La maternidad autónoma

Por María Isabel Cabarcas Aguilar

La expresión del amor inmarcesible en los detalles cotidianos

Al igual que la icónica Shakira, fuimos muchas las que tuvimos el sueño de constituir una familia como aquella tradicional en la probablemente crecimos, compuesta por papá y mamá presentes y dispuestos como un equipo compacto, fuerte y amoroso en todo momento, para arroparnos con su afecto y protección en casa paso que dimos en la infancia y la adolescencia. La misma Shakira no puedo decirlo de una mejor manera en alguna de sus entrevistas en 2024: «Creo que yo también compraba esa historia de que una mujer necesita un hombre para completarse y completar una familia. Bueno, yo también tuve ese sueño de tener una familia en la que los hijos contaran con un padre y una madre bajo el mismo techo. No todos los sueños en la vida se cumplen, pero la vida encuentra una forma de compensarte de alguna manera y creo que conmigo lo ha hecho con creces, con estos dos niños estupendos, maravillosos, que me llenan de amor cada día» En sus palabras, la extraordinaria artista barranquillera a quien tantas admiramos y en cuyas letras hemos hallado retazos de las etapas de nuestra vida, recopila la hermosa y reconfortante forma en que innumerables mujeres nos sentimos no solo en la maternidad autónoma, si no, en la vida.

Han transcurrido casi ocho años de haber hecho consciencia de que estaría sola en la crianza de mi hijo, sin embargo, no cambiaría un ápice de nuestra historia juntos y del indescriptible camino recorrido como su madre, por todo lo que ha significado crecer junto con él, siendo justamente esto lo más hermoso que soy: su mamá.

La maternidad autónoma se ha convertido en un modelo familiar popular en Colombia. En 2023, el número de madres solteras fue significativamente alto. Según cifras del DANE, más del 40% de los hogares tienen una mujer como jefa de hogar. El 45,4% de los hogares en 2023 tenían jefatura femenina, mostrando un aumento del 38,4% en 2019. Se nos reconoce como madres autónomas actualmente, aunque por mucho tiempo se nos llamó madres solteras, en razón del estado civil que no tiene nada que ver con la maternidad. Si bien en algunos casos se cuenta con el apoyo económico del padre, la presencia exclusiva y permanente de la madre en el hogar (léase, en la vida del hijo o hija), estando al cuidado de los descendientes, se ha convertido en un cuadro frecuente y a la vez creciente en la sociedad. ¿Por qué? Por múltiples causas: abandono, ruptura de la relación, ubicación en otra ciudad, constitución de un nuevo hogar, fallecimiento del padre, entre otros. Y, en la mayoría de los casos, las mamás no renunciamos, no abandonamos, y decimos sí y mil veces sí constantemente a través de actos cotidianos, ante nuestro deber y querer moral como progenitoras.

En ese orden de ideas, las mujeres somos quienes asumimos en algunos casos de forma exclusiva y en otros compartida, aunque nunca equitativa, la responsabilidad en todas las dimensiones, principalmente afectiva, frente a la crianza de los hijos. En múltiples ocasiones, en este proceso que debería ser óptimo, se repiten patrones de distintos tipos de violencia como resultado de hacer coparenting (coparentalidad) con un narcisista. En otros pocos, se trata de un proceso respetuoso y de acuerdos logrados, entre un par de seres humanos maduros y conscientes quienes se auto reconocen y mutuamente se identifican como socios y aliados en la educación, la atención, el sostenimiento y la formación en valores de ese pequeño ser respecto del cual se anhela que, al llegar a convertirse en adulto, sienta que, aunque por diversas razones sus padres no conformaron una pareja, sabia y serenamente se pusieron de acuerdo para brindarle lo mejor en todo momento.

No son menores los retos a los que nos enfrentamos cotidianamente en el ejercicio de la maternidad. Desde la falta de empleo formal que conlleva irremediablemente a la vinculación irregular en trabajos en perfiles no concordantes con la aspirante o no remunerados dignamente, por una parte, hasta la injusta situación de desventaja en los procesos de selección de personal que realizan las empresas e instituciones ante los demás aspirantes masculinos. Esto último es muy común, dado que, al evaluar los pronósticos laborales, lamentablemente una madre autónoma puede llegar a ser analizada por las potenciales ausencias en cumplimiento de citas médicas, reuniones del colegio, situaciones de cuidado o atención exclusiva de los hijos ante casos de hospitalización, necesidades económicas por suplir, préstamos por solicitar, posibilidad de llegar a sufrir episodios de estrés o enfermedad por la presión y la carga emocional en la familia, etc.

Ante este panorama de nuestro rol, la respuesta es y será siempre: el amor. El refugio entrañable de un hijo es siempre la calidez de su madre, y así seguirá siendo, pues, aunque para que un ser humano se conciba se requieren de ambos aportes genéticamente hablando, para que crezca esto no es estrictamente necesario. Óptimo si es, pero no siempre se logra.

En los sutiles detalles de lo cotidiano, las mamás seguiremos expresando el inmarcesible amor materno que hace posible sanar las heridas y sobre llevar las situaciones retadoras de la vida, pues como hermosamente lo cantó la misma Shakira: “Hay que reírse de la vida, a pesar de que duelan las heridas” y esas heridas con tiempo y amor, sanarán inexorablemente. Y juntos, con nuestros hijos, esa sanación llega mucho más rápida, profunda y definitivamente.Feliz día a todas nosotras, las valientes y resilientes portadoras del amor inmarcesible, en nuestro día y todos los días de la vida.