Por Fredy González Zubiría – Investigador cultural.*
Hace más de una década inicié la investigación sobre la Historia de la Salud Pública en La Guajira, pero quedé atollado sin presupuesto, recuerdo que le escribí a dos poderosos laboratorios farmacéuticos buscado patrocinio y no fue posible. El Secretario de Salud de entonces me dijo: -Fredy aunque no lo creas, en salud hay plata solo cuando hay epidemias.
Dentro de lo que alcancé a adelantar, construyendo biografías de algunos médicos de los siglos XIX y XX en La Guajira, encontré un elemento común: Que luego de tantos años de abnegación en sus estudios, los ingresos de los médicos no correspondían al valor real de su trabajo. Solo aquellos que lograron algún tipo de vinculación con el estado aseguraban un ingreso fijo mensual, aunque nunca correspondió a lo vital de su profesión, como lo es sanar personas y salvar vidas.
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La pobreza que reinaba en La Guajira más las relaciones familiares y de compadrazgo, hacían que los médicos -la mayoría de veces- trabajaran gratis. Muchas familias buscaban de padrino de bautizo al médico conocido, los galenos terminaron llenándose de ahijados.
A finales del siglo XIX existían tres médicos cirujanos: Pedro Antonio Brugés Barros, egresado de la Universidad de Cartagena, Ramón Lanao y Marco J. Serrano, ambos de la Universidad Nacional de Colombia. Los médicos subsidiaban por su cuenta las consultas a los pobres. Brugés publicó en el periódico El Ensayo (1898) el siguiente aviso: PEDRO ANTONIO BRUGES médico cirujano ofrece sus servicios profesionales. Consulta y asistencia gratuita para los pobres de solemnidad. Lo médicos tenían que complementar sus ingresos vendiendo medicinas, así el doctor Lanao montó la Botica La Unión y el doctor Serrano la Botica Popular.
A inicios del siglo XX el médico de planta en Riohacha era el doctor Abimeal P. Mazenet C., egresado de la facultad de medicina del colegio Fernández Madrid (Quito), también debió asumir por su cuenta el costo del “régimen subsidiado” para no violar el juramento hipocrático.
En los años cuarenta, el médico de la ciudad era Jaime Henríquez, radicado en Riohacha por muchos años, según palabras del doctor Pedro Gómez que lo alcanzó a conocer, lo describe como un “Berraco”. El doctor Jaime, desesperado de que siendo médico no había manera de vivir en Riohacha, emigró.
A mediados del siglo XX, la situación de los médicos no había cambiado. La mayoría de consultas del doctor Ramón Gómez Bonivento eran gratuitas, hacía las consultas a domicilio y no cobraba. Si le pagaban lo recibía, sino se iba y no había pasado nada. Su señora Alcira Weeber cuenta que a veces a su esposo le daban en compensación gallinas o racimos de plátanos y muchas veces le pagaban con cerveza. Vecinos de Riohacha fueron tan conscientes de la generosidad del doctor Bonivento, que hicieron una colecta y le obsequiaron un vehículo.
Pedro Gómez, cardiólogo nacido en Riohacha, con pregrado en Universidad de Cartagena y experto en malaria, realizó la primera cirugía en Puerto Estrella (Alta Guajira) con instrumentos de odontología que le prestaron, operó a un marino de hernia inguinal estrangulada. Siendo médico general quiso ejercer en su ciudad natal, la mayoría de pacientes resultaron siendo parientes de él. Le tocó emigrar al año siguiente. Regresó siendo especialista.
La profesión más noble del mundo, el orgullo de cualquier familia, continúa siendo mal paga para la mayoría de sus practicantes.
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