Sara y las cerezas

Por:Weildler Guerra  C.*

Uno de los placeres que nos traen las mañanas en Riohacha es la llegada de las mujeres indígenas que abastecen de alimentos a los distintos hogares. Ellas vienen cargadas de frutas, camarones secos, quesos, fríjoles y otros alimentos del campo y el mar. Cuando caen las primeras lluvias, las plantas silvestres florecen con prontitud y la abundancia de frutas marca la memoria gustativa de nuestras vidas. Una de esas mañanas, Sara, la joven wayuu cuya familia nos ha abastecido durante varias generaciones de peces y vegetales, llegó sin traer en sus mochilas las esperadas cerezas. Ante la manifiesta inquietud por la ausencia de esas frutas, Sara respondió con naturalidad: “aún están verdes las casas de ellas”.

La respuesta de Sara era una ventana abierta a muchos interrogantes. Algunos de ellos son: ¿pueden los arbustos frutales tener casas? ¿Qué son las plantas para las diversas sociedades humanas? En algunos pueblos amerindios las plantas y otros seres vivientes fueron considerados como humanos que existieron en un tiempo primordial. Para los wayuu las plantas actuales pueden comunicarse con los humanos a través del sueño en el que recuperan la forma de su humanidad inicial y poseen la capacidad de transmitirles mensajes. La planta de cereza cuando posee frutos aparece en los sueños como una mujer engalanada de collares rojos. La planta del maíz se muestra como un joven con vestido verde y adornos de plumas en su cabeza, lo que nos recuerda sus espigas.

Maurice Maeterlinck en su emblemática obra La inteligencia de las flores, publicada en 1907, ya había observado que las plantas muestran su voluntad y autonomía a través de la pérdida o renovación de su follaje, su florecimiento y fructificación. Ellas responden a los cambios de su entorno, como la llegada o el retraso del régimen pluvial y a la aparición de constelaciones asociadas con sus ciclos vitales junto con los de los humanos y animales. En consecuencia, para Sara y otras mujeres wayuu las plantas pueden tener casas porque son consideradas como seres sociales que interactúan con los humanos y con otros seres vivientes. Desde esta perspectiva, la condición externa de las plantas no encaja tanto en la noción biológica occidental de “cuerpo” como en el concepto amerindio de “casa”. Es en ella en donde la espiritualidad de las plantas se alberga y en donde radica su capacidad volitiva e intencionalidad, lo que hace que las plantas puedan ser consideradas como “personas” distintas a las personas humanas.

¿Qué son las plantas? Son parientes cósmicos nuestros con los que compartimos un origen común como organismos vivientes. Son, casi en su totalidad, seres pacíficos y atentos al universo que mantienen la habilidad para transmitir información a otros seres y anunciar cambios en el entorno físico. Ellas existen según sus propias formas y propósitos y pueden comportarse con reflexividad e intencionalidad. El acto de florecer y dar frutos les permite cumplir los fines axiológicos de su propia continuidad como seres vivientes y el de otras especies –como los humanos y los animales– con las que se encuentran en una relación de interdependencia.

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