Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural
El orgullo por un pilo
Cuánto diéramos los padres por tener un hijo o hija “pilo”, nos basta con eso para descrestar ante los amigos y nuestras esposas lo presuman en las reuniones sociales y conversaciones de peluquería. Ciframos en ellos tantas expectativas por un futuro redentor y promisorio, los vemos anticipadamente despachando desde rascacielos en una gran ciudad del extranjero, hablando inglés con solvencia y girándonos dólares cada mes. No falta el que los vislumbre ocupando altos cargos de gobierno, donde, según los padres, sabrían quitarles las máculas de indignidad e ineficiencia a la clase política que nos ha gobernado por siglos.
Mucho de este orgullo debió pasar por la cabeza de padres de muy connotados pilos que han pasado por altos cargos a nivel nacional y que hoy, paradójicamente, hacen parte de la galería de la infamia y la vergüenza. Se trata de talentosos y prometedores jóvenes que irrumpieron en la escena nacional conquistando altos cargos, que fueron presentados como pilosos o genios precoces por sus altas cualidades, sus descrestantes créditos académicos y por su alta cuota de liderazgo.
Los pilos del uribismo
Durante los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez, aparecieron dos pilosos. Uno de ellos fue Jorge Noriega Cotes, miembro de prestantes familias del Magdalena, el presidente lo defendía como un talentoso, amable y honrado muchacho de provincia. Pero, de ser pilo se pueda pasar a pillo y eso lo demostró Noriega, quien terminó orquestando la empresa criminal más temible, poniendo el DAS al servicio de los paramilitares, chuzando potenciales opositores al gobierno, a jueces, magistrados, periodistas y políticos, hacerles seguimiento ilegal y hasta planear y ejecutar asesinatos. El piloso muchacho quien también había sido cónsul en Milán, terminó condenado a 25 años de cárcel.
Fue en el mismo gobierno que conocimos a Andrés Felipe Arias, tan paisa y conservador como imitador de Uribe hasta en la manera de hablar. Economista de la Universidad de los Andes, con maestría y un doctorado en economía de la Universidad de California. Se inició como director de la política macroeconómica del Ministerio de Hacienda, luego viceministro de Agricultura en el 2004, escalando a ministro de Agricultura y Desarrollo Rural en 2005. Era el ministro estrella, en él, el país conservador y ultraderechista veía el relevo generacional de Uribe Vélez. Él así lo vislumbró y se lanzó a la candidatura presidencial, el palacio de Nariño era su más segura y próxima casa.
Pero, apareció el sonado escándalo de Agro Ingreso Seguro y, de “Uribito”, como le decían, se comenzó a mostrar al país el lado “b”, es decir, el lado pillo de este pilo. Por desviar subsidios que debían ir a pequeños agricultores para grandes terratenientes políticos y así garantizar los votos en su carrera a la presidencia, terminó en un proceso del que salió en el 2011 destituido e inhabilitado por 16 años por la Procuraduría y luego, en el 2014 condenado a 17 años y 4 meses de prisión por la Corte Suprema de Justicia. De ser la figura joven más promisoria en la política nacional, pasó a ser el ícono de la corrupción, por convertir el dinero del Estado en puente ilegal para llegar a la presidencia.
Un pilo con toga
Años después, supimos de otro pilo de alto vuelo. Luis Gustavo Moreno, abogado penalista barranquillero, docente universitario con maestría en Derecho penal de la Universidad Libre, en Derecho procesal de la Universidad Jaime I de España, especialista en Derecho probatorio de la Universidad Sergio Arboleda. Todos los lauros académicos para llegar a la cúspide, pero los andamios no fueron, precisamente, los más pulcros. “Morenito”, al llegar a ser director nacional anticorrupción de la Fiscalía General de la Nación, pensó que de nada valía tener tan alto cargo si eso no representaba ser millonario. Fue entonces que creó la tenebrosa alianza llamada “el cartel de la toga”. Un entramado de corrupción entre la Fiscalía, los jueces y magistrados para cobrar miles de millones por fallos absolutorios y demandas favorables. En el 2018, el “pilo” Moreno fue extraditado a los Estados Unidos, donde el “pillo” fue “pillado” lavando activos.
Las pilatunas de un pollo
El más reciente caso de pilos que pasaron a ser pillos, es el de un “ Pollo vallenato” que no es Luis Enrique Martínez, sino Luis Alberto Rodríguez. Es economista de la Universidad Nacional de Colombia, con maestría en Política Económica de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Una deslumbrante y meteórica carrera lo llevó a ser jefe de Estudios Económicos de Asobancaria; asesor económico en el PNUD, consultor en el Ministerio del Trabajo, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y en la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios, profesor de la Universidad del Rosario y de la Nacional de Colombia y columnista económico del diario La República y la revista Dinero, entre otros. Fueron credenciales que le ayudaron, junto con la palanca de “Martuchis” Ramírez a ser viceministro técnico de hacienda y luego, con solo 32 años, flamante director del Departamento Nacional de Planeación de Colombia en el gobierno Duque. Hasta llegó a ser reconocido como uno de los 100 jóvenes líderes más influyentes a nivel internacional y como uno de los jóvenes más sobresalientes de Colombia en 2018.
Era el “pilo” del gobierno junto a su paisano Malagón. Era la figura mediática que salía a explicar las reformas tributarias y los programas sociales del gobierno. Pero, “El pollo” pronto vio crecer su pico y sus alas. Quería más y eso significaba convertirse en acaudalada figura, además de apostar por convertirse en Contralor de la República. Desde el Departamento Nacional de Planeación, según revelan fuentes periodísticas, creó una red de corrupción para pedir coimas a cambio de obras que hacen parte de los recursos de OCAD-PAZ, desde donde se definen proyectos de inversión que permitan consolidar el acuerdo de paz de 2016.
Lo anterior evidencia que, así como hay pilos muy juiciosos que colman de orgullo a su familia y a sus paisanos, otros, de esos que “se quieren comer el mundo”, se creen tan listos que tragarse el mundo lo entienden como embutirse de dinero mal habido y prestarse para cualquier empresa criminal. Estas son muestras de cómo, veces, el camino para pasar de ser pilo a pillo solo necesita la “ele” de lujuria. En adelante, es mejor desconfiar de esos jóvenes pilos que nos vende el oscuro mundo de la política.
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