La energía materna: raíz del despertar

Por Eliana Brito Melo

Detrás de cada historia personal hay una raíz que nos marca profundamente: la madre. A veces como presencia amorosa, otras como ausencia dolorosa, pero siempre como punto de partida. La relación con nuestra madre es una puerta hacia la comprensión profunda de nuestra historia emocional. En esta columna, reflexiono sobre cómo integrar amor, verdad y conciencia para resignificar ese vínculo esencial. Aprovecho también este espacio para honrar a mi madre, Nora, cuya presencia amorosa ha sido raíz, sostén y guía en mi propio camino de consciencia.

“Madre no es la que da la vida, eso sería demasiado fácil, madre es la que da el amor.” – Carmen Conde

En Colombia y en muchos países, el segundo domingo de mayo se celebra el Día de la Madre, pero más allá del gesto simbólico o del movimiento comercial que rodea esta fecha, el vínculo materno es una puerta hacia algo más profundo: el despertar de una conciencia individual que reconoce su origen, lo honra, lo transforma y lo expande.

En el espiral de la conciencia que he venido desarrollando en columnas anteriores, la familia representa un nodo fundamental y, dentro de ese nodo, el vínculo con la madre ocupa un lugar sagrado: la primera capa, la raíz. Allí se siembra nuestra historia emocional, se configuran los primeros vínculos y se establece nuestra relación con la vida. El vínculo con la madre —biológica o simbólica— es el primero que tenemos, no porque sea perfecto, sino porque nos marca, nos forma, nos confronta, y desde allí se empiezan a grabar memorias conscientes e inconscientes  y si lo elegimos, también desde allí podemos sanarnos.

Diferentes miradas terapéuticas coinciden en que el vínculo con la madre está relacionado con la forma en que habitamos la vida, nos abrimos a la abundancia y nos relacionamos con el mundo. Honrarla, en este contexto, no es un acto superficial ni condicionado por una fecha en el calendario. Es un camino de reconocimiento profundo que puede transformar no solo nuestra historia, sino también la de quienes nos rodean.

Una mirada amplia y compasiva

No todas las personas crecieron con una madre presente. Algunas fueron criadas por mujeres que no supieron, no pudieron o no quisieron ejercer una maternidad amorosa. Otras fueron guiadas por abuelas, tías, cuidadoras o incluso figuras masculinas que desempeñaron ese rol. También hay quienes han experimentado heridas profundas en esa relación y han necesitado años —o toda una vida— para comprender y sanar, pero también están quienes sí recibieron amor, guía y sostén desde ese vínculo maternal, incluso sin que fuera su madre biológica.  Por eso me gusta hablar de la energía maternal como una fuerza arquetípica, una frecuencia de vida que existe más allá de una sola persona. Es la que cuida, nutre, sostiene, da vida y permite crecer.

Mi madre, mi raíz

Mi madre, mi raíz, mi primer espejo. Hoy la honro con palabras y también con gratitud. Porque gracias a su amor —y a su historia— yo soy.

En lo personal, tengo la dicha de contar con una madre que ha sido refugio, impulso y espejo. Hemos transitado juntas aprendizajes profundos, y aunque no todo ha sido perfecto (como todos los vínculos reales), su presencia constante, su apoyo y su capacidad de sostenerme en momentos claves me han dado raíces profundas.  Quizás no siempre lo expreso, quizás a veces lo olvido, pero tu amor me ha dado alas. Esta columna también es para ti, mi querida mamá.

Celebrar sin idealizar

Honrar a la madre no es una obligación, es una posibilidad, una elección que puede abrir nuevas formas de vivirnos y de habitar nuestras relaciones. No necesitamos esperar un domingo de mayo para agradecer, honrar o transformar nuestro vínculo con mamá.

No hace falta cumplir con expectativas sociales, ni seguir libretos establecidos, a veces el verdadero homenaje es trabajar en uno mismo: sanar la relación con mamá, agradecer la vida recibida, asumir el camino con autonomía y elegir ser mejores madres, hijos o simplemente mejores seres humanos.

Desde mi mirada, honrar a la madre no es romantizarla, sino integrarla, es mirar lo que fue, lo que no fue y lo que pudo ser. Es abrazar su historia —y la nuestra— con verdad, con amor y con conciencia.

Y si eres madre, y esta columna resuena contigo…

Tal vez también sea una invitación a mirar tu propia historia, no desde la culpa ni el juicio, sino desde el amor. Porque muchas veces, las madres también han sido hijas no vistas, niñas que no recibieron cuidado, mujeres que hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían.

Sanar no siempre significa haberlo hecho todo bien, sino tener el valor de abrir el corazón, de escuchar, de pedir perdón, de nombrar lo no dicho.

Recuerda que la maternidad también puede ser una vía de sanación. Cuando una madre elige mirar su historia con conciencia, le ofrece a sus hijos el regalo más profundo: una raíz amorosa desde donde crecer libres.

Feliz Día de la Madre, hoy y todos los días en que el alma decida reconocer su raíz.

Y si este tema resuena en ti, sigue explorando tu camino interior. Porque sanar a la madre que nos habita es, también, un acto de amor hacia quienes vendrán después.