Es la hora de aceptar que el tiempo de las nuevas ciudadanías ha llegado a Colombia.
La marcha del 21N del 2019, a diferencia de las múltiples marchas sectoriales de las últimas décadas, consigna un logro revelador: el lenguaje unificado de una nueva ciudadanía, que exige participación en cada toma de decisión y la defensa del bien común, anunciada en la frase: “El país se construye entre todos”. Lo sorprendente de esta frase es que fue dicha en un coro conformado por centrales obreras, grupos universitarios (en una yunta admirable de estudiantes de universidades públicas y privadas), unión de campesinos, cabildos y asociaciones indígenas, comunidades afrodescendientes, artistas, comunidad LGBTI, docentes, personas en condición de discapacidad, grupos de pensionados, colectivos de abogados, colectivos juveniles, ciudadanos independientes, que marcharon en una voluntad pacífica y bajo una inmensa conciencia de derechos.
Las nuevas ciudadanías reubican tanto al individuo como al colectivo en el deber de profundizar la democracia desde la responsabilidad compartida. Es el espacio y la acción corresponsable frente al rigor de los deberes y el acceso igualitario a los derechos, el avance hacia una dialéctica de participación transparente del eje Gobierno-sociedad civil en una interacción horizontal en tiempo real.
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¿Está el Centro Democrático, el partido de gobierno, inserto en este espacio de la vanguardia del pensamiento político, que habla de indicadores de calidad de la democracia?
¿Ha entendido el presidente Duque el mensaje esencial de la marcha del 21N, que anuncia un nuevo país? Es decir, ya ha quedado atrás el esquema presidencialista lineal: aquel de decisiones verticales y de control centralista. Ahora es imprescindible el diálogo de la pluralidad, la discusión transversal, el debate público, la cultura política en el interior de las ciudadanías, de las libertades civiles (que garanticen los derechos humanos), la bisagra capacidades/voluntades comunitarias y gubernamentales, de la educación autónoma desde el hábitat memoria-conciencia-creación, de lo ambiental que regula lo económico… de esto es de lo que trata el mensaje del 21N, por encima de los desmanes de una minoría, que aún sigue anclada en el error de la violencia.
“¿Se está tejiendo un lenguaje resiliente del posacuerdo de paz? ¿Estamos escuchando las voces de un nuevo país?”
La confección de un país diverso inmerso en la búsqueda de la comprensión de sus diferencias, que quiere transformar el actual nudo gordiano de conflictos en un tejido de conflictos asumidos, al decir del maestro Estanislao Zuleta: “Una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos”.
Un país que apenas emerge de las oscuridades del pantano del conflicto armado y procura llegar a las orillas de las praderas del diálogo del mínimo posible, como lo han expresado los hijos de las víctimas, reunidos en el reciente encuentro de la Comisión de la Verdad ‘Nunca más niños y niñas en la guerra’: “Necesitamos la sombra de la paz para descansar de la insolación de la guerra”.
La conversación nacional debe establecerse desde el significado sustancial de su etimología, conversatio (proveniente del latín): “Acción y efecto de reunirse a dar vueltas”; en sentido ampliado: es estar vueltos los unos con los otros, la palabra que pasa a través; implica un intercambio de ideas en un contexto común en equilibrio entre el escuchar y el hablar, libres de animadversión y de juicios de valores.
¿Es conversación cuando se imponen la agenda, las pautas y el mecanismo de participación? ¿Es conversación nacional una convocatoria con predisposición a no tratar las indicaciones económicas de los organismos internacionales? Hasta el momento, las características de este llamamiento es más parecido a un monólogo subliminal o, a lo sumo, a un conversatorio deliberatorio en donde el papel de la sociedad civil debe ser entender las justas razones y las certezas infalibles del Gobierno, en lugar de ser un espacio de debate incluyente, argumentativo y decisorio de carácter vinculante.
¿Se está tejiendo un lenguaje resiliente del posacuerdo de paz? ¿Estamos escuchando las voces de un nuevo país? ¿Estamos listos a escucharlas sin anteponer nuestros intereses particulares, sin sacar los escudos de nuestros prejuicios? ¿Acaso esas voces no son de la diversidad local, que se han forjado desde las riquezas de la explotación de los recursos naturales y desde las pobrezas de su distribución? ¿No salen de las gargantas oxigenadas de la juventud hastiada del sistema corrupto de la dirigencia política incompetente?
Ha hablado el país profundo. Es la hora de saber escuchar y de aceptar que el tiempo de las nuevas ciudadanías ha llegado a Colombia.
(Foto: John Jolmes Cardona, LA CRÓNICA).
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