El oficio sagrado

Por:Weildler Guerra  C.*

En días pasados la Corte Constitucional tumbó la norma que permitía la caza deportiva en Colombia. La Corte consideró que la caza, vista simplemente como actividad deportiva, solo deriva en diversión para los cazadores y en crueldad y sufrimiento para los animales. En este mismo sentido el Ministerio del Medio Ambiente se pronunció al considerar que matar animales por diversión “dista mucho de las actividades de caza realizadas por las etnias colombianas para su subsistencia, o de las actividades de control poblacional que practican las comunidades o pescadores en cualquier río de Colombia».

Es de suma importancia la distinción señalada por la Corte puesto que la forma en que la caza es conceptualizada y practicada en diversas sociedades difiere mucho de cómo la perciben quienes la ejercitan por simple entretenimiento. Los cazadores occidentales basan sus capacidades principalmente en la potencia de sus armas mientras que los cazadores indígenas ven a las armas solo como uno de los artefactos que intervienen en ella. Sin el apego a los rituales y protocolos tradicionalmente establecidos estas carecerían de efectividad. Ello ocurre porque la caza es considerada un oficio sagrado por diversos pueblos amerindios y se encuentra asociada con procedimientos que incluyen el pedir permisos a los agentes inmateriales considerados dueños de los animales. Usualmente la ubicación del animal es precedida por sueños u otras prácticas adivinatorias. Estos rituales proveen una salida satisfactoria y respetuosa desde lo ético al acto de tomar las vidas de otros individuos.

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La caza y la pesca, en su dimensión cinegética, son vistas por algunos grupos humanos, como los indios Cree y los Wayuu, no como la simple manipulación de recursos técnicos como las trampas y las armas, sino como un diálogo interpersonal vinculado al proceso total de la vida en donde las personas humanas y las personas animales interactúan pues ambas han sido constituidas con sus propias identidades y propósitos. Tanto el cazador como su presa, existen en sus respectivos universos perceptuales y esta mutua detección incide en la escogencia de sus comportamientos inmediatos. El cazador no es superior al animal ni más inteligente, aunque el animal puede ser visto como un ser más generoso e infortunado. Tomar el cuerpo del animal muerto debe hacerse de manera respetuosa y se justifica en la necesidad de consumir su carne como alimento y aprovechar su piel, pero dicho acto no envuelve una actitud arbitrariamente hostil hacia sus presas.

El actual desprecio por la vida de los animales se fundamenta en clasificarlos como simples organismos biológicos y no como personas con intencionalidad. En el pensamiento indígena se concibe al cosmos formado por múltiples comunidades de seres pensantes, atentos al universo, que adoptan una variedad de formas corporales. Ambos, animales y humanos, comparten un estatus existencial común como seres vivos dotados de intencionalidad. La importancia de la sentencia de la Corte radica en que debemos considerar que la vida animal existe en el mundo en sus propios términos, está compuesta de diversos seres sintientes y no está puesta en el universo sólo para la diversión de los humanos.

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