal de Cambio Radical en Cartagena, Antonio Salim Guerra, propuso también la prohibición de las champetas cuyas letras “incitan” a la violencia.

La práctica de censurar no solo canciones sino películas y hasta la literatura ha sido más usada por regímenes absolutistas como Corea del Norte, China y hasta Cuba.

La puerta abierta

Inicialmente, nunca será restringida a un solo género musical, sino que su alcance llegará, incluso a nuestro defendido vallenato, la salsa, la música popular y otros. Algunos contertulios como Luis Carlos Ramírez y Orlando Molina, así como este servidor, hemos puesto el dedo en una llaga que no nos gusta tocar.

Si se busca proteger a los menores y no hacer apología al maltrato infantil, no faltará quien pida que canciones de Diomedes Díaz como “El muchacho” y “26 de mayo” salgan de circulación porque allí se mencionan las “cuerizas” que el viejo Rafael Díaz le daba al Cacique.

De pronto nos salga un pastor evangélico o un ultraconservador a pedir que se censure también la literatura, el cine y las artes visuales, y nos quedemos con “Cien años de soledad” mutilada de erotismo, “Bajos instintos” sin Sharon Stone y sus candentes escenas y sin los desnudos en las obras pictóricas y escultóricas para “preservar la moral y las buenas costumbres”.

Los que hoy piden censuras, mordazas y cierre de medios para algunas canciones, por obscenas que sean, no son conscientes de lo ilimitada y peligrosamente incierta que puede ser esa puerta y de cómo puede ser aprovechada también para muchos malquerientes del vallenato.

Las políticas de censura a las expresiones artísticas nunca han funcionado y menos en un país de tantas libertades como Colombia y en tiempos en el que el Estado perdió toda capacidad de cohesión.

Hugo Chávez quiso prohibir el vallenato y otros géneros en Venezuela y no lo logró. Lo que sí puede funcionar es la sanción social, esa que viene de la sociedad civil y de seguro los intérpretes y productores de +57 sintieron con todo el rigor y los llevará a una autoregulación en el futuro que ojalá emulen otros.