Por Angel Roys Mejía
Una sobrina me comparte un audio de una amiga de ella colombiana residente en España quien con voz entusiasta se refiere a los cultivos de aceituna en la provincia andaluza productora de oliva, donde ella vive. Esto me permite aclarar que las aceitunas que dan origen a la metáfora son las que caen de frondosos árboles en muchos patios y aceras de Riohacha y de lugares a la vera del Ranchería, un fruto parecido a una uva a la que los wayuu llaman Iruwaa.
Es menester entonces profundizar en las razones semánticas y semióticas del título de la obra como invitación a su lectura y como diálogo desde las dos principales estéticas que subyacen al estudio de la narrativa: la de la creación y la de la recepción, autor y lector.
La metáfora de los olores y los sabores de la aceituna está asociada a la memoria, a los recuerdos de infancia, al atavismo promiscuo de nuestra herencia patriarcal, a lo que brota de la tierra en la secular sequía, a la lucha contra el olvido, a la resistencia de naturalizar nuestros problemas sociales como reafirmación de la dejadez, a la intrepidez de nuestros mayores que abrían caminos por tierra y mar para romper el aislamiento a guisa de ser señalados desde el centro como contrabandistas. Olor de aceituna, historia que le da nombre a la colección es un cuento liminar seleccionado en 2017 como texto representativo del taller Cantos de Juyá, para hacer parte de la Antología Nacional Relata del Ministerio de Cultura. La aceituna o el aceituno, es por tanto significado y símbolo.
La aceituna se metamorfosea en memoria y nombra, aunque no todos los relatos tengan su olor o su sabor. Trece cuentos, tres ejercicios de escritura creativa y dos perfiles éticos constituyen el contenido que en 145 páginas develan la convivencia conflictiva entre lo posible y lo imposible propio del realismo fantástico señalado por David Roas (2009.
El 7 de junio en Aurora Restaurante Museo, ubicado en el Callejón de los Capuchinos tuvo lugar el evento de presentación. En una sociedad cuyos índices de lectura se mantienen por debajo del promedio nacional, en la que no hay una sola librería mientras estallan como crispetas las licoreras, convocar una audiencia es un desafío enorme y si adicionalmente, hay que pagar, extrema sus riesgos. No obstante, contra todo pronóstico, no alcanzaron las sillas y la programación mantuvo expectante y animada la velada de principio a fin.
Yizza Peñaranda, maestra en música, interprete del violonchelo y Esneider Pinedo, pianista y guitarrita, ambos de Fonseca, con un variado repertorio de clásicos como El Almirante Padilla y temas de su autoría, amenizaron la fresca noche evocando aires con notas cuyas melodías se conectan con los relatos por su juglaría compartida.
La creadora de contenido y narradora oral Natalia Durand, monologó y con lectura en voz alta representó un fragmento de una de las historias de la colección como introducción a la conversación entre el autor y la historiadora y escritora Caridad Brito Ballesteros. En Valledupar, la cita fue el 12 de junio bajo el auspicio de la Fundación Filarmónica del Cesar y el impuso de un colectivo literario liderado por Poncho Camargo y Cesar González.



El docente y lingüista Peng de la Peña Pérez propone el siguiente comentario de crítica literaria sobre Olor de aceituna: “Todo esto lleva a pensar en la existencia de una relación directa entre los olores y los recuerdos, el llamado efecto Proustiano. Por eso cuando el personaje siente por primera vez el olor de la aceituna en el patio de esa inquietante casa, el aroma queda impregnado en su subconsciente, tanto que trasciende con él el resto de su vida “El olor me atrapó, produciéndome un vértigo, incrustándose en mi piel, pegándose a mis sentidos”. Por eso, la necesidad de escribir los recuerdos vividos y emocionalmente intensos del pasado se convierte en la búsqueda de sentido. Un relato autobiográfico donde la voz narrativa que da vida al personaje comienza a experimentar una serie de sensaciones nacidas del despertar sensorial del contacto con el pasado, de la rememoración activada por el sentido del olfato”.
Por un momento el guirigay de la noche nos anunciaba que la ciudad despertaba y aun absorta observa que la literatura le ha tomado la delantera al desorden. Los exostos destemplados de los carros y motos se juntan con la algarabía y los decibeles de los reyes de la penumbra reclamando su preeminencia en la circunvalar y la primera. Sin gritar seguimos susurrando las andanzas de Ceferino, las razones de por qué el agua solo llega los jueves, el aliento chirrinchoso de los asesinos de Gabi, inventariando la pacotilla de Nina, midiendo los sueños de Alberto mientras se orinaba solo y evitando que a la Sara de Tobías le pusieran la mano. Papayí y Cochise nos tributan su obra y sus versos. Mientras un centenar de amigos esperan el final de estas historias, cuando el libro ha ido a dar a sus manos.