Para la música vallenata, el festival representó, por una parte, que lo que antes se tenía como un estilo regional de la música de acordeón del Caribe colombiano, escalara a un nivel autónomo de género y, no cualquiera, sino el que, desde los años 90, está en la cima de preferencias en el país según lo revelan las encuestas de consumo cultural. El festival sentó un canon sobre los ritmos, estilos, repertorios, instrumentos, es decir, implícitamente, el festival legitimó, basada en la tradición de la provincia de Padilla, del Valle de Upar y el Magdalena bajo, lo que era vallenato, lo que implica también lo que no lo es.