¡Se buscan dos libros!

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Por Abel Medina Sierra – Investigador cultural.*

En el ámbito de la literatura, existen obras que tienen un nacimiento modesto, sin tantos bombos y escasas expectativas, pero que, con el tiempo y la justicia sobre sus lomos, con el reconocimiento y aprecio que les confiere los lectores, se convierten en apetecidas joyas editoriales. Además del valor simbólico como obra estética, llegan a adquirir un valor documental y museográfico por constituir, o bien, la primera edición de un best seller, una edición rarísima o especial, una traducción con pocos ejemplares que se agotó. Un caso ilustrativo, es la primera edición de “Cien años de soledad” de nuestro Gabriel García Márquez, erigida hoy como todo un tesoro bien guardado y avaluado en millones de pesos. Se trata de la edición de 1967 de Sudamericana, empresa editorial de Buenos Aires, Argentina. Hace pocos años, alguien la robó de una exposición en la Feria Internacional del Libro, los medios hicieron que las autoridades desplegaran tantos esfuerzos que al lector-ladrón no le quedó otra que devolverla.

Guardando las proporciones, en La Guajira, dos títulos con el tiempo van cotizando su valor documental y simbólico. Uno, por su valor estético y el otro, por lo documental histórico. Pero, también, porque cada día se hace más escaso encontrar quien lo tenga en su biblioteca. Obras que se han convertido en “rarezas” por su escasa disposición en bibliotecas y en eso, sus autores, tienen algo de culpa.

Una de ellas es el poemario “Guacariwa”, acrónimo que nos remite a Guajira, Caribe, Wayuu. Su autor es el poeta peninsular por excelencia: Víctor Bravo Mendoza. Para entonces Bravo, vivía en Maicao donde el destino lo envió para convertirse en un referente y modelo de jóvenes que, como yo, nos enfrentábamos al dilema si rendirnos a la seducción de la rentable actividad comercial o, hacer algo más por nuestro espíritu. A inicios de los 90, luego de dos promisorias obras inaugurales, Bravo Mendoza publica este volumen de poemas con portada de una anciana wayuu de piel cuarteada de sol y olvido; impreso en un papel muy similar al usado para las bolsas de cemento. Recuerdo, en especial, el poema “Los pasos de la ira”, muy anclado al estilo de César Vallejo; una cruda y lacerada imagen de una guajira donde “todo nos minimiza”. Una Guajira que, según el poeta, fue echa un día en que Dios, emputado, pasó por acá, con afán y desdén. Algunos de los poemas de este libro, tuvieron la fortuna de una segunda vida en posteriores publicaciones del poeta “distraído” (nunca le ha gustado el gentilicio “distraccionense”).

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Lo curioso es que, el Víctor jubiloso que anunciaba esa nueva obra cuando fue editada, después comenzó a recoger, silencioso, los libros que antes había hecho circular. No solo esto, la obra “Guacariwa”, extrañamente se invisibilizó en la trayectoria bibliográfica del autor. Usted nunca encuentra en un perfil de Víctor Bravo que, entre sus obras publicadas, existe una llamada “Guacariwa”, algo así como un hijo negado por su padre. En cierta ocasión, le pregunté a Bravo las razones de haber querido borrar este fruto de su fecunda pluma. Confesó que en la edición se cometieron tantos errores que trató de reunirlos y un día, con “pasos de ira” hizo una “pila” y los quemó al mejor estilo de un inquisidor.

Yo tuve la obra y luego, no sé cómo, se me extravió. Conozco un amigo que tiene un ejemplar que cuida en caja fuerte. De vez en cuando, le toma una fotografía a la portada y me la envía como quien muestra el cofre de un tesoro incalculable. Al igual que mi amigo Víctor, a veces he querido desaparecer uno de mis primeros libros del que no me siento tan orgullo como cuando lo edité. Pero los hijos, salgan “bonitos” o “maluquitos”, son nuestros hijos, al fin y al cabo.

La otra joya, es el libro “El verdadero Francisco El Hombre”, editado por Mejoras en Barranquilla en 1992, la misma época en que Bravo lanzaba “Guacariwa”. Su autor es Ángel Acosta Medina quien, a partir de este prolongado y juicioso trabajo de campo, fue catalogado como “la persona que más sabe de Francisco El Hombre”. Se trata de una obra que, aunque poco extensa, sistematiza datos, fotografías, testimonios y versiones de una tradición oral sobre el mítico Francisco que, por primera vez, es visto, no como producto de la imaginación popular o el realismo mágico de García Márquez, sino como el campesino, horticultor y acordeonero.

Me he dedicado, desde que comencé a investigar sobre música vallenata, a rastrear esa obra y no he podido conseguir un ejemplar. Ni siquiera, mi contertulio, su hermano, Luis Eduardo Acosta lo tiene. Una sola vez tuve un ejemplar en mis manos, al que accedí en una biblioteca privada del sur de La Guajira que, por razones que entenderán, no pienso identificar. En ninguna biblioteca pública se encuentra. Indagando un poco sobre el asunto, una bibliotecaria en Riohacha, me dio unas razones que parecen dar una explicación: el autor se ha dedicado a indagar quién tiene el libro, lo pide prestado y no lo regresa. No se qué tan cierto sea esto o si es una leyenda que ahora se desprende sobre la obra de un legendario Francisco Moscote. Pero lo cierto es que, la obra ha ido desapareciendo, es otra rareza que cuesta conseguir y el autor tampoco da cuenta de cómo reproducirla.

Ángel Acosta Medina, nos viene prometiendo desde hace más de 20 años una nueva edición, corregida y actualizada, pero los que quieren ahondar en la vida y obra del hombre del que se dice derrotó al demonio, tienen que ir a buscar en otras 4 obras publicadas posteriormente por otros autores y no en la más confiable y rigurosa documentación sobre nuestro máximo héroe cultural.

Un mensaje, final. Si usted es de los pocos afortunados que tiene en su casa una de estas dos obras; por favor, cuídelas por su enorme valor bibliográfico y, ni por el chiras, se le ocurra confesarle a los autores que guarda estos tesoros.

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