La chica del Lamborghini

Por: Weildler Guerra Curvelo*.

El reciente escándalo originado en Buenaventura, que involucra a varios funcionarios de la DIAN y sus familiares, ha tenido en el centro del remolino como una figura fulgurante y central más a un rojo artefacto de lujo que a los  protagonistas humanos de los hechos. En realidad lo que iluminó la búsqueda de los organismos de investigación fue ese apasionado objeto del deseo, que es el auto Lamborghini de más de  trecientos mil dólares que, según la Fiscalía, estaría a nombre de Jenny Lizeth Ambuila Chará, hija de uno de los funcionarios capturados. La situación ha sido una fuente generosa de memes humorísticos en las redes sociales en las que se emiten toda clase de juicios sarcásticos sobre dicha joven, asociando  su modesta extracción social y compulsión consumista con inalcanzables objetos lujosos.

En realidad más que hacer un juicio, que debe corresponder a las autoridades competentes, esta es una buena oportunidad para analizar la relación entre los humanos y los artefactos. Valdría la pena preguntarnos ¿Por qué esa especie de bravo y costoso toro mecánico parecería tener más presencia en esta situación que los humanos involucrados? ¿Qué son los objetos como el Lamborgini? Los artefactos no son inertes. El antropólogo británico Alfred Gell los define como acciones congeladas. Ellos son la concreción material de una intencionalidad inmaterial. Detrás de la estética, la velocidad, el color y la potencia de ese auto se encuentra la iconografía de la tauromaquia, una de las pasiones de su fabricante Ferruccio Lamborghini, quien era un antiguo constructor de tractores.

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En medio de este fluir de las cosas en el mundo se halla Lizet Ambuila. Esta joven del Pacífico colombiano se definió como una “influencer”: una persona capaz de multiplicar la difusión de contenidos y la propagación de imágenes que pretenden incidir en las decisiones de consumo de sus admiradores, marcando una tendencia sobre la adquisición de los artefactos asociados con ella. De allí sus innumerables fotos al lado de costosos productos de marcas prestigiosas. Estas son señales enviadas a esos animales simbólicos que son los consumidores. No obstante, las grandes empresas en sus campañas publicitarias prefieren para ello figuras famosas, ya que su fama garantiza la llegada de los anuncios a una gran cantidad de personas. Se cuenta que el cantante Frank Sinatra hizo famosa en los años sesenta una frase sobre los autos Lamborghini: “Uno conduce un Ferrari cuando quiere ser alguien, y conduce un Lamborghini cuando ya es alguien”.

Las cosas circulan en el mundo y, al hacerlo, prueban que están vivas, afirma otro pensador británico: Tim Ingold. Los consumidores se impregnan de las cosas que fluyen, del prestigio y la distribución jerárquica que algunas de ellas conllevan. El Lamborghini, y los caros productos de marca que esta joven selectivamente compraba, debían enviar la señal de un inocultable y envidiable ascenso social. Sin embargo, al hacerlos visibles en las redes sociales su mayor acto de influencia no fue sobre sus potenciales consumidores, sino sobre la misma Fiscalía con las consecuencias por todos conocidas.

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