Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural*
Como muchos de quienes leerán esta queja, soy uno de ese gran número de padres quienes, en procura de una buena formación y mayor atención para nuestros hijos, acudimos a los colegios privados. Lo hacemos seducidos por propagandas de “formación integral” que poco tiene de esto si solo se privilegian los conocimientos y el aprendizaje memorístico, la “enseñanza bilingüe” que se reduce a decirles “miss” a la maestra y “mister” a los profes, y una serie de ventajas aparentes que en muy contadas ocasiones se cumplen.
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Pero, una vez firmamos ese contrato entre padre de familia y esa empresa que es cada institución educativa, comenzamos a ver los dientes a tanta publicidad engañosa y la manera descarada como ese contrato es defraudado, acomodado y aprovechado a cada momento a favor de los intereses económicos de los propietarios del colegio y en desmedro del bolsillo y la paciencia de los padres de familia. Matricular un niño o joven en un colegio privado solo debe implicar para los padres el pago oportuno de matrícula y pensión, asistir a reuniones cuando se les solicite y dotar a sus hijos de los materiales e insumos (la larguísima lista de inicio de año).
Eso piensa uno, otra cosa está en los planes de recaudo de cada dueño de colegio privado. Lo que nunca les dicen a los padres es que cada semana, los propietarios de colegios privados se devanan los sesos buscando cómo crear otras vías de ingreso institucional que tienen una única fuente: los bolsillos de los padres de familia, esos que, con el noble propósito de educar bien a sus hijos, terminan soportando y hasta mirando como normal la onerosa carga adicional a la matrícula y pensión.
Los dueños de colegio piensan más como organizadores de eventos que como formadores. Una semana “merienda especial” que no pasa de comida chatarra; la otra “salida pedagógica” que tiene mucho de paseo y poco de formativo; luego un “jean day” en el hay que pagar por el derecho de usar un jean, a esto se agrega un piscinazo. Es obligación el festival gastronómico y el día de las frutas, en la cual los padres tenemos que aportar los ingredientes, preparar las comidas y luego comprar lo que uno mismo aportó para que una sola persona gane: el dueño del colegio. Hay que pagar para el derecho a participar en la semana cultural, ni se diga del derecho a grado, más costoso que el de una universidad.
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No hay manera de librarse de esta carga abusiva. Los padres estamos apresados, ellos tienen a nuestros hijos a cargo y si no accedemos a todas estas “obligaciones”, seremos señalados como los responsables de los malos resultados de nuestros hijos. Eso lo logran rentabilizando la toma de notas: si su hijo no va a la salida pedagógica pierde sociales, ética, naturales y quizás otra área. A veces organizan un paseo para hacer exámenes para que el padre no tenga otra opción: o paga el paseo o su hijo se “tira” los exámenes. En fin, un padre que se rehúse a meterse la mano al bolsillo cada vez que el colegio lo disponga, sacrifica académicamente a sus hijos.
A tan rentístico nivel de uso de la educación de nuestros hijos han llegado los colegios privados, que en el que estudian mis hijos menores, las leves faltas de disciplina se pagan con dinero, sin que este tipo de sanción pecuniaria se encuentre instituida en el manual de convivencia.
Por otro lado, la mayoría de docentes que trabajan en colegios privados ven como la única manera de promover competencias, la experiencia visual. La única manera de aprender sobre Don Quijote para ellos no es leer sino disfrazar a los niños de Quijote, Sancho o Dulcinea con lo lidioso y caro que es conseguir tales atuendos que solo servirán para un día. Un padre llega de noche a su casa y debe salir enseguida a correr a una papelería porque “a la seño” se le ocurrió pedir cualquier cantidad de materiales de un día para otro. Para enseñar el valor de compartir cada niño debe llevar merienda para todo el curso, para el tema de la diversidad si no se lleva disfraces y comidas como que no es posible construir conocimientos.
¿Quién los pone en cintura? ¡Quizás! como dicen los urumiteros. Los padres seguiremos atrapados.
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