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#Crónica | Adolfo Pacheco Anillo, el genio que pintó ‘La hamaca grande’ con los colores de Macondo

Por Juan Rincón Vanegas

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@juanrinconv

La mañana del lunes 17 de octubre de 2016, cuando pude tomarme un tinto con el juglar de los Montes de María, Adolfo Pacheco Anillo a orillas del río Magdalena, en su paso por Barrancabermeja, fue algo mágico. Él, quien tenía terciada una llamativa mochila donde aparecía su nombre y las palabras ‘El tropezón’, título de una de sus canciones, era un narrador auténtico que ponía la palabra en el lugar preciso, al lado del corazón.

Al ver correr ese caudaloso afluente nacional, comenzó a hablar de esos recuerdos que lo marcaron para siempre en ese mundo musical rodeado de acordeones, gaitas y versos, donde se desempeñó como excelso compositor.

Sin preámbulos, comenzó diciendo. “En mi vida nunca pensé recibir tantos homenajes, que ya van por 60, siendo el más reciente el Festival de Acordeones del Río Grande de la Magdalena de Barrancabermeja, donde se cultiva el vallenato auténtico”.

Continuó expresando. “Llevo en mi corazón al Festival de la Leyenda Vallenata, donde en el año 2005 fuí coronado como Rey Vitalicio, siendo ese mi grado como gran compositor vallenato. Ese homenaje fue un gran honor que también se le otorgó a Tobías Enrique Pumarejo, Emiliano Zuleta Baquero, Rafael Escalona, Leandro Díaz, Calixto Ochoa, y se demostró que soy cultivador de esta bella música que se impone en el mundo”.

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Estando en plena declaración, un hombre que llevaba una carretilla llena de frutas lo interrumpió para preguntarle si era Adolfo Pacheco, el autor de la canción ‘La hamaca grande’. El juglar sonrió, y manifestó. “Efectivamente, esa es una de las canciones que más satisfacciones me ha dado, pero en mi corazón está prendida ‘El viejo Miguel’, la historia de mi papá Miguel Antonio Pacheco Blanco”. El vendedor de frutas se emocionó, y le regaló dos mandarinas.

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‘La hamaca grande’

Después de ese momento, de la parada del ameno diálogo, entró en el campo de sus composiciones que suman más de 200, según lo afirmó, esas mismas que tienen el sello del hombre pueblerino y apegado a sus costumbres.

“Si cuento sobre todas, acá tendremos que amanecer”. Es lo primero que señaló. Entonces se direcciona por una canción donde pudo con el poder de su ingenio montar en una hamaca grande al pueblo vallenato para que meciéndose en ella cantara. A su vez, unió el poder del acordeón y la voz de Andrés Landero, proeza musical que logró exactamente en dos minutos y 50 segundos.

“El que me inspiró esa obra fue el inolvidable compadre Andrés Landero, quien fue a participar en el Festival de la Leyenda Vallenata y no ganó. Entonces me propuse con mi canto, que hice en 1969, llevar a Valledupar un presente musical al lado de mi compadre Ramón Vargas Tapias. Era una hamaca grande, más grande que el Cerro e’ Maco”.

Al viejo compositor sanjacintero le revoloteó en su pensamiento esa añoranza cantada que fue un trasteo de sentimientos con elementos pegados a su tierra.

Continuó hablando: “Cuando salió la canción, el historiador, político y escritor Eduardo Lemaitre Román publicó en El Universal de Cartagena una columna donde destacaba la obra, pero señalaba que la hamaca no servía para hacer el amor”. El maestro Adolfo Pacheco al comentar sobre el escrito, no paró de reírse y añadió que le mandó la contestación.

“Le agradecí el elogio a la canción de ‘La hamaca grande’, y le dije que yo no era tan experto en cuestiones del amor, pero me sabía de memoria 25 posturas, o sea, lo que se puede llamar sexo colgante”.

Pasando a otro tema, contó sobre la grabación de su célebre canción por parte del artista Carlos Vives, la cual le produjo muchas satisfacciones, principalmente del orden económico. “Carlos me solicitó el permiso para grabar las canciones ‘La hamaca grande’ y ‘El viejo Miguel’, y con gusto se lo concedí. Al final me grabó la primera”.

No se aguantó, y contó una curiosa anécdota cuando en el año 1993 ocupaba el cargo de Director de la Oficina del Tránsito en Cartagena, y por concepto de regalías de su obra grabada por Carlos Vives le llegaron 25 millones de pesos.

“Con esa plata, enseguida cambié de carro, arreglé mi casa y vivía mejor, pero cuál sería mi sorpresa que al poco tiempo me llegaron varias demandas por enriquecimiento ilícito. Me tocó salir a enfrentarlas pidiendo a Sayco copias del pago de las regalías y con eso se cerró el caso”.

Río de lágrimas

Esa mañana calurosa en el puerto petrolero de Colombia, Adolfo Pacheco Anillo quería seguir hablando, cuando de pronto en el local vecino sonó la canción ‘Alicia adorada’, interpretada por Alejo Durán. De inmediato, el compositor agachó la cabeza y con sus lágrimas le hizo competencia al río Magdalena.

“Esa canción me llena de sentimiento”, acotó. Y sin pedírselo, comenzó a narrar: “A Juancho Polo Valencia, el autor de la canción, lo conocí en una de las giras con mi paisano y acordeonero Ramón Vargas. Una mañana, él estaba acostado en un pretil y de almohada tenía una cajita de cartón. Lo llamamos y despertó. Se le entregó el acordeón y, en ayunas, con el guayabo en carne viva, comenzó a tocar y cantar esa bella canción dedicada a Alicia Cantillo”.

Pobre mi Alicia, Alicia adorada

yo te recuerdo en todas mis parrandas.

Pobre mi Alicia, Alicia Cantillo

yo te recuerdo con todos mis amigos.

A la orilla del río Magdalena estuvo el viejo sabio del vallenato, Adolfo Pacheco, contando historias de sus canciones y de su región bolivarense, no pasando por alto el siguiente hecho. “Había una mujer que solamente se acostaba con pelaos porque los de su edad fingían mucho y no prendían ni empujaos”.

Siguió en esa línea y manifestó que esa historia se la narró con pelos y señales al escritor Gabriel García Márquez, quien no dejó de reírse y le pidió que la repitiera. “Ese día Gabo tomó apuntes para dejar constancia que Macondo existe”.

El diálogo a la orilla del afluente terminó, y la alegría del maestro era grande porque ese año recibió un especial homenaje en el marco del 31° Festival de Acordeones del Río Grande de la Magdalena. Entonces se acercó nuevamente al río, y dijo. “Dios quiera que el vallenato no deje de correr con la misma fuerza, como ahora lo hace el río Magdalena”.

Así será Maestro, y gracias por contribuir con sus cantos raizales a ese propósito, donde expuso cuadros del folclor y de la naturaleza, pintó negra la tristeza, la acuarela del dolor. Y pintó al óleo el amor, sin pincel y sin paleta, buscando como el poeta la armonía en el color. También pintó la hamaca grande con magníficos colores y dibujó la nostalgia haciendo el viejo Miguel…Gracias por sus aportes.

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