Por Abel Medina Sierra
Cada vez se hace más recurrente escuchar canciones vallenatas cuyas líricas incluyen mensajes en los que el autor privilegia las relaciones sin compromiso o con fecha de caducidad inmediata. Sergio Luis Rodríguez, autor de “Amor de madrugada”, grabada junto a Peter Manjarrés, así lo expresa: “Tan bonita y tan malvada/ tú eres una descarada/Lo que yo tuve contigo/ fue un amor de madrugada/No tengo problema en llevarte a la cama/Pobre del iluso que piensa que lo amas…”.
En “Cara de novio”, grabada también por Manjarrés, Felipe Peláez refrenda esta representación: “Será que me confundiste/Por ser romántico, cariñoso/Y me quieres de cara e’ novio/Por supuesto sí, que eso es obvio/Y lamento confesarte que no es lo mío, no contigo/Ay, yo también quiero amanecer, gozar y rumbear contigo/Disfrutar de tu cuerpo/Si, vivamos el momento/Cuando tengas un puente libre/Dime yo te invito/Y si quieres ven con amigas/Que yo las recibo/Pero, nunca, pero nunca/Pero, nunca me veas cara e novio”. En estos tiempos, como lo evidencian los nuevos autores vallenatos, los chicos prefieren que la chica no se “empelicule” como lo sostiene Jhon Mindiola en otra canción grabada por el mismo cantante: “Se te metió en la cabeza que/Que conmigo te ibas a cuadrar/Fuimos a comer a Andrés DC/Y a La Cacik fuimos a rumbear/Pero no contaba con que tú/Te metieras a empelicular/Ay, yo no tengo culpa/De tu cuento, de tu invento/Ay, yo no tengo culpa/De la de tu sentimiento (…)El que se enamora pierde/Nunca te dije mentira/Y sólo fue una salida/No entiendo por qué mi vida ”.
Los ejemplos sobran como evidencia concreta de un nuevo ideal de la seducción: se conquista y se zafa lo más pronto o, como dice Silvestre Dangond en otra canción “Coma y deje”. De allí también la frecuencia de canciones vallenatas con ese mensaje directo: “Te dejé”, “Te corté”, “Te cancelé”, “Cancelada de mi vida”, “Chao contigo”, “No vuelvas”, “Échate pa´allá”, “Ábrete”, “Despégala”, “Ni un confite”, entre muchas más.
Ahora bien, no se trata solo de una actitud machista y presuntuosa de nuestros jóvenes en la región, se trata de un fenómeno generacional extendido y con mayor incidencia en los millenials, hace parte de lo que han llamado ghosting. Agradezco a mi amiga, colega de letras y paisana Geraldine Mejía Díaz, haberme familiarizado con el término y animado a escribir sobre el mismo. Impelido por esto, he aprendido que el ghosting es la práctica de iniciar una relación y de pronto… desaparecer sin rastros. Es decir, hacernos los fantasmas, nos esfumamos. Es como si en una red social “dejamos en visto” a alguien y con eso en la incertidumbre de “Aquí qué pasó”, “Dónde se fue”.
Las consecuencias para la víctima del ghosting son a veces devastadoras (siempre y cuando no sea también victimaria en otros casos). Inicia con la sospecha que algo le pasó a su pareja o pensar que perdió su móvil o computador a la certeza de saberse no solo “zafada” sino ignorada. La sensación de haber sido solo “un vacilón” no es para algunas personas lo mejor para su autoestima, sino que también degrada y humilla la falta de valentía del “fantasma” para, al menos, decir como Diego Daza en su canción: “Te dedico un TH: ´tamo hablando”. El ghosting no es reciente, pero, se hace cada día más común en las nuevas generaciones, más en hombres que en mujeres; más en las personas que suelen iniciar sus relaciones sentimentales a través de redes sociales que de manera presencial; en las personas que buscan parejas distantes y de las que saben poco que en las que buscan novia en el barrio, trabajo o lugar de estudio.
El que practica el ghosting se muestra inicialmente muy motivado, seductor e interesado. De un momento a otro, deja de llamar o escribir, cambia de número de contacto, cancela su cuenta de redes sociales o simplemente: deja en visto. Los expertos han tratado de ahondar en las causas y han encontrado entre estas, la falta de arrestos para decirle a una persona cara a cara que ya no está interesado en seguir con la relación o que ya tiene otra pareja. Evitar la confrontación resulta más fácil para algunos, en especial si a quien se “corta” puede ponerse dramática, furiosa o exaltada. También para esos jóvenes con una gran necesidad de cerrar puertas o capítulos y pasar página rápido. En algunos estudios, como el realizado para la Universidad de Georgia y liderado Gili Freedman, hay mujeres que han confesado practicar el ghosting como mecanismo de defensa ante una posible salida agresiva de la pareja. No faltó quienes reconocieron carecer de “habilidades comunicativas” para afrontar este tipo de conversación tan sensible y otros creen que esfumarse o “fantasmear” es mejor porque en una cita de “despedida”, de pronto se escala sexual y emocional “al siguiente nivel”, en el que ellos no están ya interesados. A esto agrego, las chicas que practican el sneating o “mueleo” quienes solo están interesadas en “gorrear” licor y comidas para luego desaparecer y así evitar compromisos: “Hoy te vi, mañana no te conocí”.
Por su parte, en una encuesta de Bumble, se demostró que los de la Generación Zeta se mostraron en su mayoría opuestos al ghosting (69% ), a diferencia del 60% de los mileniales que valoran la práctica conveniente para disolver unilateralmente una relación sin dar explicaciones.
Mirando desde otra arista, no se trata solo en el plano de las relaciones amorosas que cada día se presenta esta falta de compromiso, entrega y visión a largo tiempo. También está ocurriendo en lo familiar y hasta en lo laboral. Fuimos de una generación que cuando queríamos formar nuestro hogar, nos mudábamos en la casa más cercana o el mismo barrio de los padres. En nuestro caso fue así, hasta que por problemas familiares tuvimos que desarmar la colmena que armamos alrededor de la casa materna. Ahora, nuestros hijos se han vuelto tan desarraigados que solo sueñan con vivir lo más lejos de la familia: Europa, Australia, Norteamérica, Korea. Pareciera que su ideal de felicidad es estar lo más desconectados del núcleo parental, hacerse los fantasmas con la familia y así poco sepan de su vida privada.
En el plano laboral, el más destacado sociólogo de la posmodernidad, el polaco Zigmund Bauman, ya se ha referido al fenómeno de “lastre cero”, los jóvenes que no quieren tener lazos duraderos con la empresa en que trabajan ni con la ciudad donde viven. Eso implica, no tenerlos tampoco con la familia, parejas e hijos. Las anteriores generaciones tenían como ideal lograr un trabajo en el que pudieran tener estabilidad laboral, una pensión segura, un hogar para toda la vida. La generación posmoderna quiere ser “lastre cero”, quitarse se encima los lazos con la familia, no tener hogar ni hijos, ni vivienda propia, tampoco contratos de trabajo a largo plazo para que, cuando le salga otra oportunidad, irse lejos sin que le cueste desprenderse, es decir, no tener lastre que cargar: alas libres para volar por el mundo.
Identidades precarias, déficit de lenguaje, amores sin compromiso y efímeros, actitud presuntuosa y donjuanesca de los jóvenes “galanes” frente a la mujer, relaciones virtuales más que presenciales, evitación a conversaciones sensibles, desarraigo familiar, espíritu de viajero, pretensión de ser lastre cero. Son algunas de las claves para entender a las nuevas generaciones y extrañar viejas maneras de estar en el mundo.