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Por Amylkar D. Acosta M. – Exministro de Minas y Energía y Miembro de número de la ACCE.
La Guajira, históricamente, es un departamento que ha vivido de bonanza en bonanza, montada en una especie de montaña rusa, en la que el auge, siempre efímero, va seguido de la decadencia de la actividad económica que da lugar al mismo. Ello explica el comportamiento espasmódico que ha caracterizado el desempeño de su economía. La más remota de ellas, la de la pesca y el comercio de perlas, la del contrabando, la del algodón, la marimbera y la más reciente, la minero – energética, intensiva en capital, que la convirtió en la despensa de gas y carbón para Colombia y el mundo.
Todas estas bonanzas han tenido como denominador común que no hay tenido raigambre en el territorio y por ello mismo no han propiciado un desarrollo endógeno, a falta de un mayor encadenamiento productivo. Han sido flor de un día y se nos han ido como se escapa el agua entre los dedos, en medio del cuestionamiento por los malos manejos de los recursos que las mismas han generado con el paso del tiempo.
Así como no nos preparamos para el boom del carbón, que ahora está en el principio de su fin, tampoco estamos preparados para su declinación.
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Pero, es que el país tampoco se preparó para dejar de depender como depende de la actividad extractiva y tanto su economía como sus finanzas está a expensas de ella. Esta circunstancia sitúa a La Guajira y al país en un serio predicamento ahora que los mercados del carbón se contraen y los del petróleo a futuro también y sus precios se han deprimido, ni el país ni el Departamento han contado ni cuentan con una estrategia de diversificación de la economía que morigere su impacto en el empleo y en el ingreso.
Lo anterior me lleva a plantear los enormes rezagos de La Guajira en el plano educativo, así como la falta de oportunidades para acceder a la educación, para cursar una carrera y para ejercer su profesión. Las oportunidades son escasas, así en todo los planes de desarrollo de la Nación y del Departamento prediquen la igualdad de oportunidades, la que no será factible mientras se mantenga y perpetúe la desigualdad de trayectorias, la cual se hace ostensible en La Guajira con respecto a la región Caribe y de esta con respecto al centro del país.
Como lo acotan en su estudio Guajira 360º y la Universidad del Norte, “la literatura económica señala que el grado de escolarización (número de años) y la calidad de la educación obtenida en el desarrollo académico, tienen una relación directamente proporcional con el nivel de ingreso personal, la calidad de vida del grupo familiar y el crecimiento económico de una localidad, región y los países”. La educación es la clave. Advierten ellos, además, que “no importa cuán desarrollado esté un territorio en acceso a tecnologías de la información y competitividad o en ambiente de negocios; sin un recurso humano calificado no se podrá ser competitivo en los sectores de mayor valor agregado, sobre los que se pretende apalancar el desarrollo económico de los próximos años”.
La Guajira tiene el agravante que tiene un limitadísimo acceso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), tiene un mediocre desempeño en competitividad y lo que es peor el recurso humano calificado sigue siendo ínfimo. En efecto, según el Censo del Dane del 2018 la cobertura de internet era de 10.8%, la más baja del país. Únicamente el 20.5% de las familias guajiras cuentan con acceso a internet, amén de que sólo el 23.4% de los hogares poseen un computador, la cobertura del servicio de energía en los territorios indígenas, que representan el 50% de su población, no supera el 26% y el estar privado de la energía y del internet significa estar desconectado de la tecnología. En el más reciente reporte del Índice de competitividad departamental, La Guajira ocupa el puesto 25 entre 32 departamentos y allí ha permanecido estancado sin ningún progreso.