Por: Abel Medina Sierra-Investigador Cultural*
Comúnmente se escucha el reclamo de melómanos del vallenato, en el sentido que los acordeoneros de las nuevas generaciones son muy limitados, que ya no se “fajan”, que mucho menos “pican”, incluso, que tampoco usan la mano izquierda que le permita hacer la armonía con los bajos. Para muchos entendidos, se ha producido un estancamiento en el virtuosismo al que nos tenía acostumbrado la generación anterior y se suele decir que los acordeoneros de la llamada Nueva Ola Vallenata, están muy lejos de superar a sus antecesores como Emilianito Zuleta, Israel Romero, Juancho Rois, Pangue Maestre, Ismael Rudas, Beto Villa, Omar Geles o Héctor Zuleta para solo dar algunos nombres.
Paradójicamente, estamos en presencia de una nueva hornada de músicos con un nivel de formación muy superior al de todas las generaciones anteriores. Muchos de los últimos reyes vallenatos como Cristian Camilo Peña, Sergio Luis Rodríguez, Fernando Rangel pasaron por la escuela del Turco Gil. Casi todos los nuevos ejecutantes del fuelle nacarado tuvieron el privilegio de una formación temprana, además, muchos de ellos tienen estudios superiores en música como el mismo Sergio Luis Rodríguez, Delay Magdaniel o Julián Mojica, graduado en violonchelo, quien es capaz de ejecutar más de 7 instrumentos musicales. Con esas credenciales, muchos se preguntan, si estos jóvenes acordeoneros tienen un nivel mayor de formación musical, ¿por qué la música que nos ofrecen en sus discos y presentaciones son tan rítmicas, ligeras, simplonas melódicamente y carentes de todo virtuosismo?
Incluso, el musicólogo y acordeonero, de la Universidad del Valle, Héctor González, en su ensayo “El elogio de la dificultad en el vallenato”, cuestiona que se van por la vía más fácil de hacer música y llega a sostener categóricamente que: “puedo afirmar (…)que el movimiento conocido como Nueva Ola, hasta ahora, no realiza un aporte al género vallenato que pueda considerarse significativo en los diferentes aspectos musicales que he tratado, esto es, en el aspecto rítmico, en la parte melódica o armónica, o en lo relacionado con el tema literario. Contrario a lo que afirman los seguidores de esta manifestación juvenil, no se percibe en ella una “evolución”, cosa que, por fuerza, implicaría un avance en algún nivel discursivo musical como podría ser, por ejemplo, el desarrollo de nuevos patrones de complejidad rítmica o la ampliación, modificación, sofisticación o suplantación del actual sistema tonal.”
Particularmente, me he sintonizado con esta postura, pero, recientes evidencias me están llevando a un punto de focalización que puede cambiar tal opinión. En mis clases de vallenatología con los estudiantes del programa de licenciatura en música de la Universidad de La Guajira, estudiantes inquietos como el joven acordeonero Edwin Díaz, han divulgado no pocos registros en los que jóvenes acordeoneros suben videos y audios como solistas, explorando modulaciones y cromatismos nunca antes logrados por acordeoneros anteriores, ni siquiera por el Turco Gil, Pollo Isrra o Juancho Rois, tomados como referentes del virtuosismo en el género vallenato. Se trata de ejecuciones del mismo Julián Mojica, Morre Romero, Edgardo Bolaños y otros más anónimos. Son verdaderos conciertos de notas pasando de una tonalidad a otra y explorando los auxiliares cromáticos que en los botones de cada hilera de la lira se han agregado a los acordeones. También han circulado videos del acordeonero Roque Bermejo interpretando canciones vallenatas con bandoneón. El mismo Díaz, creó un grupo de jóvenes aprendices de la escuela Sendero Vallenato de Riohacha, creada por su padre Carlos Díaz, cuyo reto es divulgar conciertos solistas que lleguen al nivel de cromatismo, es decir, ir más allá de las siete notas para usar los semitonos y auxiliares.
Todo esto, nos ha puesto a pensar dos cosas. La primera que urge un concurso de solistas para ir generando la cultura de los concertistas entre los acordeoneros vallenatos. La otra, que no es que los nuevos músicos se hayan estancado o sean tan planos en su interpretación. Lo que puede estar ocurriendo es que no los dejan tocar a su voluntad y habilidad. En los festivales, varios acordeoneros han llegado haciendo modulaciones y cromatismos inéditos pero el jurado, siempre ortodoxo y poco conocedor de la música, termina descalificándolo. Sucedió varias veces con Julián Mojica, el mismo Héctor González ha participado sin suerte en el Festival de la Leyenda Vallenata.
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En la grabación, hoy se impone la autoridad del productor o director artístico, la mayoría de los cuales le imponen un libreto modesto al acordeonero, prefiere que los teclados, las cuerdas o los vientos traduzcan lo que debe hacer el acordeón y la armonía de los bajos la transfieren a otros instrumentos. Nada de “fajadas” o “piques” en los interludios porque lo que interesa, al igual que en los conciertos, es que el protagonismo lo tenga la voz líder. Resulta poco entendible que en la última producción de Silvestre Dangond “Esto es vida”, teniendo a Lucas Dangond, Rolando Ochoa, Franco Arguelles y Junior Larios, haya tan poco despliegue de notas o “pases”. Cierta vez le escuché a uno de los hijos de Náfer Durán decir, que había cantantes “mata acordeoneros” para referirse a esos que no dejan que su compañero haga alarde de lo que sabe hacer con su acordeón al pecho.
Hay que sopesar bien esa tesis que los nuevos acordeoneros son chambones, lo que falta es que los dejen tocar, pa´ que se acabe la vaina.
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