Sobre libros y sus títulos bizarros y curiosos

Por Abel Medina Sierra

La Filbo: vitrina libresca

Una vez más, gracias al Fondo Mixto de cultura de La Guajira, viví la experiencia única, placentera y motivadora de la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2025 que culminó este 11 de mayo. Aunque es un verdadero desafío para las piernas y los ojos apreciar y recorrer los 60.000 metros cuadrados de exhibición, varias decenas de miles de libros, nada más revelador que visitar stand por stand para, al menos, encontrar los libros clásicos de la literatura en nuevas ediciones, la nueva hornada de producción escrita de 30 países y las publicaciones académicas, didácticas y de todo tipo.

 Esta vez, mi atención se sintió atrapada por algo que había pasado desapercibido y que cada día se torna más común: el arrojo de los autores para titular sus obras. Yo cría que esto solo estaba pasando en la música, resulta que también en la cultura libresca está de moda titular libros de manera curiosa, sicalíptica o atrevida. Quizás uno de los pocos libros que conocía cuyo título me parecía curioso es el del poeta nadaista Jaime Jaramillo Escobar “Método fácil y rápido para ser poeta”; un título que dice todo lo contrario a lo que el autor quiere comunicar. También el muy publicitado “Sin tetas no hay paraíso” del Gustavo Bolívar.

 En la Filbo de este año, uno de 10 libros más vendidos fue “Cómo mandar a la mierda de forma educada” de la española Alba Carbalda. Pero también me topé con otro titulado “Todo está jodido: el sutil arte de que te importe un carajo”, un libro sobre la esperanza de Mark Manson. Nada más desesperado que el título “El cáncer y la madre que lo parió” con el que el autor Máximo Pradera llamó su obra también vendida en la Filbo. Más curioso me pareció “Superar el complejo de hijo de puta: para una introducción al pensamiento decolonial: fuentes, categorías y debates” de Damián Pachón Soto. Una verdadera paradoja entre el título tan prosaico y el subtítulo que sugiera densidad conceptual y rigor académico. No menos curioso fue encontrarme con la obra “El arte de hacer popó: Una digestión sana. Una vida feliz” de la doctora Juliana Suárez Correa, hasta ahora me entero que algo tan banal como la evacuación ha sido elevado a la categoría de arte.

Portada del libro “El arte de hacer popó: Una digestión sana. Una vida feliz”, escrito por la doctora Juliana Suárez Correa.

A la caza de títulos cazadores

La idea me quedó como remolino en la cabeza, así que me vine de la Filbo con la inquietud de comprobar si hay tendencia en esa estrategia de vender libros con títulos tan sugerentes como bizarros. Pues, el rastreo me confirmó que son muchos los casos. “No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas” es una obra de Laura Norton, mientras “Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos” fue la manera de tratar a estos profesionales de Rodrigo Muñoz Avia. También despectivo es el título de Gerald Durell en “Mi familia y otros animales”. A propósito del arte, Pierre Thomas y Nicolas Hurtaut denominaron su libro “El arte de tirarse pedos. Ensayo físico-teórico y metódico”. También la ciencia se ha ocupado de temas no tan sublimes como “El origen de las heces” (2013) de David Waltner-Toews. Agregamos a la lista “Todo lo que sé sobre las mujeres lo aprendí de mi tractor” (2002) de Robert Welsch, “¿Habla Dios alguna vez a través de los gatos?” (2006) de David Evans y este título tan largo como curioso: “Ábrete de par en par para el apuesto dentista dientes de sable que también es un fantasma” (2017) de Chuck Tingle.

Sobre literatura infantil está “Las princesas también se tiran pedos” de Ilan Brenman que cuenta sobre el prodigio de una princesa para tirarse gases supersónicos. En ese mismo género de relatos infantiles se encuentra el libro titulado “El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza” de Werner Holzward traducido a varias lenguas. No menos prosaico es el título “Lamentaciones de un prepucio” de Shalom Auslander; también existe “El abuelo que saltó por la ventana y se largó” de Jonas Jonasson y “La sanguijuela de mi niña” de Christopher Moore.

La moda del “cómo hacer…”

Como notamos, algunos de estos libros con títulos tan sugerentes, hacen parte de las publicaciones de tipo instrumental, aquellos que ofrecen consejos para tareas específicas desde las más apremiantes hasta las más banales. Un ejemplo es el libro “Cómo cagar en el monte” de Katheen Meyer, un bestseller que explica las mejores maneras para cumplir con urgencias fisiológicas de “modo amable y respetuoso” con la Madre Naturaleza. Aquí entra también “Enséñale a tu esposa a ser viuda” del autor Donald Rogers que es un manual para que las esposas aprendan a calcular los impuestos y sobrevivir por su cuenta y, por último, “Cómo tener la casa como un cerdo: Guía doméstica del perfecto soltero” de P. J. O’Rourke.

Algunos de estas peculiares denominaciones que escogen los autores, aluden a metáforas o formas connotativas de llamar la atención sobre la intención comunicativa de su publicación. Verbigracia, “Cómo enseñar física a tu perro” de Chad Orzel, trata de cómo explicar física de manera muy simple. El libro “Hazlo tú mismo: Ataúdes para mascotas y personas” de Dale Power trata de enseñar habilidades para tareas útiles y “101 usos para un gato muerto” de Simon Bond es una colección de caricaturas de felinos en varias situaciones.

Vieja data, nuevo hallazgo

Aunque por momentos pensé que esta ocurrente manera de titular libros obedecía a una tendencia de la modernidad tardía por lograr ser visibles a partir del escándalo, los hallazgos me revelaron que desde hace muchos años los autores acuden a esta práctica. “Cómo montar un velocípedo: sentarse a horcajadas, remar y salir pitando” fue publicado en 1869 por Joseph Firth Bottomley, mientras en 1881 se publicó “El cielo: dónde está, quiénes son sus habitantes y cómo llegar” de Dwight L. Moody, “Cómo cocinar maridos” de Elizabeth Strong Worthington en 1898, “Un manual sobre el ahorcamiento” de Charles Duff en 1928 y “¿Qué haría Cristo con la sífilis?” salió el mercado en 1930 y su autor fue el doctor Ira D. Cardiff.

Las estanterías de librerías y sitios virtuales les mostrarán algunas seducciones para adquirir o leer libros desde títulos tan descabellados como “Las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes” de Ute Ehrhardt, “Todos nos casamos con idiotas” de la autora Elaine W. Miller, “Lo que más me gusta es rascarme los sobacos” del célebre Charles Bukowski, “Tú también eres idiota” de Chiqui Bua, “Cómo trabajar para un idiota” de John Hoover, “¿Porque los hombres tienen pezones?” de Mark Leyner y Billy Goldberg que son los mismos autores de “¿Porque los hombres se duermen…?”. Además están “Diario de un niño tonto” del autor que se hace llamar Tono y “¿De quién es esta mierda?” de Matt Pagett.

Con este repaso, espero estemos más preparados para, cada vez más, encontrarnos con publicaciones que desde sus títulos nos envían señales de que la lengua también es usada para extrañarnos e impactarnos desde lo sicalíptico, lo prosaico y lo vulgar aún desde un artefacto tan cultista como el libro.