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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.
Vivimos tiempos en los que flotan las indignaciones, surgen espontáneos, pero muy activos movimientos en defensa de la diversidad y la representación justa, lo que es una buena señal de una sociedad más alerta para pedir más equidad, respeto a la diferencia, menos exclusión y estereotipos. Todos estos movimientos, tienen en las redes sociales su espacio virtual para crear comunidad y solidaridad, también como el punto emisor de sus indignaciones y reclamos.
Pero, estas buenas intenciones, a veces terminan en prácticas tan radicales, excluyentes y sesgadas, iguales o más injustas que aquello contra lo que luchan. Necesario es que se luche por la equidad de género, eso no justifica el odio manifiesto contra los hombres en las marchas de grupos feministas; ninguna mujer debiera sentirse acosada o irrespetada por piropos irrespetuosos en la calle, pero tampoco se puede elevar a delito la sana seducción que implica un cumplido. Loable es la lucha de los animalistas, aunque eso no puede llevar al extremo de poner en riesgo la ingesta de carne como principal proteína en la dieta humana; plausible que las etnias defiendan la autonomía en sus territorios, mas eso se puede llevar a la intolerancia, por ejemplo, de impedir que alguna persona de otra etnia trabaje en su comunidad porque sería racismo. Justo es que algunas minorías religiosas clamen por una programación de televisión más responsable en los valores que promueve, lo anterior no puede extralimitarse a señalar improbable contenido demoniaco algunos programas.
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Esta exacerbación de movimientos por la representación, está llegando a los terrenos de la producción audiovisual, específicamente, me quiero referir a los llamados cómics como creación fabulesca o de ficción. Cada vez son más frecuentes las noticias sobre grupos espontáneos y reactivos de ciudadanos que arman verdaderas guerras mediáticas para promover cambios, censura y hasta la salida de la pantalla de algún programa por lo que puede representar un personaje de ficción.
Vamos a los casos concretos. Se ha conocido que las minorías afro en Estados Unidos, han venido presionando a la Warner Bros, para crear un Superman que represente a esta raza. Son intentos que, en su lucha de representación, no respetan ni siquiera la autonomía que tiene cada creador con su obra. Qué tal que, después los asiáticos, los árabes, los latinos exijan su propia versión del “hombre de hierro” y en vez de la original creación de Jerry Siegel y Joe Shuster, veamos toda una saga de clones del súper héroe. Por otra parte, a los productores de la serie didáctica infantil “Plaza Sésamo”, ante las presiones viralizadas por el mismo sector étnico, se vieron obligados a incluir un personaje afro descendiente en sus nuevos capítulos.
La cosa no para en el color de la piel de los personajes, sino en lo que encarnan. Recientemente se divulgaron los pedidos para retirar de pantalla “Dragon Ball Z” por asociarla con el imaginario de la discriminación contra las mujeres. Una comunidad de cibernautas también ha pedido sacar de pantalla el famoso cómic “Animaniacs” por considerarlo “inapropiado para los ojos de los niños”. El, aparentemente, inofensivo y veloz Speedy González y su primo El Lento Rodríguez, ahora son sujetos de peticiones para evitar su reproducción pues “crean estereotipos” de flojera y borrachera para los mexicanos. Igual suerte está corriendo Pepe Le Pew, el muy enamoradizo zorrillo francés que pretende seducir a la toda la fauna hembra, ahora está en el banquillo acusado de acosador, ¡vea usted!, como diría Romualdo Brito. En esta “lista negra” de censura entran otros personajes como Grinch, Lorax y El Gato con sombrero.
En cuanto algunas tendencias terminan entronizándose e instaurándose como hegemonía, nada de raro tiene que, en el futuro tengamos un escenario en el que se pida censurar al “Chavo del 8” por su imagen de huérfano que vive en un mísero barril; otros pedirán crucificar al Coyote por el uso de su arsenal Acme para atrapar al Correcaminos. No faltará quien quiera sacar de pantalla al Pato Lucas por extrema maldad, al gato Silvestre por depredador, a Tom por intolerante a ratones y a Sam Bigotes por violento e irascible. Con todo esto, solo quedarán en pantalla programas como los Teletubies, Barnie y los Backyardigans.
No conozco la primera persona que se haya vuelto acosador por el ejemplo de Pepe Le Pew, los terroristas no aprenden a hacer atentados viendo “El correcaminos”, que se torne ingenuo siguiendo el modelo de Porki, “pantallero” por seguir al Gallo Claudio, ni devastador por el “Demonio de Tasmania”. La defensa de una sociedad más justa no debe llevarnos al extremo ridículo de censurar toda creación ficcionada, en lugar de poner el foco paranoico en las inofensivas representaciones, más bien disfrutemos de los cómics que muchas alegrías han traído a chicos y grandes. ¡Va pue’!