Por Abel Medina Sierra
Atrás quedaron aquellos tiempos en los que las chicas, hacían bordillos a las faldas del uniforme para esconder minúsculos ovillos en los que tenían “los machetes” para hacerle trampa a los maestros y poder mostrar en casa mejores notas. Tampoco aquella especie de códigos cifrados que se dibujaban en las paredes, pupitres y tableros con la “generosa” intención que todo el curso tuviera las claves del “peludo” examen de lenguaje o naturales. La práctica de escribirnos la ropa o la piel con las fórmulas químicas, matemáticas o físicas ante la mirada escrutadora de los maestros, ya son fantasma del pasado escolar. Ahora solo se habla de la inteligencia artificial como la aplicación chatGPT, muy sonada en estos días y vista como la redención del estudiante perezoso y el “avispado”.
La emergencia de la inteligencia artificial, ha generado también una competencia entre los gigantes Google y Microsoft, las que ya han anunciado nuevas versiones de motores de búsqueda con la ventaja de la inteligencia artificial. Más allá de las evidentes ventajas de contar con exploradores más robustos, inteligentes y eficientes para servirnos todas las respuestas posibles a nuestras preguntas y consultas, la polémica se centra en la parte ética. Y es allí donde entra en juego la eterna batalla entre los profes y los estudiantes por la legitimidad del fraude académico y el plagio escolar.
Las cámaras, la circulación vigilante y la estricta disciplina de panóptico usado por docentes que se ufanaban de que “a mí, no se me copia nadie” se puso en aprietos con la astucia de los estudiantes para esconder los “machetes”. Al docente no le quedó otra que dejar que sacaran la fórmula y centrarse en los procedimientos. Cuando se popularizó la calculadora, los estudiantes se anotaron un round; los docentes pasaron de proscribirla como si fuera un arma letal, a aceptarlas y poner más atención en la resolución de problemas.
Llegó Internet y con éste el celular. Todavía hay directivos docentes vacilantes entre si los permiten o los prohíben en el aula. Otro round a favor de los estudiantes que puso un reto a los docentes. Hoy hay maestros que permiten su uso para consultas, pero no para la producción y lo procedimental. Con la virtualidad se acentuó el plagio, que siempre ha existido. Estudiantes que cortan y pegan para luego sacar pecho ante el profesor “aquí está MI ensayo”. Otro punto para los estudiantes. Pero, la tecnología que había acolitado al estudiante, esta vez socorrió al maestro y se crearon herramientas como Turnitin, que le revelan al docente qué parte del trabajo de su estudiante es tomada de alguna fuente, el porcentaje de coincidencias y hasta lo remite a la fuente original. Round para los maestros.
Volviendo al ya famoso robot ChatGPT, sorprende su utilidad. En estos días he visto noticias de cómo un juez falló una tutela solo preguntando a la herramienta. También de cómo puede responder por una persona, con alto nivel de acierto, una entrevista de trabajo. Solo basta que el estudiante le ponga el tema de un ensayo o cuento y el bot lo produce con buen nivel y alta originalidad. Asombroso. Los docentes, naturalmente, están con las manos en la cabeza. A esto se suman, aplicaciones que son re-escribidores de texto que pueden usar los estudiantes para seguir “hackeando el sistema” escolar. Les permite tomar un escrito que haya producido una persona, parafrasearlo y hacerlo pasar como un nuevo texto. Así que tres o más estudiante nos pueden presentar el mismo trabajo, pero con diferente discurso. Otro gancho al hígado a favor de ellos.
La carrera no se detiene y la batalla es larga. Para concedernos un round a nosotros, los angustiados profes, los mismos creadores de ChatGPT, están trabajando en mecanismos para “delatar” los textos generados con estos bots con marcas de agua como una manera de impulsar salvaguardias a la originalidad. Por ahora, los docentes tienen el reto de escudriñar lo falible de estos textos generados por GPT, ya se ha identificado que tiene errores a veces en la citación. No centrarse tanto en la consulta, sino en la creatividad, complejizar las tareas, usar la sustentación de los trabajos y llevar la comprensión a nivel crítico e inferencial y propiciar más trabajo en el aula que en casa.
Un estudio de la Universidad de Oxford de hace algunos años, predijo que inteligencia artificial llegaría a eliminar el 47% de los puestos de trabajo en los próximos 20 años. Así que las tareas que requieren automatización con el tiempo de van a encargar a este tipo de herramientas: puede hacer por ti y en menos tiempo un guión de YouTube o de TikTok, un informe, responder preguntas de un cliente, agendar citas, hacer fórmulas de Excel que pueden ser complicadas, hasta interpretar un examen de sangre u orina. Esto demuestra que no solo es una ayuda para estudiantes, sino una ventana que abrimos con imaginables resultados para la creación y uso de contenidos a través de la red.
Por ahora, de rascarnos la cabeza a asimilar el golpe a favor de nuestros estudiantes y comenzar a pensar cómo lo usamos a nuestro favor.