Por:Weildler Guerra C.*
¿A quiénes consideramos humanos? En su obra Raza e Historia, publicada en 1952, Levi Strauss narra una anécdota ocurrida durante la conquista. Los españoles dudando de la humanidad de los indígenas, debatían con hondos argumentos filosóficos y jurídicos sobre si los amerindios tenían un alma o se trataba simplemente de animales; mientras los indígenas del Caribe ahogaban a los soldados europeos capturados para comprobar después de observarlos largamente si eran dioses o humanos. Levi Strauss observa que en tanto que los europeos recurrían a las ciencias sociales para dilucidar su inquietud los indígenas recurrían a las ciencias naturales para verificar la humanidad del otro.
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Casi todos los etnónimos, los nombres que los miembros de diversas agrupaciones humanas se dan a sí mismos, pueden traducirse como “nosotros los humanos”. Sin embargo, casi todos los pueblos indígenas reservaban en sus mitos un lugar para el otro, para el extraño venido de tierras lejanas o con apariencias externas y comportamientos sociales distintos. Los wayuu, para dar un ejemplo, llaman alijuna a quien no pertenece a su pueblo pero extienden la condición de personas a estos ya sean de origen europeo, africano o asiático y también a otros seres no humanos como: plantas, animales, astros y vientos. Civilizado es quien reconoce la humanidad del otro afirmaba Tvetan Todorov.
Las restricciones migratorias impuestas en Estados Unidos y Europa a millones de personas que huyen de diversos países del mundo, las imágenes de dramáticos y recurrentes naufragios en los que se pierden centenares de vidas nos muestran precisamente un lado oscuro de la humanidad que le impulsa a imponer barreras territoriales a millones de sus connaturales. En nombre de las ideas de nación o de región, y a veces apelando a las diferencias étnicas, se levantan murallas físicas y jurídicas arbitrarias que deshumanizan y cosifican al otro.
Un ejemplo cotidiano es el surgimiento de estereotipos denigrantes con los que se designa y reduce la condición humana de los migrantes venezolanos. Dolorosamente su propia crisis humanitaria es motivo de chistes denigrantes Dudo que haya dos repúblicas en el mundo que presenten tantas similitudes como Venezuela y Colombia. Cada pequeño pueblo tiene una estatua de Bolívar, una plaza en forma de cuadricula y una iglesia que la preside. Un conflicto armado con Venezuela no sería un enfrentamiento con una nación extraña pero quizás sería la más desgarradora de nuestras guerras civiles.
Las divisiones políticas y territoriales que creamos de manera arbitraria generan, en ocasiones, identidades deleznables y excluyentes que, en algunos casos, solo sirven para parcelar el universo y restringir el movimiento de las personas, los artefactos y las ideas. Antes que encerrarnos en autismos territoriales deberíamos ver a las distintas sociedades como participantes de una mutuamente enriquecedora conversación universal acerca de sus ontologías y cosmologías y de las formas en que concebimos y proponemos una ordenación del mundo. En realidad la máxima identidad a la que debemos aspirar, como lo dijese Levi Strauss, no es a estar exclusivamente adscritos a pequeñas humanidades particulares sino a pertenecer a la humanidad universal.
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